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San Manuel Bueno, Alcántara

San Manuel Bueno, Alcántara

Manuel Alcántara es el púgil de la columna y de la pegada periodística del millón de dólares, maravilla diaria en Vocento. Como el genio de la lámpara maravillosa del cine, Clint Eastwood, frota y esculpe ese poema al boxeo que es «Million dollar baby», Alcántara es el poeta del ring que humaniza el cuadrilátero. Su pasión boxística viene de Freud. La infancia de Manuel Alcántara son recuerdos de un patio andaluz y de unas piernas, con calcetines caídos, suspendidas en el aire del balcón de su casa. Con pantalón corto ya veía boxeo desde su esquina malagueña, desde el rincón de su victoria. San Manuel Bueno, Alcántara, es el púgil imbatido e invicto del Periodismo. Cuando daba la lata en casa le sugerían: «¡Niño, vete con los boxeadores!», y allí les admiraba: sacudir la pera, al saco, saltar la comba entrenando... Ahí arranca su afición. Alcántara se acostumbró al ring, al olor de la resina y el linimento, y cuando comenzó a ser cronista de boxeo ya tenía varios libros de versos, y no para don Manuel. Gozaremos de más poesía suya. Porque el boxeo es poesía desde que sale en el libro XXIII de la Iliada:

-Un boxeador -dice el paladín Alcántara- puede abandonar, levantar la mano y decir que no quiere más. El árbitro puede suspender. El hombre de la esquina puede tirar la toalla si ve a un chico que pasa apuros que comprometan su vida. El ring puede convertirse en un patíbulo. Para subirse al cuadrilátero se espera generalmente quitarse el hambre a bofetadas. Es voluntario hacerlo.

A Manuel Alcántara le cautivó del boxeo la soledad del gladiador cuando suena la campana y le quitan el banquillo: «Se habla del toreo, pero en el boxeo te enfrentas a alguien con los mismos recursos...» Su amigo del alma Alfredo Di Stéfano le dijo una vez que él no era el mejor, pero «a diferencia de deportes colectivos como el fútbol, en el boxeo se puede decir quién es el mejor», ofrece otra lección magistral este titán malagueño del Periodismo, que hoy cumple 81 años.

El Nuevo Periodismo del boxeo

Como tiene dicho en ABC José Luis Garci, de boxeo se ha escrito maravillosamente desde Pierce Egan, el nuevo «Tucídides», así le llamó Liebling, y su seminal «Boxiana» (que retrata la época con mayor tino y autenticidad que Jane Austen) hasta Hemingway (su relato «Cincuenta de los grandes» es pura delicia). Sin olvidar a Conan Doyle o Jack London: «Y desde los tiempos de Damon Runyon o Ring Lardner Jr. hasta hoy habría que anotar, primero, a nuestro querido Manolo Alcántara, cuyos textos son auténtica poesía en movimiento, me parece que aún no han sido superados por gente del talento de Budd Schulberg (que a sus 90 años sigue tecleando), Nelson Agreen, John O´Hara, Irving Shaw, George Plimpton, Mailer o la pléyade de «Sports Ilustrated». Párrafo aparte merece Abbott Joe Liebling, el padre de verdad del «Nuevo Periodismo», el maestro de Capote, Tom Wolfe, Joan Didion o Hunter S. Thompson: «De las crónicas de boxeo de Liebling en «New Yorker», de sus artículos como corresponsal de guerra, de sus descripciones de los tipos del bajo mundo de Nueva York, salió una nueva forma de escribir, sencilla y llena de observaciones, y con un humor de lo más serio. Un nuevo Periodismo», sostiene Garci.

A San Manuel Bueno, Alcántara, le tocó la época gloriosa del boxeo español: Pedro Carrasco, Pepe Legrá, al que ha vuelto a ver cuando se da una vuelta por su Málaga natal, «que es simpatiquísimo y buenísima persona», apunta el maestro; Urtain... Manuel Alcántara relató la épica victoria de Pepe Durán, en Tokio, frente a Koiche Wajima, por el Campeonato Mundial del año 1976. «Allí me di cuenta de que Wajima estaba absolutamente sonado. Porque yo nunca había estado en Tokio, y cuando me descubrió en el pesaje entre tanta gente se alegró mucho de verme por primera vez y vino y me pegó un abrazo enorme. Yo me dije: «Este tío está como una cabra»». El periodista se emocionó al borde del ring. Wajima era un «kamikaze», un «bulldog» sin tregua. Lo más difícil era imponer un ritmo. El combate fue un lance casi taurino. Con teléfono dictaba con prisa tras escribir como los ángeles. A contrarreloj, tras las veladas, le esperaban al cierre y sin respiro para releer, Alcántara iba de folio en hallazgo y prodigio. Y esas crónicas ahí están: como efigies esculpidas de las grandes gestas del boxeo.

Manuel Alcántara ha visto boxeo en las Ventas, en el Price, en el Palacio de Deportes, con llenos siempre. Y allí se pegaban un muchacho de Vallecas, con 18 años y que no había hecho más que 7 combates, contra un checo o un ruso que tenían 27 años y llevaban 200: «El truco era que en esos países o bien los militarizaban y les daban un sueldo, o sea que es mentira que fueran aficionados, o bien los hacían instructores de educación física». El deporte más violento que Alcántara practica ahora es subir al taburete del bar para tomarse la merecida copa del guerrero del Periodismo. Para Alcántara, el número 1 del boxeo es Ray Sugar Robinson. Lo tenía todo: velocidad y pegada, la llave de oro del boxeo. Sugar encajaba, pero tenía una elegancia increíble, una agilidad felina; era un bailarín de esgrima. Ray Sugar Robinson se retiró tras ganar mucho dinero, «o lo tiró como todos, y cuando regresó se fue a la farmacia y dio el mismo peso que en su último combate tras dos años sin ir al gimnasio e inflarse a comer y beber». Palabra de San Manuel Bueno, Alcántara.

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