Entrevista
Morante de la Puebla: «Sufrí mucho con mi cabeza hasta que pasó el Domingo de Resurrección»
Reconoce que su tardío arranque de temporada le generó un deterioro en su ánimo durante los meses previos a la Feria de Abril
«Sigo siendo amigo de Santiago Abascal, pero no quiero que se encasille tanto a Vox con el mundo del toro»
Morante detiene la historia del toreo
![Morante de la Puebla, junto a las dos localidades que tiene abonadas en la Maestranza](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/sevilla/2023/05/07/juan-flores-foto-RX6mzRJWMn845DASp4T9pKL-1200x840@abc.jpeg)
Lo de Morante –así, a secas– ha traspasado todas las endogámicas fronteras del mundo de los toros. Bastaron los novecientos metros que separan a la Maestranza de la terraza de la cafetería Donald para comprobar la aureola de la fama. Que por el ... tratamiento de los peticionarios de fotografías rápidamente se identificaban entre taurinos y profanos. Unos empezaban por «maestro», otros por «Morante». Pero todos coincidían en felicitarle «por el rabo», que sigue sonando un poco raro. El audio de la entrevista está plagado de interrupciones, de anécdotas. Como la aparición de los diseñadores: «Buenas tardes, maestro. No sé si me conocerá usted, pero le he visto y tenía que darle la enhorabuena». «Claro que le conozco, pero no sé si eres Victorio o Lucchino». Era Lucchino. Victorio fue más directo: «¡Qué grande eres, Morante!». Y no menos simpático fue lo del taxista que interrumpió su carrera, y el tráfico de la calle Canalejas, para decirle que él sabía que aquello iba a pasar: «El Martes Santo salí con la hermandad del Cerro para pedirle bendiciones y salud para usted». O el conductor de Tussam (autobuses municipales) que aprovechaba que un coche en doble fila no le dejaba avanzar para hacer de guía turístico y explicarle a los usuarios qué patrimonio inmaterial dejaban a un lado. Aquello recordaba a lo del cochero de caballos que por la calle San Fernando se encontró al Faraón de Camas esperando un taxi: «A la izquierda, la antigua Fábrica de Tabacos, actual Universidad de Sevilla; a la derecha, Curro Romero».
–¿Se puede pasar página de un hito así?
–Sí, se puede y se debe pasar página porque los compromisos están ahí. Madrid está muy cerca y Sevilla ya es pasado. Poco tiempo da para la alegría, porque de nuevo viene el pensamiento y el problema de estar anunciado y de tener que dar la talla.
–El comienzo de aquello marcó una evolución en su estilo, con unas verónicas más hundidas de su estilo habitual. Más para usted, más jondas.
–Al toro le faltaba desplazarse un poco más, pero embestía bastante bien. Y la verdad es que fueron unas verónicas especiales. Cuando las he visto hoy [en la Maestranza reprodujeron el vídeo tras la donación del vestido] me he dado cuenta de que fueron profundas. Llevas razón. Me acordé mucho de Romero, y se lo dije en su cariñosa llamada, que fue para felicitarme y alabarme. Recordaba cuando él cogía el capote más grande.
–Parecía agarrar el capote más recogido.
–Lo estoy usando ahora algo más pequeño. Los toreros tenemos momentos. Hay etapas en que los usamos más grandes y otras en que los preferimos más pequeños. Éste de ahora es bastante normalito, pequeñito. Y puede ser por eso. Me gusta lo que me dice Rafael de Paula de Antonio Ordóñez: «Aunque cambiase mucho en su forma de coger el capote, siempre toreaba bien». Y a mí me gusta combinarlas porque me produce una transmisión diferente según lo coja. Es verdad que lo cogí más chiquito y cerca de la esclavina. Son cosas que no tienen importancia pero que está bien que las comentes. Pero por encima de todo lo que intenté era torearlo muy por dentro, que pasara por dentro sin que me cogiera el capote.
–Eso es una barbaridad, una temeridad. Es decir, usted no es que se adapte a una embestida vencida del toro, sino que la provoca.
–Sí, es la verdad. Le volaba el capote para que él lo viera por dentro y viniera por ahí. Me parecía un buen toro y a los buenos toros me gusta pasármelos cerquita. No era fácil porque el toro no tenía recorrido, pero sí que tenía nobleza. Y aunque embistiera cerca yo tenía la confianza de que no iba a meter la cabeza para mí. Intentaba torearlo para mí, más cerquita, ese es el sentido de buscarlo cerca.
–Eso certifica lo de antes: «toreó más jondo, más para usted».
–Así es.
–¿Cuál es el gran referente capotero de la historia?
