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Vuelta a España

Sepp Kuss, el gregario campeón

Ciclismo

Llegaba a España a tapar el viento a Vingegaard y Roglic, pero tras tres semanas sensacionales, el de Colorado sube a lo más alto del podio de Madrid

Groves, ganador de la última etapa de la Vuelta 2023

Sepp Kuss celebra su triunfo en la Vuelta junto a Vingegaard y Roglic Reuters

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Demasiadas veces la realidad decide por nosotros. El presente nos arrastra, cambia o mantiene el curso de los acontecimientos a su antojo sin que nada podamos hacer. Un ejemplo claro de ello es el devenir de la recién acabada Vuelta a España. Cuando el prodigio Evenepoel colapsó en los Pirineos en plena segunda semana de carrera era obvio que ya nadie podría luchar con el gigante Jumbo en la clasificación general. Por aquel entonces el maillot rojo lo portaba el gregario perfecto: Sepp Kuss (Durango, Estados Unidos, 1994), pero lo que pareció un hecho anecdótico viró con el paso de las jornadas en algo muy serio.

Sin demasiado ruido, el escalador de Colorado, con su bello triunfo en Javalambre y tras el lógico apagón del novato Martínez en las rampas de Xorret de Catí, lideraba la carrera. Aunque, ciertamente, parecía una situación coyuntural: la victoria pertenecía a sus líderes en el Jumbo-Visma Jonas Vingegaard (bicampeón en Francia) y Primoz Roglic (tres veces ganador de la Vuelta y última maglia rosa del Giro). Sin embargo, Kuss sobrevivió a algunas cuchilladas de esos hombres a los que mil veces tapó del viento en la alta montaña, se agarró a la camisa roja como un naufrago a un salvavidas (incluida una enorme contrarreloj en Valladolid, su talón de Aquiles habitual) y, contra cualquier lógica primaria, subió al escalón más alto del podio de Madrid. Es el triunfo de una vida, quizá el único en una vuelta de tres semanas para un gregario de élite que nunca ejerció liderazgo. 'The Durango kid', como es conocido más allá del pelotón, ese chaval que habla un español perfecto, que vive en Andorra y se autodefine como un aficionado corriente que disfruta montando en bicicleta, confirma el abismal predominio del Jumbo en los escenarios insignia de este viejo deporte. «Ha sido muy duro, pero he demostrado que un globero puede ganar. En cada etapa que pasaba me sentía más español», comentaba entre risas Kuss.

Es sin duda el triunfo de un tipo excepcional. Un chico que dos días antes de ganar la Vuelta se bajó del asiento de copiloto del coche del Jumbo para dejar el puesto predominante a Roglic (su amigo Primoz se negó a aceptar tal reverencia); un corredor que goza del dificilísimo cariño absoluto de compañeros y afición; un hombre humilde que, por ejemplo, demostró su bonhomía cuando pidió disculpas a Mikel Landa en la cima del Angliru, donde cogió la rueda del vasco en los últimos instantes de la ascensión para arrebatarle la tercera plaza en línea de meta y sumar unos segundos preciosos de bonificación en su empresa vencedora.

Precisamente en las terribles pendientes del puerto asturiano por antonomasia Kuss temió perder la Vuelta. La fatiga le asedio en pleno infierno y, ante la superioridad evidente de sus dos voraces compañeros, no dudó en exclamar en la radio del equipo que atacaran y que ganara el mejor. Así fue: Roglic coronó primero el Angliru; Vingegaard siguió su estela. Quien lo hubiera imaginado, fue ese movimiento llamado 'landismo' el que rescató al gregario y le mantuvo de rojo. Desde aquel punto de inflexión bajo la niebla asturiana, después de algunas breves pero ruidosas escaramuzas fratricidas, el Jumbo llegó a una conclusión: con la Vuelta asegurada, el protagonismo pertenecía al que siempre antepuso el colectivo a su individuo. Sepp no quería regalos y así lo aseguró ante los micrófonos, pero en el Angliru se acabó la emoción. Un día más tarde, en la Cruz de Linares, llegó la redención: sin fuego amigo, sin ningún temor ante las piernas de Ayuso, Landa o Mas, el pescado estaba vendido.

Una temporada interminable

A semejanza de Valverde en 2016, cuando demostró que es posible competir con óptimos resultados en el Giro, el Tour y la Vuelta en una misma temporada (fue tercero, quinto y duodécimo respectivamente), Kuss ha brillado en un curso interminable. Primero fue clave en el éxito de Roglic en Italia (acabó decimocuarto) y en la reválida de Vingegaard en los Campos Elíseos (fue decimosegundo, pero una caída tras atropellar la bicicleta caída de Carlos Rodríguez evitó su presencia entre los diez primeros de la general). Y ahora, cuando el verano muere y una infinidad de kilómetros pesan en sus piernas, el chico de Durango ha mostrado su mejor nivel del curso en las tres semanas españolas. Una década después de la victoria de Horner, otro estadounidense, con una pulsera del Rocío presidiendo su muñeca izquierda, vuelve a ceñirse la licra roja en la meta de Madrid.

 

Qué incierta puede ser la vida. Kuss dedicó su infancia al esquí de fondo y comenzó a rodar en bicicleta como entrenamiento para aumentar su rendimiento sobre la nieve. Este domingo, quizá por aquella coincidencia, dejó una huella imborrable en una competición inmensa. «He escuchado mi nombre en cada montaña y, para mí, la sinergía con el público es lo que mas me gusta del ciclismo y de la Vuelta. Gracias, me habéis ayudado mucho», decía Sepp Kuss en español desde lo más alto del podio de la Vuelta.

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