Valladolid
El Juli firma la faena de la paz con Victorino ante un colosal Emilio de Justo
El madrileño sale a hombros y el extremeño pierde la puerta grande con la espada
El Juli se despide de los ruedos en la Feria de Otoño

«Adiós con el corazón, que con el alma no puedo....», cantaban los tendidos. Felices y llenos de vida pese a la letra triste. Porque Valladolid era una fiesta aun con la ausencia de Roca Rey. Era la despedida de El Juli y su décimo ... encuentro con los toros de Victorino, cuyo hierro no veía desde hace una larguísima década, pues el patriarca decía que no le perdonaba «la pajarraca» de Ávila. El madrileño selló ayer la paz con la divisa de ‘Las Tiesas’ al lado de un especialista de la casa, Emilio de Justo, que echó el cerrojo a su puerta grande con la espada. Se cerraba también el círculo de los manos a mano para Julián López. Era su duelo 128, el último antes de su adiós a los ruedos. Veinticinco años han pasado desde aquel del 98 en Venezuela con Morenito de Maracay. Y en sus bodas de plata, las bodas de la melodía final, le tributaron una sonora ovación.
Después de las palmas y los homenajes, a las seis y dieciséis, apareció el primer cárdeno, henchido de temple. Un temple exquisito. A placer lo toreó El Juli a la verónica, derramando caricias mientras ganaba terreno. Cuatro metros más allá de las rayas, vació la arena del reloj en una media de cartel con Buscador haciendo surcos en la arena. Como picado salió, y breve fue su paso por el caballo. Sin estrecheces y sin atosigarlo a derechas, se gustó en los naturales que guiaban aquella embestida tan mexicana. Medio trapo arrastraba El Juli por la arena, cada vez más abajo, cada vez más templado para sostener el enclasado fondo de tan nobilísimo ejemplar, agradable hasta de cara. Murió con la boca cerrada tras una estocada fulminante. Era una faena hecha de paz, sin nada de guerras, una obra merecedora de dos orejas indiscutibles, pero al presidente se le empañaron las gafas y lo dejó en una.
Se coló en la desigual corrida un animal impropio, cuya madre seguro no había sido una Ava ni el padre un Luis Miguel. Arrebatado con el capote, Emilio de Justo le buscó las vueltas con la muleta. Pero el feo toro se limitaba a pasar en su corto y desentendido viaje. Y, de vez en cuando, se frenaba. El de Torrejoncillo pidió calma hasta alargar sin sentido de la medida. Complicado se puso el bicho para darle matarile.
Nada prometía el distraído e informar tercero: salía suelto y cuando acudía a las telas lo hacía con revoluciones, por lo que El Juli, cosa rara, optó por ponerlo dos veces en el peto. Una prenda fue en banderillas, donde no hubo percance por el divino capote de San Lorenzo. Pero cuando Bosilillo se quedó a solas con el maestro, éste lo desafió con la veteranía de su técnica. Si latín sabía el de Portezuelo, románico y griego sabía el de San Blas, que no se dio coba a la hora de matarlo.
Echaba las manos al frente y se revolvía el cuarto, con más cara y músculos que alguno de sus vareados hermanos. Emotivo el saludo de Emilio de Justo por verónicas que buscaban la profundidad. Toreramente se dobló en la apertura, enseñándole los caminos a Midanito. No sólo la pañosa guiaba al toro, también el corazón del torero, que echaba las telas adelante y alargaba el viaje con templanza. De antología el de pecho. Y sobrenaturales los zurdazos al ralentí al agradecido victorino, que respondió fenomenal, especialmente por el pitón izquierdo. Y por abajo, pues por arriba protestaba más. Con la mano del tenedor seguía Emilio, mostrando las costuras de quien lleva el toreo metido en la piel, con la embestida empapada a las telas con largura. Tan bien entendió al de la A coronada, que acabó soplando una tanda diestra absoluta al bravo Midatino. Naturalmente remató, con el broche de una trincherilla y un ayudado por abajo. Gran faena a un toro de gran fondo. Aunque se cayera, cautivó la verdad de su espada, pero el de Victorino fue duro de patas y los dos avisos dejaron el premio en una oreja. La obra había sido de dos.
«Al despedirme de ti, de sentimiento me muero...», cantaban en el sol cuando asomó el acarnerado quinto. Y entre «¡no te vayas!» y «¡hasta siempres!» pasaba el capítulo. A Roberto Domínguez, el apoderado que abrió la era del mejor Juli, brindó. Suavemente y con listeza sacó los muletazos con un toro con la virtud de obedecer y el defecto de entrar al paso. Bárbara la conexión julista con el abarrotado público, que una tarde más entonó el estribillo de «quédate, quédate». Incluso antes de pasear la oreja que afianzaba la puerta grande negada por el palco en el primero.
Feria de Valladolid
- Plaza de toros de Valladolid. Viernes, 8 de septiembre de 2023. Segunda corrida. Lleno. Toros de Victorino Martín, desiguales de presencia y juego; destacaron el temple mexicano del 1º, el emotivo y bravo fondo del 4º y el encastado 6º.
- El Juli, de nazareno y plata. En el primero, estocada trasera y desprendida (oreja con fuerte petición de otra). En el tercero, pinchazo y otro hondo (silencio). En el quinto, estocada (oreja). Salió a hombros.
- Emilio de Justo, de azul noche y oro. En el segundo, seis pinchazos y estocada caída. Aviso (silencio). En el cuarto, estocada caída. Dos avisos (oreja). En el sexto, cuatro pinchazos y estocada. Aviso (gran ovación y saludos).
- Roca Rey causó baja.
Se caía la plaza en el brindis de Emilio a Julián. Un brindis de admiración. Había que andar listo con este serio sexto, que empujó en varas y se revolvió luego. Pero De Justo le concedió todas las ventajas, le otorgó distancias y le invitó a embestir con sincera honestidad. Perdiéndole pasitos, fascinó por naturales y perlas por abajo. Encajado, sintiéndose. Y con entregado esfuerzo, que había que hacerlo para estar delante del exigente Directivo. No merecía tan desacertada rúbrica final su inmensa tarde, que le bajaba de la salida a hombros. El arco grande sólo lo cruzaría El Juli, que firmaba así la paz triunfal con Victorino, con tres toros de nota.
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