Benarés, la ciudad india de la muerte vuelve a la vida
Paralizada desde 2020 por la pandemia, la ciudad sagrada de la India recupera su frenesí habitual durante el Sawan, el mes en honor del dios Shiva. Millones de peregrinos y turistas acuden a purificarse en el Ganges, donde se esparcen las cenizas de los muertos incinerados en sus pilas funerarias para trascender la reencarnación y alcanzar la liberación

Con sus escalinatas a orillas del Ganges abarrotadas, y los primeros rayos dorados del día iluminando los palacios, templos y minaretes de su margen occidental, despunta un nuevo amanecer en Benarés. Llamada así durante la época colonial británica, esta es la ciudad sagrada del ... hinduismo, adonde muchos de sus fieles vienen a morir o ser incinerados para que sus cenizas descansen en el «Río Madre». De esta manera esperan superar la rueda de la reencarnación («samsara») y alcanzar la liberación o iluminación («moksha»). Por esta venia y su aurora mágica, en la India todavía se la conoce por su nombre de la antigüedad: Kashi, la ciudad de la luz.
Aunque en Benarés la muerte está por doquier, desde las pilas funerarias a orillas del río hasta los cortejos fúnebres que desfilan por sus callejones, es un lugar lleno de vida. Así se aprecia en sus «ghats», los escalones de los muelles fluviales que los fieles llenan cada mañana para bañarse en el Ganges y purificarse. A rebosar desde antes de que salga el sol a las cinco y media de la mañana, hay 91 «ghats» en ocho kilómetros, donde los hindúes depositan sus ofrendas en el «Río Madre».
Pero Benarés ha estado muerta durante los dos últimos años por la pandemia, que cortó la llegada de peregrinos a este importante destino religioso, comparable a Jerusalén o La Meca. Tras la recuperación de la normalidad en la India, que ha vacunado a sus casi 1.400 millones de habitantes, Benarés vuelve a la vida y este verano celebra el mes sagrado del Sawan en honor del dios Shiva con la llegada de millones de peregrinos y turistas.
Del 14 de julio al 13 de agosto, de todo el país fluye un río humano que desemboca en el Ganges. Paralizada desde 2020 por el Covid, cuya variante Delta desató la catástrofe en abril del año pasado, esta populosa y caótica ciudad recobra su ritmo habitual y sus numerosos festivales religiosos. Sin mascarillas, sus vecinos y peregrinos inundan de nuevo sus oscuros callejones entre las carreras y risas de los niños. Al resguardo del sofocante calor, allí descansan las vacas, animal sagrado del hinduismo, agitando la cola para espantar las moscas.
El amanecer, cuando la vida despierta, es siempre mágico en la India. Mucho más en Benarés, donde hombres con pareos, mujeres con saris de colores y niños de brillante piel morena se zambullen en el Ganges para ser acariciados por los primeros rayos de la mañana. Mientras los chavales chapotean en el agua, sus padres juntan las palmas de las manos para rezar y encienden velas en platitos de aluminio con flores que flotan en el río como ofrenda. Detrás de ellos, tumbados en los escalones de los muelles, se desperezan los barqueros y mendigos que duermen a la intemperie y los yoguis se concentran en sus ejercicios de meditación trascendiendo de este mundo.
«¡Sawan, sawan, sawan!», exclama un joven peregrino de Bihar, al este del país, al sumergirse en el Ganges con sus amigos. Ataviados con camisetas naranjas, el color del hinduismo, muchos peregrinos llegan caminando desde todos los rincones de la India, a veces descalzos y con los pies llenos de ampollas o vendajes.
Al alba, una travesía en barca por el río es una experiencia sobrecogedora de abigarrada belleza y profunda fuerza humana. Entre oraciones, cánticos y risas, la multitud se baña en el Ganges bajo los majestuosos fuertes, templos y mezquitas que pueblan toda su orilla, una de las estampas más características de la India. Aunque los monumentos más antiguos datan solo del siglo XVII, porque la ciudad fue arrasada varias veces por los conquistadores musulmanes de Asia Central, algunos están tan destartalados que parecen el doble de viejos. De Benarés, que tiene más de 2.500 años, uno de sus más ilustres visitantes, Mark Twain, ya dijo que era «más vieja que la historia, más vieja que la tradición, más vieja que la leyenda, y parece el doble de vieja que todas ellas juntas».
