Una calle con su escultura para Chava
Su pueblo y sus amigos se reunieron ayer en el frío glacial de El Barraco para recordar al ciclista José María Jiménez dos años después de su muerte repentina
![EFE Los amigos de Chava recordaron al ciclista en El Barraco](https://s3.abcstatics.com/media/200601/29/NAC_DEP_web_36.jpg)
TEXTO JOSÉ CARLOS CARABIAS
EL BARRACO (ÁVILA). «Allí, donde los chalets», explica a las once de la mañana un paisano con el índice apuntando a la parte alta de El Barraco. Allí, donde los chalets, vivía José María Jiménez, el Chava, el ciclista más impactante en España desde que se retiró Induráin. Y allí, donde levantó la casa en suaves tonos naranja con una sauna y una buena bodega en el sótano, su pueblo cambió el nombre de la calle. Desde ayer se llama José María Jiménez, «Chava». Una estatua esculpida en bronce por su hermano, Juan Carlos, rinde homenaje al ciclista al final del paseo. Un puñado de amigos y la gente de la localidad se reunió en torno al frío glacial de la Paramera para recordar al inimitable escalador.
Chava murió hace dos años, a las diez y media de la noche del 6 de diciembre de 2003, en el pulcro hospital psiquiátrico de las Hermanas del Sagrado Corazón. Y hace cuatro que había colgado el dorsal, en una decisión radical que comunicó a Eusebio Unzué. Y hace casi cinco de su último triunfo, en las rampas de Arcalís, cronoescalada por delante de su cuñado, Carlos Sastre. Hasta ayer no había recibido ningún agasajo masivo, una convocatoria en regla.
Sus turbulencias personales le persiguen después de muerto. A pesar de que la comitiva pasaba por delante de su casa, al acto de ayer no acudió su mujer, Azucena, su novia de toda la vida con la que se casó en mayo de 2002 en la iglesia románica de El Barraco. En un episodio muy común en cualquier clan, la familia del ciclista (padres, hermanos...) mantiene un severo litigio con Azucena por la herencia, ya que Chava no dejó testamento.
Por El Barraco se dejaron caer amigos que sienten la ausencia de la persona. José Miguel Echávarri, su ex director en el Banesto -su único equipo como profesional-, que viajó desde Mallorca a toda prisa. Pablo Antón, mánager del Liberty, que mantiene una cordial relación con el entorno del ciclista. Sus amistades del pelotón, Mancebo -«me da mucha pena y echo en falta su sonrisa»-, David Navas, Juan Carlos Domínguez. El presidente de los ciclistas, José Rodríguez. Y, claro, Carlos Sastre -«más que un cuñado era un hermano»- junto a su padre, Víctor, el alma mater de esta cuenca de campeones con su escuela ciclista y su fundación que acoge a más de noventa chavales y que hace casi veinte años recibió a Chava y le convirtió en corredor profesional.
Fue un recuerdo alegre, jovial, sin cargar el acento en la amargura, con la dedicatoria sentida de su hermano Juan Carlos y los romances de Domingo Prado, un paisano que había descubierto la vena poética de Chava. Un acto que cierra el tríptico barraquense. A un lado, el camposanto a cielo abierto donde reposa. Al otro, su calle y la escultura. Y en medio, el mesón de su familia cerrado para siempre.
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