Hazte premium Hazte premium

JUEGOS PARAlíMPIcOS parís 2024

Entrevista a Elena Congost: «El gesto humano me ha costado 30.000 euros, es la comida de mis hijos»

La atleta paralímpica soltó un segundo la cinta para sostener a Mía Carol a escasos metros de meta cuando tenía el bronce asegurado

Las lágrimas de Elena Congost: con cuatro hijos, sin medalla y sin beca por ser humana

Elena Congost y su guía, Mía Carol, reproducen la acción que les costó el bronce EFE
Sergi Font

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Elena Congost (Barcelona, 1987) es la protagonista de una de las imágenes de los Juegos Paralímpico de París. Campeona paralímpica en maratón en los Juegos de Río 2016 y plata en 1.500 metros en Londres 2012 regresaba a la alta competición tras ocho años de ausencia en los que ha sido madre de cuatro hijos. La atleta, con discapacidad visual, estaba a 10 metros de la meta y a más de tres minutos por delante de la siguiente corredora, la japonesa Misato Michishita. Acariciaba el bronce pero quedó descalificada por soltar unos segundos la cuerda para socorrer a su guía, Mia Carol, a quien le fallaron las piernas por los calambres. Una decisión que ha generado mucha controversia y ha puesto en tela de juicio los valores olímpicos y la rigidez de las normas que rigen la competición.

—¿Cómo fue la llegada a meta?

—Me había imaginado mil veces la llegada a meta, de mil maneras, pero ninguna como fue. Desde el kilómetro 30 ya empecé a saborear esa medalla porque llevábamos mucha ventaja a la cuarta. Quizás lo que podía era alcanzar la plata. La medalla estaba asegurada y con Mia, mi guía, hablamos de que no hacía falta que nos muriésemos en el intento porque la medalla estaba asegurada, que lo importante era reservarnos y asegurar el bronce. A falta de cuatro kilómetros Mia me empezó a gritar, que frenara, que le hacía daño, que dejara de tirar. Bajé el ritmo, más que él acompañándome a mí yo le acompañaba a él.

—Y llega la controvertida acción…

—Cuando coges línea de meta, entras en la alfombra azul, lo que tú te imaginas es un esprint, la llegada con los brazos en alto o con la bandera de España y de repente Mia empezó a tambalearse, no atinaba a poner un pie delante del otro y se iba al suelo. A mí lo que me salió, en un acto reflejo fue aguantarlo. Y en el gesto se me cayó la cuerda. La anilla que llevamos en la mano no es regulable, me bailaba mucho y en con cualquier movimiento brusco, incluso con el braceo de correr, se sale. Yo fui consciente que me saltó la cuerda, pero en ningún momento pensé que sería una falta ni mucho menos una descalificación.

—O sea, que usted no suelta la cuerda…

—Se me escapa al ir a coger a mi guía y la cojo con la otra mano. Creo que fue un segundo lo que estuve sin cuerda. La norma es la norma, pero aquí el espíritu de la norma se pierde porque una norma está hecha para que no haya beneficio para el atleta, para que no haya trampa. Que tampoco sé que trampa se puede hacer al ir sin cuerda… La cuerda te une a tu guía, que es tus ojos. Si dejas la cuerda ¿dónde vas tú solo? Solo puedes caerte o estamparte… Las personas estamos para interpretar esas normas y para ver el contexto.

—¿Se arrepiente de haber intentado ayudar a su guía?

—No. Y espero que nadie se arrepienta de un acto bonito como es ayudar a tu compañero que lleva 42 kilómetros corriendo a tu lado para ayudarte a ti y ser tus ojos. Me puedo arrepentir de no haber pensado en caminar, pero ahora tampoco hay marcha atrás. Esto no te lo ves venir.

—¿Ha hablado mucho con su guía de este incidente?

—No hace falta decir mucho. El día de la carrera estábamos destrozados, enfadados y con ganas de quemar todo. Todos los sentimientos eran destructivos. Luego nos vino la emoción porque fue una avalancha de mensajes de nuestro entorno y de los medios de comunicación. Gente de todo el mundo nos envió mensajes llenos de amor que nos hizo sentir en paz. Estábamos comiendo y hubo un momento en el que dije que no nos merecíamos estarnos fustigando porque hicimos nuestro trabajo después de todo un año trabajando. La carrera fue impecable y no podíamos reprocharnos nada. Al final lo miras de otra perspectiva, y te sientes orgullosa y contenta de haber podido demostrar al mundo mi regreso y de lo que soy capaz de hacer. Al final, una decisión arbitral fuera de lugar no puede arrebatarnos todo lo que hemos hecho porque ha sido mucho.

—¿Han llorado mucho?

—Bastante. El primer día, sobre todo. Primero de rabia, de desconsuelo y luego de emoción. La gente conocida y los medios de comunicación nos habéis curado el corazón. La presión mediática provocó que la Federación me apoyara y eso me ha dado mucha paz y mucha calma. Ahora, en estos dos días, he podido darle la vuelta a la tortilla y ver la parte bonita, que creo que es lo que me merezco.

—¿Cómo se lo ha explicado a sus hijos? ¿Qué le preguntan?

—Las dos mayores, de seis y cuatro años, estaban allí. Me vieron correr, me animaron, me vieron ganar la medalla y me vieron perderla. Me encontré con ellas justo cuando me dijeron que no había nada que hacer. Me vieron enfadada, desconsolada, me vieron llorar… Se puede imaginar… Todos llorando… En lugar de una fiesta fue un drama. Traté de calmarme por ellas y explicarles que por ayudar nos han castigado, algo que ellas no pueden entender. Hay normas que hay que romper. La norma es la norma, pero para avanzar hay que romperlas.

—¿Estos son los valores del olimpismo?

—No, no, no. No son los valores que queremos demostrar como deportistas de élite ni como personas. Me siento muy responsable de estos valores que queremos transmitir. Muchos niños nos admiran y se reflejan en nosotros e incluso a veces hacen hasta deporte porque se quieren parecer a nosotros y lo mínimo que podemos hacer por ellos es transmitir estos valores porque el deporte forma personas. Hay que ser el mejor en la pista, pero también fuera de ella.

—Vamos, que el espíritu olímpico es una camama…

—Creo que todo se está convirtiendo tanto en negocio que nos olvidamos de lo importante y de los valores.

—Choca que una competición tan inclusiva sea tan inflexible...

—Sí, es la antítesis. El deporte paralímpico desde hace unos años es muy profesional, pero dentro de ello hay gestos… Si usted se para en medio de una autovía le multarán, pero si hace el mismo gesto para ayudar en un accidente le felicitarán. En un gesto como soltar una cuerda hay que ver el contexto y porqué ha pasado, si hay beneficios o no… La siguiente atleta venía a tres minutos, yo podría haber entrado a gatas si quería… No molestábamos a nadie, no se alteró el resultado de la competición, nada cambió ese acto de un segundo… No puedes castigarlo. Y más cuando en estos Juegos se han visto cada día trampas en el Estadio Olímpico de atletas ciegas arrastradas por sus guías, porque son atletas que miden 1,50 con guías que son armarios y en pruebas de velocidad las llevan en volandas… Después de ver tantas trampas y que no hayan descalificado a nadie, que sea yo la única y que me echen a la calle, después de haber corrido 42 kilómetros, por cinco metros en los que pasa una acción de un segundo...

—¿Debería revisarse esta norma? ¿Va en contra del intento de superación?

—Las normas hay que saber interpretarlas y aplicarlas. Esto va en contra del espíritu de la norma y del deporte. Nos estamos tirando tierra encima. Yo llevaba tres kilómetros arrastrando a mi guía, pero si hubiera sido al revés me hubieran dicho que mi guía me ayudaba a mí… Si nos caemos los dos yendo atados y nos rompemos una costilla ¿ya no hay problema?

—¿Es un menosprecio a su esfuerzo lo que le ha pasado?