–Rafael de Paula, Antonio Ordóñez y Curro Romero. Dicen que Ordóñez hablaba mucho de Cagancho. He visto vídeos de Gitanillo de Triana y me ha parecido buen capotero. Y de Belmonte, aunque eran otros tiempos. Siempre ha habido buenos capoteros… y malos. Pero si el aficionado quiere ver el paso de todos los toreros y la evolución en el capote debe buscar a Curro y Paula. Curro con un estilo de más gracia y Paula con un estilo más profundo.
–¿Cuál es el secreto del toreo con el capote?
–En el caso de que yo lo tenga, tiene muchas connotaciones. El secreto es torear con sentimiento, con el alma. Después vienen los estilos y los momentos que esté atravesando uno mismo. El toreo de capote además tiene mucho de misterio. Y el misterio uno no lo puede ni resolver ni descifrar. Por eso es misterio, y por eso es sentimiento.
–No ha explicado lo del dorso verde.
–El amarillo nunca ha sido un color que me hiciera gracia. Está instituido, y me parece bien. Hasta que un día pensé buscarle otro color. Y viendo cuadros de Roberto Domingo, que solía pintarlos en celeste cielo, encontré que a veces salía alguno en ese verde crema o pastel. Y quise intentarlo. Las primeras telas, que había que encargarlas a fábrica, parecían más verde limón. Y este año hemos conseguido aclararlo un poco más. Me gusta así.
–El compendio de suertes y momentos ante Ligerito dejaba estampas pretéritas. ¿En qué se fija para lograr todo aquello?
–Busco siempre en las fotografías de toreros antiguos porque son pinturas. Enseñan cosas, gestos: la mano que no torea, el pie que no carga, la cara... Me gusta ver todas esas cositas. Son detalles que después en la plaza y en una faena pintan mucho. Que de tanto fijarse uno acaban saliendo cuando menos lo esperas.
–Pero no sólo en los gestos, hubo interpretaciones que parecían claras inspiraciones de otros toreros. Por ejemplo, los ayudados finales. Sin acompañar la embestida, hacia arriba.
–Son más del gallinero [ríe]. Marcaban la tendencia de los Gallo. A pie puntilla, un pase muy corto. Aquello pertenece a otra época del toreo. Claro que era otro tipo de toro.
–Y continuaron unos naturales de frente y a pies juntos que en Sevilla dirían que son de Manolo Vázquez, pero que se remataron con la pierna por delante que eso era claramente de Paula.
–Fue una obra mía, más cerca de Rafael de Paula que de Manolo Vázquez. Ese último tuvo un corte muy paulista, en el que hago lo que él tanto me repite: «La pata palante». A todo eso le imprimo mucho gusto para que no parezca una imitación barata. Que sea algo propio.
–Los banderilleros no le dieron ni un capotazo tras la estocada.
–Me fui corriendo para ellos porque una estocada y una faena como esa merecen la emoción de que el toro muera sin que se le den vueltas, que tiene mayor belleza que cuando el ruedo es un alboroto de gente. Mi cuadrilla lo entendió y se apartó, pero el animal seguía buscando pelea y le pegué aquellos naturales en los que tanto me acordé de Julio Robles. Fue una muerte muy emocionante.
–Lo verdaderamente sorprendente es que no le tiemble el pulso con la espada cuando hay tanto en juego.
–Sabía que me podían pedir el rabo, pero sólo quise pensar en hacer bien la suerte. Echarle bien la mano izquierda al hocico, aguantar un poco y arrancar. Repetía eso en mi cabeza. Estaba más concentrado en la técnica que en la emoción de lo que fuera a pasar. Creo que debe ser así. Cuando te pones delante de un toro para matarlo hay una técnica que debes respetar. Y yo trataba de recordarla en ese momento.
–Eso es la máxima expresión de la pureza: anteponer la integridad torera al triunfalismo.
–Era lo que aquello se merecía. Tanto la faena como el toro, porque fue un gran toro. Se merecía que le hiciera la suerte como se debe de hacer. Con pureza y honradez.
–¿Cómo se celebra un triunfo así?
–No pude salir de la habitación porque no paraban de entrar unos y otros. Cuando ya aquello se terminó, que serían las cuatro de la mañana, no eran horas de ir a la Feria. Espero que haya otro día para celebrarlo de una manera distinta, porque un triunfo así se debe celebrar del mejor modo posible. Pero como tenía tantos aficionados y seguidores que deseaban este momento, como si parte de mi futuro fuera o tuviese que ser, sin tener por qué ser, porque es un hito muy difícil, pues quise estar con ellos. Ellos siempre me decían «vas a cortar un rabo en Sevilla». Y cuando llegó se lo quise dedicar. Por eso atendí a todos los que venían a abrazarme. Pero no me tuvieron que echar.
–El modo de rematar la feria contrastaba con su ánimo durante el arranque. Reconoció que lo había «pasado mal psicológicamente».
–Desde que acabó la temporada hasta que llegué a Sevilla sufrí mucho con mi cabeza. No he dejado de sufrir y es difícil de explicar. El Domingo de Resurrección me cogió el cuerpo un poquito más regular que los otros días. Sufrí mucho hasta que pasó.
