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Las piedras hablan

La biodiversidad ya es una realidad

Monasterio de San Pelayo.

Lolo de Juan

Lo vio Talibán. Se alzaba imponente como una espadaña en mitad de la vieja Castilla. Una ruina reconvertida en la máxima expresión del futuro más inmediato sin olvidar sus raíces monacales: el Monasterio de San Pelayo, en Palencia, el lugar mágico y único para llevar a cabo experiencias mágicas y únicas.

Sus piedras hablan, hablan de otros tiempos. Del paso del románico, del gótico y del árabe. Pero no me centro en sus paredes y en su imponente reconstrucción a manos de dos particulares enamorados de la vida y de la gente. Hablo del entorno donde se mece con absoluta inclusión rodeado de naturaleza salvaje y auténtica. Allí conviven el zorro, el lobo, la avutarda, el ganadero, el agricultor y el cazador. Es el ejemplo más claro de biodiversidad que jamás he visto. Es el Monasterio de San Pelayo, testigo directo de esa convivencia clara, concisa y cierta.

En estas vastas llanuras se lleva a cabo una agricultura tradicional -cereales y leguminosas- con besanas y vegas vestidas de trigos y alfalfas. Se abusa poco del químico y se potencia el respeto al medio ambiente. Talibán fue levantando entre las avenas un montón de saltamontes mientras las avutardas -¡qué hermosas son las avutardas!- nos miraban imperiosas con el Monasterio de San Pelayo de fondo.

Los acuíferos están íntimamente cuidados, repletos de ovas, de plantas acuáticas, de libélulas, galápagos y ranas. Conejos -muchos- correteando por aquellos entornos. El zorro y el lobo en comunión con el medio. Y una punta de medio millar de vacas limpias de tuberculosis que campean por los rastrojos.

Avanzo a caballo rumbo a seguir descubriendo España. Me siento dichoso en las tierras del Cid, me siento español y patriota. Levanto un bando de perdigones ya volandones, resopla mi caballo mientras la figura serpenteante del rebaño de churras apura el rastrojo recién segado. Me vigila la figura del pastor. Oigo chicharras y oropéndolas en una conjugación perfecta de sonidos y tiempos. Los sisones campean serenos por una meseta plana como un plato. Las avutardas vigilan regias sus dominios mientras dos corzos en pleno celo corren desesperados sus ansias de existir. Más perdices levantamos al tranco, y corto el rastro de un tejón en un alto en el camino.

Las cosechadoras siguen devorando pacientemente la mar dorada de mies y espigas. Lejos -en el horizonte- los molinos de viento que poco hermosean pero que son responsables de que todo el alrededor esté cuidado por las medidas compensatorias que han tenido que acometer para mantener los anexos puros, limpios y variados.

Vi clara la historia: la empresa tiene que destinar parte de sus inversiones a la mejora, protección y creación de un hábitat que permita que todas las especies convivan en armonía. Llegó a un acuerdo con el propietario que es quien ejecuta las acciones asesorado por una empresa especializada. Además de generar empleo local, fijar población e involucrar a la universidad. Es tan simple que siempre ha estado ahí, y las piedras del Monasterio de San Pelayo me lo acaban de explicar.

Gran noticia para el campo, cuya PAC será sustituida por los bonos de biodiversidad que están a la vuelta de la esquina. Volveremos a ver los campos ricos y variados, con entornos saludables y vigorosos, y será el agricultor, el ganadero y el cazador quienes orquestarán todo el auditorio de la mano de la universidad y los agentes medio ambientales. Todos unidos para un mismo fin: convertir España en la mayor potencia ecológica de toda Europa, fortaleciendo los usos tradicionales y contando con sus gentes para llevarlo a cabo.

Talibán enveló mientras unas codornices levantaban el vuelo a nuestro paso; parecimos escuchar los cantos antiguos de los monjes del antaño ruinoso monasterio que nos seguía con la mirada, ahora vestido de gala dispuesto a vivir y hacer vivir grandes experiencias.

Las piedras hablan... Y aunque no sepas leerlas sólo hay que saber escucharlas.

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