el baúl de los deportes
Fernando Escartín conquistó los Pirineos y sus sentimientos se desbordaron
Hace 25 años, el ciclista aragonés ganó la etapa reina del Tour y acabó en el podio de la ronda gala
«Me importa un bledo ser español», el titular con el que quisieron hundir a Miguel Indurain
El primer hombre que corrió los 100 metros en 10 segundos
Se puede, incluso de debe, tirar de épica para relatar una etapa como la vivida hace un cuarto de siglo en el Tour, pero es difícil mejorar la descripción hecha por el propio actor principal. «He sentido emociones que no imaginaba que existieran», confesó ... Fernando Escartín, un corredor de los que engrandecen el ciclismo a la sombra de las grandes estrellas y, en jornadas especiales, surgen del pelotón y brillan con luz propia.
El 20 de julio de 1999 fue uno de esos días. «Fernando Escartín alumbra su mejor sueño», tituló ABC: «Lo había imaginado así. En su mejor sueño, Escartín lanzaba besos al aire, extendía tímidamente los brazos y estaba solo con su felicidad en la montaña. El oscense compartió ayer esa visión con los demás: ganó la etapa reina del Tour. Lo hizo en plan campeón, sin concesiones en una jornada brutal, y exigiendo a Armstrong que demostrase por qué va a ganar el Tour».
Los dos primeros párrafos de la crónica describen el perfil del abnegado gregario que ocasionalmente asalta la cima, nunca mejor dicho, y se viste fugazmente de fama: «De repente, Escartín era un desconocido para el gran público. ¿Está casado?, ¿cuánto cobra?, ¿nunca ha ganado una etapa en el Tour o la Vuelta?, ¿cuántas veces ha visitado el podio de una grande?, ¿por qué no se peina? Los medios de información extranjeros bombardeaban sin piedad a los españoles formulándose las mismas preguntas que probablemente se hacía ayer el público español. Hasta ayer, Escartín era el vecino pobre, el buen hombre incapaz de dar una mala contestación, el eterno inquilino de las segundas posiciones, el tipo desgarbado de pedaleo inenarrable que no se hacía la raya en medio ni se peinaba hacia un lado. A sus 31 años, Escartín era conocido porque no ganaba nunca».
«Ocho Tours después y toda una vida sonriendo desde el segundo plano, Escartín decidió desafiar a su aura de perdedor. Lo hizo como siempre, planteando la batalla desde la larga distancia, ese plan que tantas veces falló y que ayer no lo hubiera superado ni el más célebre pitoniso de los cuentos de hadas. Álvaro Pino dibujó una idea por la mañana y siete horas más tarde recogió un botín repleto de monedas de oro. Escartín ganó una etapa tremenda, bestial desde el primer momento, alimentada desde el banderazo por las ganas de renovar el escalafón del Tour...».
Esta vez, nada ni nadie iba a truncar el merecido final feliz: «Escartín tenía su día. Tantos años de espera bien valían un todo o nada. Aceleró en el Val Louron y dejó a todos, amigos y enemigos. 'Un hombre solo al comando', como rezaban las crónicas de los veteranos. Todos los focos para él, para el que no ganaba nunca, para el tipo afable que nunca se acomplejó. Escartín, libre y solo al mando de la etapa reina. Su ascensión a Piau Engaly fue frenética. No perdió tiempo en los quince kilómetros de terreno llano que conducían hasta la estación invernal, a pesar del sospechoso empuje de Elli. Armstrong tuvo que atacar otra vez, mientras que Virenque, Casero, Curro García y Dufaux sufrían para seguirle. El líder llegó desfondado a meta, cediendo nueve segundos a Zülle y Virenque. Escartín, ya con el segundo puesto de la general en la mano ganado a ley, siempre lo había soñado así».
Aturdidos entre la bendita niebla del júbilo, pocos cayeron en la cuenta que habían merecido la pena el sufrimiento y los poco lucidos resultados obtenidos hasta entonces en anteriores ediciones de mítica carrera francesa: cuarto en Cluses (1993), cuarto en Cuaterets, sexto en Alpe d'Huez (1995), séptimo en Sestriere y Pamplona, octavo en Les Ares (1996), tercero en Courchevel, séptimo en Loundevielle, octavo en Andorra (1997), tercero en Deux Alpes, cuarto en Albertville, sexto en Plateau de BeiUe, séptimo en Luchon (1998) y tercero ese mismo 1999 en Sestriéres y Alpe d'Huez.