—Es un menosprecio y una falta de respeto muy grande. Creo que es fácil entender lo que cuesta preparar un maratón, una prueba agónica y que por cinco metros te digan eso. Es como una broma después de todo el esfuerzo y de una carrera impecable. Y por un acto del que yo no saco beneficio. Parece que se estén riendo de ti.

—¿Qué es lo que más le duele?

—Me duele no tener la medalla, pero al final la medalla es algo material. Siento que me han robado ese momento romántico del podio, de estar allí con mi familia, con mis hijos, de devolver a todos el cariño que me han dado. Pero, sobre todo, es que todas las personas de mi entorno, que hemos puesto todo en este proyecto, nos vamos con las manos vacías y con un sentimiento de atraco.

—Si usted hubiera sido la atleta que iba detrás ¿hubiera aceptado la medalla?

—Yo no sé si esa atleta tuvo conocimiento de la causa de mi descalificación. Es un miembro de su equipo que ve la acción y va a descalificarme. Una de las cosas que me dijeron en ese momento es: 'Elena, hay mucho dinero en juego'. Yo, como deportista, si sé el motivo y lo que ha pasado, me niego a subir al podio sin la otra atleta. O dan dos bronces o que se lo den a la que se lo merece. Yo no habría aceptado una medalla, pero no sé si la atleta conoce la situación o si le han dicho que la española ha hecho trampas…Yo en su lugar no hubiera aceptado la medalla. Además, esta atleta hizo trampas porque se han visto imágenes, pero esto no me compete a mí. No es mi responsabilidad.

—Para usted hay una beca en juego

—Ese gesto me ha costado 30.000 euros, que es el premio de la medalla, más el sueldo de cada mes, que es la comida de mis hijos. Y fue lo que más me dolió. El atletismo es mi pasión, pero todo el esfuerzo lo hago por mi familia y por mis hijos y por tener una estabilidad económica porque, al final, es mi trabajo. Nadie trabaja gratis. No se come del aire. Yo hice un esfuerzo titánico en un año después de ser madre cuatro veces por ellos, por tener una mejor economía familiar y poder trabajar de lo que es mi pasión, que es un privilegio. Y me lo vi todo arrebatado. Todo lo que ha hecho no ha servido para nada. Hice un esfuerzo muy grande por mi familia, lo había conseguido y me lo robaron en las narices.

—¿Esto puede acabar con su carrera?

—Sí, claro. Que el presidente de la Federación, tras la presión de los medios, dijera que se lucharía por mi beca, me tranquilizó y me dio calma. Primero porque vi que el sentido común aún brilla en el mundo, aunque parezca que no. Y luego porque te sientes arropado. Si esto no se soluciona me tendré que poner a trabajar de maestra, que es lo que he estudiado.

—¿Y le dan ganas de arrojar la toalla o de seguir luchando?

—Me gustaría seguir. Creía que era imposible volver y he vuelto mejor que nunca, con mi mejor marca. No pude mostrar todo lo que llevaba dentro porque Mia y yo somos un equipo y por él tocó bajar el ritmo. Me queda esta espinita. Aunque moralmente sea medalla de bronce, hasta que una historia no acaba bien hay que seguir luchando.

—¿Confía en que le den la medalla?

—No lo sé. No sé hasta qué punto es de inflexible el órgano que tiene que decidirlo. Lo que me gustaría es que se luche por mí, por el deporte, por lo valores y por nuestros niños.

—Las redes sociales arden y los juristas le dan la razón…

—Mucha gente me dice que he ganado tres medallas: la de bronce en la carrera, la de oro a la humildad y otra medalla a los valores deportivos y es con lo que te quedas. Es una estupidez reglamentaria como la copa de un pino porque no tiene ningún sentido, ninguna lógica. La cojas por donde la cojas.

—Por cierto, ¿cómo es volver después de tener cuatro hijos?

—Es muy cañero y complicado. Es un caos. Es un regalo de la vida porque siempre lo había soñado y me hace muy feliz, pero es caótico.

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación