Morante de la Puebla, perro verde del toreo
El gran maestro alcanzó su propósito de torear cien corridas de toros en Ubrique, donde aún latía el espíritu inmortal de Jesús Quintero

En el epicentro del jesulinismo aún latía el espíritu inmortal del Quintero cuando, con las cifras de uno y la locura del otro, coronó Morante de la Puebla la colina del toreo. Un perro verde que con cuarenta y tres años ... se propuso hacer la gran temporada de su carrera: cien corridas de toros en ocho meses. Conseguidas: de Valdemorillo a Ubrique, con más luces que sombras, durante sus bodas de plata como matador y en plena orfandad paterna.
La corrida ubriqueña fue el perfecto resumen de su estratosférica temporada: triunfal, plena de torería y arrebatada. El año de su vida, ilustrado en un acto. Su último acto. Que comenzaba tumbado sobre el estribo, rearmándose para la exhalación postrera. Cuando el hombre ya pedía el pitido final, el torero aún tenía algo que decir. Un último impulso. Como aquella respuesta, veinte años atrás, en su único paseíllo en la plaza cubierta de Los Ratones Coloraos: «Soy un torero de impulsos, de amor propio. Me desligo de mi cuerpo y de otros pensamientos impuros».
Y es que una de las paradojas del año de Morante es que su gran homenaje a José resultó ser un constante recuerdo a Juan. Gallito y Belmonte, dos toreros inherentes en la tauromaquia de José Antonio. Ese 'desligamiento' corporal se hacía notar conforme iba tachando fechas en el almanaque. Tan del Pasmo eso: «Para torear bien hay que olvidar que se tiene cuerpo». En la merma física brotaba el torero más sentimental y barroco. El que toreó por saetas en Salamanca, en San Miguel o en su cierre ubriqueño.
La estampa morantiana transmutaba con los meses. Como si mudara la piel. Del torero poderoso, dinámico y perfilero en su inicio de año al hombre mermado —en lo físico y en lo anímico— sujetado por la pasión. La pasión del torero. Pasión, muerte y resurrección. Columna vertebral de la temporada de Morante: la pasión de un primer tramo incontestable, el atolladero veraniego —cuando las tardes no cuajaban y los toros no embestían— y la resurrección final, ilustrada con su antológica faena de San Miguel.
Brindis a Pedro, artífice de todo
Algo de eso iría en el brindis a Pedro, su apoderado, su administrador, su secretario, su pararrayos, su jefe de prensa, su chófer. En resumidas cuentas, su amigo. Figura fundamental para que en estos dos últimos cursos haya brotado el mejor Morante de la Puebla, el gran anticuario del toreo, compendio de las mayores figuras de la historia de la tauromaquia.
Fue Pedro Jorge Marques el segundo protagonista de aquella entrevista publicada en este periódico en el albor del nuevo año. La tinta de su pluma se había agotado cuando Morante se disponía a firmar su contrato número cien de la temporada. Después de erigirse como el mesías del toreo tras la fatídica pandemia, todos querían contar con él. «Necesitamos una temporada como las de antaño. Toca ir a muchos pueblos y capitales. Los empresarios están mostrándome interés para que vaya a sus plazas y es difícil decirles que no», decía en el mes de febrero en este periódico.
Sabiendo cuál era el objetivo, el planteamiento de la temporada rozó la perfección. Como más adelante le confesaría a ABC de Sevilla en su aniversario en Burgos, y recordando nuevamente a Belmonte, «las corridas se firman cuando uno está contento. Si se tuvieran que firmar en el patio de cuadrillas, no se firmaba ninguna». Hizo doblete en casi todos los ciclos iniciales: Olivenza, Castellón, Jerez, Madrid... Y en Sevilla, un hito histórico: «Sevilla es mi plaza y quería hacer historia. La idea ha sido exclusivamente mía, porque nadie se ha anunciado seis tardes dentro de un mismo abono. Y porque era el momento. Quería tener ese recuerdo o palmarés en mi carrera. Sin pretender ningún agravio comparativo. Sólo quería hacer historia con Sevilla», explicó en estas páginas antes de la Feria de Abril.
Y lo consiguió, hizo historia en Sevilla y en el toreo. De las seis tardes, cuatro quedarán para el recuerdo: la lidia más gallista con el toro de Jandilla, el homenaje a Pepe Luis con la de Núñez del Cuvillo, el vibrante poderío de su faena al de Garcigrande y la cumbre con el de Matilla en San Miguel. El año, cargado de hitos, no cabe en una página de periódico. Propósitos todos que sólo podían gravitar por la cabeza de un genio, de un perro verde del toreo.
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