El Var del Tendido
El toreo en los ojos de un flamenco: Rafael de Utrera
El más taurino de todos los cantaores vence a la lluvia por Talavante
Amor y odio en tiempos de figuras: insufrible el ambiente en el cartel del mandón Roca Rey

«Hago todo lo que hace un torero, menos torear», dice Rafael de Utrera al bajarse del AVE. Ha venido a Madrid exclusivamente para ver la corrida. 512 kilómetros desde Morón de la Frontera, relámpagos y lluvia para ver la lucha pantanosa del ... hombre contra la res. Tiene el corazón como el borde del pañuelo: todo lleno de caireles. «Soy un Tetris», ríe, sembrando de colores los tendidos con una chaqueta que coquetea con lo imposible: «Esta no se la pone cualquiera, eh». Canta como empuña la muleta Talavante y anda como el más valiente de los toreros. Erguido y serio. Con el alma en capilla, que así se llama uno de sus últimos espectáculos, desde el comienzo de la jornada. Le ofrezco una quedada con el diestro de Badajoz, que además es su amigo, poco después del mediodía. Él se escandaliza: «Esto es un ritual que hay que respetar. Está el arte en juego. ¡La vida! Y yo eso no lo voy a hacer. ¿Pedirle algo al artista en ese momento tan íntimo? Ni fotos ni nada. Respeto extremo hasta al monosabio».
El flamenco y el toreo tienen cosas en común. Escribió Pierre Lefranc en el libro 'El cante jondo' que son, en esencia, lo mismo: una seguirilla se arranca con un ayeo igual que un torero recibe a la bestia con el capote. La seguirilla culmina en alto, buscando la máxima expresividad, como el torero busca la muerte del animal. Le da fin. Prima el estilo. La medida. Pero Rafael, que se considera más taurino que flamenco, prueba de ello es que en sus recitales siempre luce un capote sobre la silla de enea, cuenta lo siguiente: «Qué va, qué va. Tienen cosas similares, pero en mi escenario no tengo un animal que me puede matar. Eso lo cambia todo».
Es el cantaor de todos los guitarristas. Ha recorrido varias veces el mundo de frente y de perfil. Las últimas, con Vicente Amigo. Él es quien canta eso de «La luna de Talavante está llorando» en los directos. Otras veces, a principios de los dos mil, viajó con Paco de Lucía por Europa, Asia y América. Yo le hablo de cante, pero él deja las cosas claras:
«He presenciado la liturgia de ver a Ferrera y a Castella vistiéndose. Mi casa es un museo taurino. Tengo muletas de Morante, Castella y Javier Conde. Dime un flamenco más taurino que yo. No lo hay. Es que no lo hay. A quien no le guste, que no venga a verme, como hago yo con el boxeo, pero que no me prohiban. Soy tan taurino que incluso pago por la entrada. Tengo muchos trajes de luces, los dejo por ahí sueltos, que se vean. También tengo una zapatilla enmarcada de Curro Molina, un gran banderillero, como lo es mi compadre José Chacón a día de hoy. Una vez la vio en la pared de mi casa y se la quiso llevar. 'Ya no', le dije. En Semana Santa lo junto todo y hago una capilla. Entonces me siento y rezo para que todos tengan una buena temporada. Esto es algo serio, aunque también haya espacio para fiesta. A mí me ha cantando por bulerías Talavante en México. También he tenido que salir pitando desde San Roque hasta Aznalcóllar para buscar un taxidermista. Ferrera me dio las dos orejas y el rabo, así que algo tenía que hacer. En fin, esto no es una afición, sino un alimento. Sin el toreo yo no podría cantar. El toreo son los detalles, y uno debe descubrirlo desde abajo. En tentaderos, donde están la raíces».
Se persigna cuatro veces antes de pisar el suelo del escenario, lo recuerda cuando entra en el coso de Las Ventas bajo el diluvio: «La primera vez que estuve en esta plaza fue en el callejón. A mi derecha estaba Rafael de Paula. A la izquierda, Manuel Molina, el de Lole y Manuel. Ese día le echaron a Morante seis toros. Fue todo un desastre hasta el quinto, cuando puso esto patas arriba antes de acabar en enfermería. Los toros son paciencia y sorpresa. Y una cosa: de toros no entienden ni las vacas. Qué vamos a entender nosotros. Solo el que se pone en frente lo sabe», explica en lo que Perera tienta la suerte.
En su infancia fue tabernero, por eso tiene un sinfín de letras que desde niño le rondan por las sienes. Mientras parte del público pregona su queja ante un Talavante tratando de dar muerte al astado, Rafael de Utrera me esboza un fandango al oído. Lo hace con el eco quebradizo con el que dice 'ole': «Criticar. Es fácil criticar/los errores de cualquiera/es lo mismo que lidiar/toros desde la barrera/porque allí no dan 'corná». «Maestro», así lo llama Talavante en el Hotel Palace, tras la faena. Se abrazan y la valentía se hace música. Quizá otra fiesta está a punto de comenzar. 'Ves', advierte el utrerano. No se ha dado la corrida, pero siempre se puede cantar.
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