SAN ISIDRO
Emilio de Justo resucita la emoción de la izquierda en la tarde del orgullo extremeño
Tras una horrible cogida, enloquece a Madrid ante un exigente toro de La Quinta y pincha la Puerta Grande después de las sabias faenas de un mayúsculo Perera
Todos los carteles de la Feria de San Isidro
![La izquierda de Emilio de Justo con Periquito](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/05/17/emilio4-RAUNZjVP93z1Xb2uZDGuGWK-1200x840@diario_abc.jpg)
La silla de ruedas avanzaba más deprisa que la camilla en otra horrible cogida con sombras del ayer. Tremendo el volteretón sobre sus vapuleadas vértebras; de espanto cuando el pitón lo izó en unos instantes que estrechaban lazos de vida y muerte. Se encogió ... entonces el corazón de Las Ventas mientras se hacía Monumental el de un torero: Emilio de Justo, con la determinación de la llama y la conmoción de la lucha, con la verdad eterna de las emociones.
Tocaron las palmas cuando apareció este quinto toro, una pintura nevada para exponer en museos, pero con un peligro de tacones cercanos para el que estaba delante. El número 50 prometía con su casta desde primera hora, cuando el de Torrejoncillo lo saludó con una larga cambiada de rodillas para lidiarlo luego por abajo, ganando terreno con hermosa torería. Periquito, que de 'ito' sólo tenía el bautizo, hizo una buena pelea en el peto de Germán González, aplaudido en su tarea. Como Morenito de Arlés, que se desmonteró tras un tercio más eficaz que puro. La pureza sería la obsesión de su matador, que sabía que el toro traía pólvora y brindó a los tendidos, con su tercer 'No hay billetes' colgado, con Feijóo presente y un grito de «¡viva España!» ya en el primer muletazo. En ese preciso momento, en el que se mentaba a la madre patria por enésima vez, Periquito se le coló. Pero cuando le presentó las telas, se la dejó puesta y tiró, el de La Quinta respondió con transmisión y exigencias. De mejor embroque que finales, se quedaba corto y se revolvía por el derecho. No perdonó al de Torrejoncillo en un feísimo percance, del que salió pisoteado y con la taleguilla abierta. En el graderío se presentía una cornada por esa forma de prenderlo, pero milagrosamente
De Justo regresó a la cara del guapo cárdeno. Crecido y arrebatado. Hasta agigantar su izquierda con una pasión que volcanizó a sol y sombra, a la barrera y la andanada, a los areneros y los futuros presidentes. Buscaba la colocación, ofrecía el pecho y las yemas conducían aquella embestida del santacoloma, con tanta personalidad como sello tuvo la pieza. Después de algún pasaje sin ceñimiento ni asentamiento total, hubo entrega en cada zurdazo, con naturales de oro al ralentí. Bramaban oles de olivo y bellota, de oso y madroño. Madrid, con medio pueblo extremeño presente para ver una terna de la tierra, se rindió a aquella obra de orgullo y torería plasmada por un hombre que minutos antes había estado a punto de acabar en el hule entre olor a cloroformo. Cuando la faena parecía hecha, con el clamor en la cumbre, quiso más y se adentró en unos naturales a pies juntos, en los que el toro se le quedó debajo. Con el garbo de un molinete y un pase de pecho solventó entre la algarabía. Había un runrún de premio grande, de pañuelos como sábanas, mientras el artista, inspiradísimo, se llevaba a Periquito a la mismísima boca de riego con un alado abaniqueo. El silencio se hizo de nuevo entonces: De Justo nos recordaba que la hora final puede ser bella. Olvidándose del cuerpo, se volcó sobre el morrillo, pero el espadazo cayó tendido y Periquito se tragó a la parca hasta que sonó el aviso. Y otro más, mientras el hombre que había firmado la obra más emotiva de lo que va de feria arruinaba su salida a hombros con el verduguillo.
Gloriosa fue la vuelta al ruedo, en reconocimiento a un torero que se la jugó con un Periquito de más fiera casta que ninguno del interesante sexteto de Martínez Conradi, que siempre mantuvo la tensión, pese a no terminar hasta entonces de meter La Quinta. Allá quedó una sinfonía de pasiones y arrebato, de orgullo extremeño. Sin olvidar las verónicas a su primer toro y esas esculturas en las chicuelinas de mano baja de un quite para enmarcar. Otro cantar sería la faena...
Feria de San Isidro
- Monumental de las Ventas. Viernes, 17 de mayo de 2024. Séptima corrida. 'No hay billetes'. Toros de La Quinta, de seria presencia e interesante juego; emocionó el 5º.
- Miguel Ángel Perera, de nazareno y azabache: pinchazo, otro hondo y cuatro descabellos (saludos tras dos avisos); estocada trasera y tendida (aviso, petición y vuelta al ruedo tras aviso).
- Emilio de Justo, de blanco y azabache: estocada desprendida (saludos); estocada tendida y cinco descabellos (dos avisos y vuelta).
- Ginés Marín, de azul mar y oro: dos pinchazos, otro hondo y descabello (silencio tras aviso); estocada enhebrada, pinchazo y estocada (silencio).
No atendió la petición de oreja el palco cuando doblaba el complicado cuarto y Perera remataba una feria de maestro, de torero maduro y redondísimo, asentado y con más firmeza que ninguno. En estado de gracia desde sus sabias inteligencias al manso primero, en el que se había marchado a portagayola. Con la ambición de un principiante a sus veinte años de alternativa y una abrumadora calma. Da gusto verlo, salvo con la espada.
Toda su claridad de ideas le faltó a Ginés Marín, que sale tocado de una tarde en la que apenas dijo nada. El grito de las emociones brotó de la izquierda descalza de Emilio de Justo. Sin olvidar a Perera.
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