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ciclismo - mundial de ruta

Pogacar es el más grande: gana el Mundial después del Giro y el Tour

El esloveno construye un oro soberbio al atacar a 100 kilómetros de la meta. Logra la triple corona que solo tenían Merckx (1974) y Roche (1987)

Pogacar, el emperador del Tour

Pogacar, en el Mundial de Zúrich afp
José Carlos Carabias

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Faltan 30 kilómetros para la conclusión del Mundial entre los lagos de Zúrich y la duda es con quién comparar a Tadej Pogacar, si es que tiene comparación, si la historia recuerda un ciclista así, si Eddy Merckx era igual o parecido. El oro del arcoíris es suyo, como el Giro y el Tour, como la Strade Bianche que conquistó en marzo, como cualquier reto que se propone. Como Merckx y Stephen Roche, es el único ciclista que ha ganado Giro, Tour y campeonato del mundo en el mismo año. El fenómeno esloveno descabezó el Mundial con un ataque de 100 kilómetros, suicidio para la mayoría, locura incluso para él, superdotado, voraz, astuto, un tipo que disfruta y sonríe con su profesión. Alguien que destroza los pronósticos. Vocación más pasión. Pogacar es el más grande.

Una flecha verde traspasa las colinas de Zúrich. Eslovenia vuelve a mostrar las virtudes de su país a partir de un maillot verde flúor, de unas piernas que trituran como mazas la bici Colnago, un cuerpo que no se mueve, la mirada fija en la calzada, la determinación por bandera. Pogacar en acción es una maravilla del deporte.

Ben O'Connor, el líder durante más de media Vuelta a España, extrae la plata después de 270 kilómetros y casi siete horas de esfuerzo, y Mathieu van der Poel, el prodigio holandés, consigue el bronce. Enric Mas fue el primer español, puesto octavo en el grupo de los mejores.

A 100 kilómetros de la meta, más de dos horas y media de carrera por delante, Pogacar se lanza al vacío. «Probablemente fue un ataque estúpido, no sé en qué estaba pensando», analizó luego el esloveno, con el oro colgado del cuello.

Es una misión de riesgo sin cálculo, sin diagnóstico en los potenciómetros, el nuevo credo del ciclismo, una aventura sin luz al final del viaje. Hay 16 corredores por delante y una jauría de talentos por detrás, Van der Poel (Flandes y Roubaix este año, campeón mundial en 2023), Remco Evenepoel (doblete crono y ruta en los Juegos, campeón mundial contrarreloj hace unos días), el suizo Marc Hirschi (de vuelta al primer plano) o los españoles inesperados, Enric Mas y el catalán Roger Adriá.

Un ataque a cien kilómetros es un exceso incluso para Pogacar, el hombre sin límites. Provisto de la energía de su motor y de una personalidad rocosa para el ciclismo, potente mentalidad siempre en favor de sí mismo, el esloveno cruza todos los umbrales.

Pasa por las subidas del circuito de Zúrich (cuestas al 17 por ciento, al 11, de un kilómetro y medio, de cuatrocientos metros), sube y baja perpetuo, una pesadilla de colinas y descensos que convierten el Mundial en una trituradora.

Pogacar pesca a su compatriota Trantnik, que le corta el viento durante alguna vuelta, captura a los 16 fugados entre los que hay ciclistas de todos los pelajes y nacionalidades, pero que reúnen un obstáculo común: ninguno puede seguirle.

Lo hace durante unas leguas su compañero en el UAE, el ruso nacionalizado francés Pavel Sivakov, que lo ayuda con descaro pese a que su suerte como galo está echada. También él se queda lejos de la rueda del esloveno en la primera ascensión a la Zurichstrasse.

Pogacar afronta solo a 70 kilómetros el reto del oro, empresa para campeones, ciclismo de otro tiempo, de los héroes de principios del siglo XX, cuando este deporte era una cuestión de rabia, hambre y honor.

Evenepoel y Van der Poel lanzan acelerones por detrás, en busca de una reunificación que nunca llega. Evenepoel vuelve a mostrar que no sabe perder, que gasta malos modos en toda circunstancia, insulta a Jorgensen, lo condena al infierno por un movimiento legítimo. Es la desesperación del derrotado, un súperclase con actitudes de niño mimado.

Hacía 26 años que un ciclista no ganaba el Giro y el Tour el mismo curso (Pantani). Pogacar cerró en verano ese hueco histórico. Y hacía más, 35 años, que un corredor no vencía el Giro, el Tour y el Mundial (Roche, 1987, antes Merckx en 1974). Pogacar se dirige a ese panteón, el de los gigantes.

En el tramo final, cuando Evenpoel piensa se calma, Van der Poel empieza a actuar, Hirschi suelta el látigo y Enric Mas corre con ambición, la distancia se reduce (nunca baja de 40 segundos) y Pogacar sufre, le cambia la cara.

Fatigado y casi exhausto, Pogacar saca a relucir el orgullo y aprovecha los descensos para apretar el paso y amarrar el oro. El vagón de Evenepoel no le caza. «Ha sido increíble -cuenta el portento esloveno-. No sabía lo que hacía, he jugado con el flow y ha salido bien. Nunca me rindo».

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