Veinte años sin el genio de Chava: el ciclista que hechizó a la afición
Azucena, su viuda, y Ángel Arroyo recuerdan al ingobernable ciclista, poderoso sobre la bici, carismático, pero muy frágil también frente a la depresión y los excesos
Los arrebatos del Chava, un genio libre en el ciclismo
![Chava Jiménez en un triunfo de etapa de la Volta en 2000](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/deportes/2023/12/05/chava-RbeA8yzyWqNyKqrVS0qJkgO-1200x840@abc.jpg)
Quince días antes de morir, Chava Jiménez se encontró de paseo en Ávila a Ángel Arroyo, el salvaje escalador que abrió una era en color en el Tour, segundo detrás de Fignon en 1983, vencedor en el Puy de Dome, antecesor de Perico Delgado, ... hombre directo y franco que gestionó su patrimonio con tres lavaderos de coches en Ávila, Segovia y Villalba. «Lo primero, tienes que curarte», le dijo a su paisano. «Y luego te compras un par de terrenos para vivir tranquilo». Arroyo, como el resto de personas en el ciclismo que querían a Chava, llegó tarde con los consejos.
José María Jiménez murió el 6 de diciembre de 2003 en el hospital psiquiátrico San Miguel de la calle Arturo Soria de Madrid, dedicado a las drogodependencias y las lesiones de la salud mental. Unas horas antes del anochecer le había descrito a su hermano Juan Carlos, pintor y escultor, la patética desdicha que le rondaba. «Me duele la cabeza», le comentó sin ganas. El ciclista, ídolo de masas por su carisma, irregularidad y espíritu ganador, tenía 32 años.
Chava nació en el Hospital Sonsoles de Ávila y se crió en El Barraco, el pueblo de Ángel Arroyo, un lugar duro de la Castilla profunda, inviernos bajo cero, veranos a sol pleno, montañas de pinos, monolitos de granito en la carretera de la Paramera, Serranillos, Navalmoral o Mijares, puertos de leyenda en la Vuelta. La zona de España con más población de ciclistas profesionales por densidad de habitantes.
Jiménez se apuntó a la escuela de ciclismo que montó Víctor Sastre, el padre de Carlos Sastre y fue compadre de fines de semana de Curro García, David Navas, Pablo Lastras, Paco Mancebo y tantos otros que soñaron con emular a Ángel Arroyo, el origen de todo. Todos ciclistas de primer nivel. Chava era el más bestia del grupo, una bola de músculos de más de ochenta kilos al que nadie hubiera imaginado como escalador. Víctor Sastre lo cinceló y lo bajó de peso dando pedales alejado de las drogas o las discotecas, el primer objetivo de su escuela. Pronto avisó a José Miguel Echávarri de ese diamante en bruto que ganaba casi todas las carreras locales y que ya se había echado novia.
El ciclista conoció a Azucena Jiménez un domingo 22 de noviembre de 1992. Un chico del Barraco había perdido el autobús del equipo de fútbol del pueblo, que debía jugar en Pedro Bernardo, al otro lado de las laderas en la sierra de Gredos. Chava acercó al chaval en su coche a la localidad vecina. Después del partido, se quedó prendado de la muchacha rubia de 15 años en el grupo de adolescentes que tomaba unas coca colas en el bar.
Volvió a Pedro Bernardo al siguiente fin de semana. «Le habrá gustado el pueblo», pensó, ingenua, Azucena. «Soy ciclista», se presentó el excorredor. La muchacha no entendió que alguien pudiera ganarse la vida con la bicicleta, le estaban hablando de deporte profesional. «¿Te gusta el ciclismo?», le preguntó. «No, no, estoy en el equipo de Miguel Induráin», le hizo comprender, socarrón y ufano el chico del Barraco, un tipo testarudo y con magnetismo que se empeñó en poner Chava con V pese a que el apócope proviene del mote con el que se conocía a su familia, los chabacanos, en el pueblo famoso por la venta de cuero y pieles.
Chava se convirtió en una celebridad desde que ganó una etapa de la Vuelta en los Ángeles de San Rafael en 1997, aquel día que Jesús Gil le entregó una camiseta del Atlético de Madrid, su equipo del alma, y se la enfundó en el podio tapando la publicidad de Banesto que le pagaba. Echávarri, el director del equipo, no sabía dónde meterse.
Ese estilo combativo, la naturaleza competitiva a todo o nada, el ciclista más irregular y brillante, sus éxitos en la Vuelta, lo transformaron en un personaje que disfrutaba con los placeres de la vida que le procuraba su posición y su poder de influencia. «A mí me gustaba el ciclismo, la bici; a él le gustaba lo que rodea al ciclismo», recuerda Ángel Arroyo.
El pozo negro
«Nadie me va a decir cómo era José. Yo le conocí mejor que nadie», matiza su viuda, Azucena, quien rebaja toda la leyenda urbana que acompañó al Chava hasta su muerte. Sus juergas con amigos, unos sinceros y otros interesados, su mala cabeza para las compras, sus ideas peregrinas pensando en montar negocios, sus jueves de alcohol y fiesta en Ávila, sus escapadas a Madrid. «No era para tanto como se ha dicho» cuenta Azucena. «Sucede que a él le daba lo mismo lo que dijera la gente. Tenía un carácter muy abierto». Un día de 2001, deshecho, sin ánimo para nada, llamó a Eusebio Unzué. «No quiero correr ni cobrar», le soltó. Retirada prematura. Tenía un contrato próximo al millón de euros. Le esperaba el hospital psiquiátrico, el plan de rehabilitación y el pozo negro.
Si Víctor Sastre no se hubiera cruzado en su camino, Chava regentaría hoy el bar-restaurante El Pescador, propiedad de sus padres hasta que la desgracia se instaló en la familia. Al ciclista le encantaba su pueblo, el clima ruidoso del local, el café en el bar de Rufi, las charlas y risotadas con los vecinos.
La Vuelta a España le rindió homenaje en 2021 con una etapa que acabó a las puertas de su casa, en El Barraco. La calle se llama José María Jiménez, y al final de la misma luce una escultura creada por su hermano Juan Carlos. En la misma rotonda tiene un chalet Carlos Sastre, casado con Piedad, la hermana del Chava.
En la zona nueva de Ávila también dejó una huella. Una escultura de Juan Carlos se alza en la parte sur de la ciudad, junto al estadio Adolfo Suárez y la plaza de toros. Por no ser menos, Arroyo, Julio Jiménez y otros ciclistas de la región también levantaron y pagaron una estatua en la zona norte, junto a la ronda vieja empedrada de las murallas, que recuerda la tradición ciclista abulense.
Chava Jiménez descansa en una tumba de la fila 5 del cementerio del Barraco, muy cerca de sus abuelos Severiano y Emiliana, y junto a su padre Antonio, fallecido en 2004, un año después del ciclista. El bar Pescador que manejaba su madre, Antonia, cerró después de ser alquilado. Su cuñado, Carlos Sastre, ganó el Tour y vive en Ávila con Piedad y sus hijos. Julio Jiménez, el gran confesor del Chava, murió el año pasado. Azucena ha rehecho su vida, estuvo llevando un bar en Bolaños de Calatrava (Ciudad Real) y ahora reside en Madrid, donde se sacó el título de directora deportiva de ciclismo y es propietaria de un equipo de veteranos que lleva el nombre de José María Jiménez. El ciclista que hechizó a la afición.
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