el momento de la verdad
Un premio ya para el don divino del gafe que sigue a Morante
Ese jartible aguafiestas merece odas y monumentos; merece la instauración del Premio al Gafe. Y cuando lo reciba le jalearemos hasta que, como tarareó aquel, «nos duelan los pies de tanto aplaudir»
El Cid y el Dorado de lo clásico

Hay un seguidor de Morante que tropieza sobre sus propios pies, que rompe los zapatos hasta caminando descalzo y que en cada primera cita pronuncia la frase más inoportuna: «No eres tú, soy yo». A Morante le persigue un gafe al que más que ... machacar habrá que celebrar para no retorcernos en nuestra propia rabia. Qué arte, qué don divino, qué habilidad innata. Tiene querencia por el de La Puebla como el antitaurino holandés errante. Y cada vez que acude a una plaza al sevillano no le embiste ni el carretón y, si le embiste con clasecita uno, como ese Carasucia cuarto, se deja su fuelle en varas (no se puede zurrar así una corrida de Alcurrucén tan rica de belleza como pobre de casta y fondo). El innombrable se quedó en su casa el día del rabo. ¡El colmo del gafe! El de las pipas se le puso ayer delante mientras el torero deletreaba un cartel diestro y dos naturales de lenta pureza y, para más inri, se perdió aquel 21 de mayo madrileño en que Morante desveló el misterio de la verónica. ¡Qué macacoa la suya!
Desde aquí, con todo respeto, le imploro que no pise la ciudad de esa Cibeles que acaricia la decimoquinta las tardes isidriles de José Antonio. Quédese en su casa, hombre. O acérquese a una boda o a una conferencia, que a las siete, en Madrid, o la das o te la dan. Meta la pata con algo memorable. Abandone su tendido alto, recorra el mundo y barrene con estilo en la calle. No sea usted tímido: trame algo épico. Regale humor al turista de la Plaza de España, haga una visita a la sede de Sumar o como el empleado del Pinakothek der Moderne de Múnich cuelgue usted algún garabato en una galería ecologista. Usted siempre dará que hablar.
Perdonen que no ponga su nombre, pero no quisiera que esta noche la rotativa se pare y que estas líneas se queden sin envolver el 'pescaíto' que el muy gafe se comerá mañana mientras está a punto de atragantarse el de al lado. Porque el cenizo es invencible. Ninguna de las cuatro de Morante se ha perdido y sólo medio toro le ha embestido. Con su corbata de caracoles sin concha, con sus tropiezos en lo más llano, con sus «hay que picar» a animales desganados. Ese jartible merece odas y monumentos; merece la instauración del Premio al Gafe. Y cuando lo reciba le jalearemos hasta que, como tarareó aquel, «nos duelan los pies de tanto aplaudir». Al aguafiestas del año, al portento de la mavita, al gafe madrugador que paseaba por la calle Pureza y llovió una petalada. Incansable. Heroico. ¡Qué arte más grande! ¡Qué don divino! ¡Qué habilidad innata! Quintaesencia del 'gafismo'.
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