donde habita el olvido Belle-Île
Veranos en el paraíso
La actriz Sarah Bernhardt encontró su refugio en un fortín que adquirió en 1894 en la isla bretona

Decía Simone Signoret que la nostalgia ya no es lo que era. No hay más que imaginar a la actriz Sarah Bernhardt y sus amigos paseando por los acantilados de Belle-Île y tomando el sol en sus playas para sentir el paso ... implacable del tiempo y la añoranza de una época que es ya un recuerdo lejano.
La presencia de la legendaria actriz flotaba sobre esta isla de Bretaña cuando yo pasé allí un mes de agosto a principios de los años 80. Iba con frecuencia a la Pointe des Poulains, un promontorio en el norte de Belle-Île, donde había un fortín abandonado y en visible estado de ruinas. Era el lugar donde había pasado sus veranos Sarah Bernhardt, que había adquirido ese caserón en 1894.
Hace varias décadas, las autoridades locales rehabilitaron el edificio y decidieron convertirlo en un museo para recordar la presencia de la reina del teatro, como la conocieron sus contemporáneos. El antiguo fortín, de dos plantas, está situado a 300 metros de un faro, del que se desciende por un camino hacia la casa de Sarah Bernhardt, una especie de isla dentro de la isla, rodeada por el océano.
La actriz, cuya entonación de la voz cautivaba a sus espectadores, veraneó allí hasta los últimos años de su vida. Murió en París en 1924 y está enterrada en un panteón del Père Lachaise, donde nunca faltan las flores. Ella confesaba que el lugar que más amaba en este mundo era ese fortín de Belle-Île al que viajaba a finales de junio para permanecer hasta los primeros días de septiembre.
Allí se pasaba las horas mirando al mar, organizaba fiestas con sus amigos y amantes, excursiones por la isla y se desplazaba andando a Sauzon, una aldea vecina, para comprar pescado. Sentía especial atracción por los acantilados muy cercanos de La Apothicaire, en los que la erosión del mar había creado extrañas y caprichosas figuras.
Artistas y políticos
La isla se había puesto de moda en 1882, cuando el ferrocarril llegó hasta Quiberon. Cientos de personas cruzaban en un transbordador los 14 kilómetros que separan esta localidad de Belle-Île. Uno de los que hicieron ese trayecto era Claude Monet, fascinado por «el salvajismo» y los paisajes. A finales del siglo XIX, esta isla de 17 kilómetros de longitud era un enclave frecuentado por los artistas y los políticos parisinos.
Sarah Bernhardt descubrió Belle-Île gracias a Georges Clairin, un pintor amigo suyo, que sería una de las presencias habituales en esos veranos de vino y rosas en los que la actriz se había convertido en una leyenda. Otro de los visitantes asiduos era Reynaldo Hahn, compositor y confidente deMarcel Proust, uno de los más rendidos admiradores de la diva. Todavía se dice que nadie ha sido capaz de interpretar como ella los dramas del teatro clásico francés.
Aunque los pescadores recelaron al principio de su llegada, pronto empezaron a adorar a una actriz que cultivaba el misterio y escandalizaba por su vida íntima. En 1911, fuertes tormentas sacudieron Belle-Île y sumieron a sus habitantes en la pobreza. Sarah organizó una función benéfica en París para ayudarles y donó dinero para sus familias. Cuando ella murió, los isleños cubrieron de camelias el fortín de Pointe des Poulains.
Es fácil imaginarse a Sarah cobijada en la sombra que proyecta el faro mientras escuchaba el rugido de las olas contra las rocas y veía el sol descender hacia el horizonte del mar. Era su lugar favorito, el sitio donde se sentía a salvo de un mundo que se rendía a sus pies, pero en el que jamás se encontró a gusto.
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