–¿Es el toreo la mejor medicina contra una enfermedad?
–Una buena medicina sí que es, sin ninguna duda, porque mejora. Pero no cura. Uno siempre espera estar contento, estar bien e ilusionado. Y eso es lo que más temo antes de que lleguen las grandes ferias. Espero tener suerte y que no me maltrate tanto desde arriba en las próximas corridas de Madrid, que son las más importantes.
–Dicen que para torear bien hay que haber pasado fatigas en la vida.
–Eso decía Paula, que le gustaba torear con fatiga. Es verdad que uno utiliza la faena en la que se entrega a un toro como si fuera una terapia y no dejarte nada dentro. Eso es torear con fatiga.
–Siempre se le ha reconocido su mala fortuna en los sorteos, pero no creo que su consagración cimera de estos tres últimos años esté relacionada con tener buena baraka. ¿Qué ha cambiado en su técnica para que le valgan más toros que nunca?
–El conocimiento y la quietud es lo que más ha eclosionado en mi toreo. No he sido un torero con mucha suerte, pero este último año no me puedo quejar, la verdad. Aunque haya salido algún que otro toro bastante malo. Me conformo con el resultado en general.
–Antes habló de un interés por ceñirse a los toros con el capote y ahora menciona la quietud. Parece la antítesis de un torero artista.
–Cuando el toro lo merece, creo que eso es de artista. El arte no tiene miedo. Se trata de entregarse a una causa sin miedo. Cuando el toro lo requiere y lo merece. Pasa pocas veces, pero cuando pasa, me gusta pasármelo cerquita y quedarme quieto. Como me pasó con el segundo de Matilla, un toro noble que intenté siempre pasármelo muy cerca para que tuviera resonancia la faena.
–Maestro, tengo una duda: el arquetipo es Gallito, que propone la evolución del toreo... [se interrumpe la pregunta].
–Gallito se propuso hacer lo difícil mejor que nadie. Belmonte digamos que fue más conformista, siendo su toreo de arte. Pero a veces cuando uno quiere llegar a la cima no puede pensar en la mitad de la montaña, sino en la cima. Y la cima era José.
–La duda era que mientras que José propuso la evolución del toreo, usted pretende regresar a esa época. ¿No es eso ir en contra del ideal de Gallito?
–Yo no propongo ir hacia atrás. Yo busco hacer lo difícil, que a veces no es lo bonito. Si no lo efectivo. Y por supuesto que yo no quiero emular a Joselito, ni mucho menos. Soy admirador de él, pero tengo mi propio estilo. Me gusta incorporar cosas de él y sacar en mi toreo cosas suyas. Pero son dos épocas distintas. Los toros no son los mismos. Ni los trastos, que antes eran muy pequeños y livianos. Pero sí que con los toros que salían en esa época, esas cosas que hacía sólo las podía hacer él.
–Llama la atención que ha desaparecido de la escena política. ¿No quiere que se le siga vinculando con VOX?
–Sigo siendo amigo de Santiago Abascal, pero no quiero que se encasille tanto a Vox con el mundo del toro. Fíjate cómo es nuestra amistad, que a veces me pregunta si quiero que venga a verme a la plaza y le digo que no. Para mí, como amigo suyo, es un doble alivio porque me evita estar pendiente de él en la plaza, de que se sienta cómodo y no tenga problemas con nadie, porque en la plaza hay aficionados de todos los partidos. Y yo sufro porque es mi amigo y no quiero que se sienta mal. Eso me produce más tranquilidad. Además, la política para mí es muy desagradable. Eso no quita que tanto él como su partido hayan apostado por las tradiciones, por la España rural y la antigua. Pero no quiero que determinados periodistas utilicen los toros como medio de sorna. Hubo un tiempo en el que yo veía peligrar mucho el devenir de la fiesta de los toros y ahí sí que me metí más, incluso mis apariciones parecían más políticas que taurinas. El miedo ése ya ha pasado, gracias al apoyo de Vox en la defensa de las tradiciones españolas.
–Lo de esta feria parece haber sido la reconciliación definitiva entre los partidarios de las dos últimas leyendas del toreo sevillano (Romero y Morante). La llamada del maestro fue todo un gesto.
–Es una respuesta difícil. Está claro que el que es romerista se quiere morir siendo romerista. No es dar el brazo a torcer, es ver las cosas y disfrutarlas. Sí que he sentido que Sevilla me ha exigido mucho, pero no sé si eran partidarios de Romero o no. Pero sentía que me apretaba la plaza lo más grande. Por supuesto que el maestro no tiene ninguna culpa de nada. Es como el que es del Betis y siempre ha dicho que muere por el Betis y llega otro nuevo equipo que funciona y le cuesta reconocer que este equipo lo está haciendo bien. Agradecí mucho la llamada del maestro.
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