Escartín, cómo no, sí supo verlo. Y, sin poder contenerse, se desbordó por dentro: «No es extraño que ayer se sintiese liberado, pletórico en su felicidad, más expresivo que nunca. 'No hay palabras para explicar lo que se siente. Con esta victoria he sentido emociones que no imaginaba que existieran. Me acuerdo ahora de lo que he pasado para llegar hasta aquí, lo mucho que me ha costado todo. Este triunfo era el peldaño que me faltaba, y como he visto la oportunidad he dado el cien por cien y he llegado al límite de mis reservas'. Exactamente 182 pulsaciones, el umbral máximo del esfuerzo para un corredor como él. Armstrong le estrechó la mano cuando ambos se cruzaron en el camino hacia el podio. Pero a Escartín le supo mejor el abrazo de su padre, don Salvador. El cabeza de familia se saltó una valla como un mozalbete y pudo llegar hasta la roulotte donde estaba su hijo. Lo hizo acompañado por su nieto, Sergio. 'Había puesto una cruz en esta etapa -reconoció el oscense-. Sabía que tenía que hacer todo lo que estuviera a mi alcance porque no me quedaba otra. Conocía la etapa, conocía el puerto y estaba al lado de mi tierra -Biescas, su localidad natal, está a menos de cien kilómetros-. Ahora saldré con otra mentalidad a la última contrarreloj...».
«Escartín pasará por la vicaría el próximo 29 de octubre. Era uno de los solteros de oro del pelotón. Su novia se llama Ana, es valenciana y antigua azafata de la Vuelta a España. 'Supongo que no me habrá visto por la tele. Se pone muy nerviosa'. Otro que desbordaba felicidad era Álvaro Pino, su director: 'Yo me alegro sobre todo por él más que por el equipo o por mí. Hasta los rivales más directos se alegran por él. Hoy nos dan un premio por los 20 años en el Tour, pero este triunfo vale tanto como eso. Más contento aún que porque yo sea su director, lo celebro por él porque se lo merece. Por primera vez en mí vida le he visto emocionado. Más que con la victoria me quedo con la forma de conseguirla y el remate final. Ha sido extraordinario'».
«Desde el sillón de mi casa, viendo la televisión, me emocioné y viví, como si hubiera sido mío, el triunfo de Fernando Escartín, ese corredor infatigable y luchador»
Federico Martín Bahamontes
Artículo de opinion (ABC, 21-7-1999)
En realidad, el remate final llegó al final de la semana, el domingo 25 de julio, última etapa del Tour 1999. Fernando Escartín, tercero en la clasificación general, subió al podio de París, monumento deportivo que solo pisan los elegidos: «Jamás se acomplejó por ser el patito feo que nunca ganaba. Su perseverancia es su éxito. Lleva quince años con el mismo entrenador, Ignacio Labarta, ahora segundo director del Kelme. Pino le proporcionará el mejor equipo para que intente ganar la próxima Vuelta. Vive con sus padres en Biescas. Se casa en octubre con una amiga de la mujer de Casero. Acaba contrato y quiere superar la barrera de los 100 millones de pesetas (600.000 euros). Su frase: 'Es bonito sentirse querido'».
Como regalo complementario, pero de incalculable valor, el ciclista aragonés recibió un artículo de opinión publicado en ABC el día que ganó aquella etapa reina del Tour 199: «Los Pirineos vinieron a ser talismán para el ciclismo español. Desde el sillón de mi casa, viendo la televisión, me emocioné y viví, como si hubiera sido mío, el triunfo de Fernando Escartín, ese corredor infatigable y luchador, que deja todo en la bicicleta y que, ayer, consiguió por fin una victoria que se merecía desde hacía cuatro o cinco años. Los Pirineos son más españoles que los Alpes... La sangre nuestra, el ambiente y apoyo se notó en cada metro y Escartín, cansado por el esfuerzo, voló entre palmas y aliento de los españoles». Lo firmaba, de su puño y letra, un mito de este deporte: Federico Martín Bahamontes.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete