VALLADOLID
Talavante se pone a la izquierda de Dios con Batatero en otro triunfal adiós de Ponce
El extremeño maravilla al natural con el excelente segundo de Victoriano del Río y abre con el maestro de Chiva la puerta grande; Roca Rey se queda en el umbral
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![Alejandro Talalavante y Enrique Ponce salen a hombros](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/09/06/hombros-RS62TL1fysfqY7OOXZQ9xSI-1200x840@diario_abc.jpg)
Codiciaba la afición el milagro de los panes y los peces, el milagro de los seis toros embistiendo de hace un año. Sin alcanzar aquellas altísimas cotas, el conjunto de Victoriano del Río sirvió y propició la doble puerta grande de Enrique Ponce –en ... otra emotiva despedida– y de Alejandro Talavante –qué comunión la suya y la de Batatero–, en otro viernes en el que Andrés Roca Rey llenó los tendidos. En el umbral se quedó por culpa de la espada después de una apabullantísima faena en la que expuso todo y más.
Pero, con permiso de la arrolladora figura y de la elegancia poncista, la tarde llevó la firma de Talavante y Batatero. Qué galope y qué ritmo traía este segundo. Tanto metió la cara en el capote que pegó medio volatín. Sabedor de que delante tenía oro, Alejandro dio la orden de que lo picaran para un análisis –aunque el animal se encelaría un rato en el peto– y con el capote a la espalda citó al victoriano, que acusó cierta debilidad de remos en las gaoneras. Sin embargo, Batatero lucía un fondo de bravo que fue a más. Caviar era y caviar pedía.
Largo viajó mientras Javier Ambel lo corría hacia atrás, aunque la cuestión era verlo con el paso adelante. Y dispuesto a ello iba el extremeño: ¡ya era hora! Brindó a los tendidos, repletos de expectación, y de hinojos se echó con un pase ceñidísimo. Milimétrico, de ‘bum-bum’ en el corazón. Qué manera de embestir la de este número 81, que se entregó con todo cuando el matador se puso en pie. Movía el rabo enhiesto y hasta hacía el avión. ¿A estribor solo? Qué va: más sensacional era aún por el izquierdo, por donde el extremeño cautivó con su mano dorada. Y, de repente, bajó Dios a la tierra, Talavante se sentó a su izquierda y temblaron los cimientos del Paseo de Zorrilla. Nació con muerte de eternidades un tercer sobrenatural, rematado allá atrás de la cadera, donde rugen los oles y el mar.
Alejandro volvía a ser el Magno que hizo peregrinar a sus partidarios, el torero por el que había que llenar el depósito y recorrer kilómetros, el genio que nos hacía vibrar. El pan nuestro de cada día, el de los «bieeenn», desembocó en el «ooole». «Ole» y «ole», que aquí había que partirse la camisa y desgañitarse con las honduras. Al fondo sonaba un pasodoble, pero el eco recordaba la guitarra por suspiros de Vicente Amigo justo antes del paseíllo. Seguía Alejandro crecido; seguía el toro embistiendo. No faltaron las sorpresas, como la arrucina antes del despacioso dibujo de su zocata, reduciendo aún más la embestida. Borracho de toreo. Qué fijeza y entrega las de Batatero, que ya forma parte del cuadro de honor de los toros de clase. Allá que continuaba humillando en ese sentir genuflexo de Alejandro, con otro cambio de mano antes del pase de pecho a la hombrera contraria. Roto en su verticalidad. Maravilloso. Quiso cuajar al propio final otro por zurdazos a pies juntos, pero ahí ya le costaba más al animal y resolvió con listeza y alegría. «No lo mates», gritó una voz. Ni caso: Talavante se perfiló mientras las gradas cruzaban los dedos. Maldijo el pinchazo el público, que ya había sacado del bolsillo los pañuelos. Y entonces sí entró la espada, que requirió del uso del verduguillo. Cómo sería la faena que le entregaron una oreja con fuerza. Si lo mata, nadie sabe qué hubieran pedido...
Otro trofeo mucho más liviano cortó del grandón quinto, que nada tuvo que ver con su hermano y con el que tiró por otros derroteros de más común vulgaridad. Pero el recuerdo de la categoría anterior permanecía: qué bien le sientan sus diálogos con el Guadiana.
Con permiso de Batatero, el otro ejemplar del sexteto fue Manisero, el último de la carrera de Ponce a orillas del Pisuerga. El maestro, que no se había confiado con un primero que hizo un extraño por el zurdo pero que valió por el derecho, se recreó ahora con este cuarto en una obra a más, a mucho más. Todo envuelto en una elegancia innata, en esa sapiencia que es hija del tiempo –y el de Chiva lleva toda una vida–. Aprovechó el buen fondo y la durabilidad de Manisero, con esa calidad que le permitió disfrutar en el río de poncinas y genuflexos finales. Tan deletreados y al ralentí. Un portento que desató la doble pañolada tras un espadazo algo caído recibiendo. A los medios, en ese platillo del ‘gracias, Ponce’, se marchó para saludar una emotiva y calurosa ovación de despedida.
Feria de San Lorenzo
- Plaza de toros de Valladolid. Viernes, 6 de septiembre de 2024. Tercera corrida. Tercera corrida. Lleno aparente. Toros de Victoriano del Río (incluido 6º bis), de desigual presencia y variado juego; destacaron 2º y el 4º.
- Enrique Ponce, de verde y oro: estocada (saludos); estocada recibiendo caída (dos orejas tras aviso).
- Alejandro Talavante, de sangre y oro: pinchazo, estocada y dos descabellos (oreja); pinchazo hondo tendido y estocada (oreja).
- Roca Rey, de tabaco y oro: pinchazo y estocada desprendida (oreja con petición de otra); pinchazo, otro hondo y descabello (palmas de despedida).
A pie se fue Roca después de sacar su artillería con un tercero de más caja que cara, que se le vino directo al cuerpo en unos estatuarios de bromazepam. Superior su aplomo, con un poderío y una raza a años luz del resto –menudas fueron las manoletinas cambiándole el viaje–, pero el acero redujo la gloria a una oreja, pese a la petición de otra. Aquello había sido un incendio, sofocado en el deslucido sobrero, el castaño lunar.
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