De todas maneras, como bien escribe Diana L. Eck en 'Banaras, City of Light' ('Benarés, Ciudad de Luz'), lo que vemos en este lugar los occidentales y los hindúes es muy distinto. Mientras nosotros nos asombramos con su desgarradora belleza o nos horrorizamos con la suciedad, desorden y miseria medieval de sus callejones, ellos contemplan por todas partes a Shiva, uno de los dioses más importantes de la trinidad de esta religión junto a Brahma y Vishnu. Con multitud de «lingas», piedras fálicas que lo representan, en cada templo, altar o rincón de la ciudad, Benarés es, según la mitología hindú, el hogar que Shiva escogió desde el Himalaya para asentarse con su esposa Parvati. Un lugar caído del cielo con un río milagroso capaz de limpiar todos los pecados, hasta los de Shiva, tan espiritual que sus «ashram» han sido un centro tradicional de educación no solo para los hinduistas. Dando fe de ello, aquí fue donde Buda dio su primer sermón tras su iluminación.
También como una revelación, al viajero le aguarda en la India un bombardeo de todos los sentidos: desde los colores, olores, sabores y sonidos hasta el tacto, sobre todo por las manos callosas de los mendigos que te tocan para pedir una limosna. Y, en medio de esta explosión de vida, la muerte.
Mientras uno se refresca con un delicioso «lassi» (yogur tradicional), por las callejuelas desfilan los cortejos fúnebres al canto de «Ram naam saty» («Dios es la verdad»). Portando sobre una camilla el cadáver envuelto en una mortaja dorada, se dirigen a las pilas funerarias de Manikarnika y Harischandra, que arden día y noche con un fuego sagrado que nunca se apaga. Rociados con su agua bendita, los cuerpos son incinerados a orillas del Ganges para su último viaje. Debido a su mayor tamaño, el trasiego es incesante en Manikarnika, ubicado bajo el principal templo dedicado a Shiva: Shri Kashi Vishwanath. También conocido como el Templo Dorado, ha sido reformado dentro del impulso a la ciudad que ha dado el primer ministro Modi, cuyo discurso tiene un marcado carácter nacionalista hindú.
Olvidando los trágicos tiempos de la pandemia, cuando los hornos crematorios estaban llenos y las calles vacías, Benarés celebra la vuelta de los turistas en el primer Sawan con normalidad en dos años. «2020 fue horrible porque tuvimos el confinamiento y supuso un momento terrible para todo el mundo. 2021 fue mejor porque unos pocos turistas indios empezaron a venir. Y 2022 es mucho mejor tras la apertura del Corredor (entre el templo de Vishwanath y el «ghat» de Manikarnika)», se congratula el guía Vicky Dubei con una sonrisa de oreja a oreja.
Además de sus templos y «ghats», la principal atracción de Benarés son las «pujas», hipnóticas ceremonias religiosas que se celebran cada noche a orillas del Ganges para venerar a los dioses hindúes. Con el público hasta la bandera, muchos fieles presencian el ritual desde las barcas.
La vida vuelve a la normalidad, pero también a la dureza de la India. Lo sabe bien Somit Kumar Dutta, quien dirige la ONG Varanasi Volunteer y un hostal cultural con fines benéficos. «Después de la pandemia, seguimos ayudando a los niños necesitados proporcionándoles educación gratis. Pero, desgraciadamente, algunos de los padres de los chicos murieron durante la pandemia. Todavía hoy, algunos chavales necesitan un patrocinador», pide ayuda para su labor humanitaria.
Con sus esperanzas y miserias, el río la vida vuelve a fluir en Benarés, la ciudad india de la muerte.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete