Domingo de Resurrección en Sevilla
Una corrida vulgar y un suceso paranormal entierran el trono del toreo en la Maestranza
Plaza de toros de la Maestranza
Una impresentable corrida de Matilla arruina la tarde más importante del año en la Maestranza y ensombrece la dimensión más artística e ilusionante de Roca Rey
En sexto lugar salió, sin que las autoridades lo comunicaran a los aficionados, el segundo sobrero; paradójicamente, el de mejores hechuras
En imágenes, Puerta del Príncipe de la corrida del Domingo de Resurrección de 2024 en Sevilla
Una corrida vulgar, sin categoría en su estampa. Indigna para el día más importante del año e impresentable para el templo en el que supuestamente se disputa el gran trono del toreo. De siete toros lidiados, sólo uno fue armónico en su lámina. Que ... no pertenecía a la divisa titular, ni tampoco debió salir al ruedo. Un suceso paranormal, que sobrepasa los límites de la inteligencia humana, y que fue el broche de oro para este despropósito de Domingo de Resurrección. Que arrancó casi seis horas antes, cuando pasadas las cuatro de la tarde alguien decidió retirar la lona, antes de que a la hora lorquiana se abrieran las compuertas del cielo para rematar una Semana Santa gloriosa.
Domingo de Resurrección
- Plaza de Toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Domingo, 31 de marzo de 2024. Corrida inaugural de la temporada. Lleno de 'no hay billetes'. Se lidiaron toros de la familia Matilla, de vulgar presentación para la corrida más importante de la temporada y escaso juego. 1º, desrazado y manso; 2º, violento y sin estilo; 3º, devuelto; 3º (bis), con temple y mejor estilo, aunque –quizás por eso– justo de poder; 4º, agarrado al piso; 5º, descompuesto; 6º, (de Román Sorando) paranormal.
- Morante de la Puebla, de grosella y oro. Pinchazo y bajonazo (palmas); dos pinchazos y descabello (silencio).
- Sebastián Castella, de azul noche y oro. Estocada (oreja); pinchazo y estocada (palmas).
- Roca Rey, de de verde esperanza y oro. Estocada (oreja); estocada (silencio).
- Incidencias: el festejo comenzó con treinta y cinco minutos de retraso por el mal estado del ruedo tras las lluvias caídas durante la previa. Saludó Curro Javier en el primero tras auxiliar a su compañero en la lidia y gustarse en banderillas. También saludaron sus compañeros de cuadrilla, Joao Ferreira y Alberto Sayas, en el cuarto, y José Chacón en el quinto. Destacó el arrojo de Viruta en banderillas ante el sexto.
No suscribirán eso de 'gloriosa' los presidentes de las petaladas, hermanos mayores de esta sociedad desvirtuada, pero me darán la razón quienes llevaban meses pidiendo rogativas. Agua para nuestra madre pagana, que es la tierra. Y ahí están ya las cunetas, colmadas por las escorrentías. Y los pantanos, desembalsando como hacía años que no se conocía. Y las dehesas, sagrario del toro bravo, con el verde acariciando la flor de las futuras bellotas. Una Semana Santa de recogimiento, íntima. Como la de Morante de la Puebla, que aislado en su penitencia personal ha vestido el ruán en unos días de silencio sepulcral.
A las seis y media de la tarde, con los clarines enmudecidos y el palco deshabitado, salía al ruedo Morante de la Puebla. La primera chicotá del Domingo de Resurrección. Con su capotillo sobre el brazo, a modo de cruz, racheando sus zapatillas por la tierra que hace menos de un año lo elevó a la gloria para meterse en los charcos. Subía el pesimismo por los tendidos como en una especie de ascensor paternoster por el que caían goterones con trapío de granizo. Treinta y cinco minutos después era Morante el primero en plantarse frente a esa otra 'rampla' de la sevillanía. No la del Salvador, sino la que sube del patio de cuadrillas al ruedo de la Maestranza. Ya liado, esperando la salida de ese sardito que ha recorrido este domingo las redes sociales como dicen que recorrió –mestre Luis Miguel Parrado– Valencia en julio y Sevilla en San Miguel. Que salió najado, como de estar corraleado. Como placeado. Que verdaderamente lo estaba.
Y al tercer lance, cuando algunos ya creían ver la resurrección del genio, se vencía ese Esaborío para dentro, con la querencia de quien piensa con la inteligencia de un ser humano. Con el matador desganado y el lidiador auxiliado. Bravo por Curro Javier, haciéndose dueño del desconcierto. Suya fue la gran ovación de un primer acto del que es mejor resumir, como hizo Morante. Abreviando en los blandos ante la falta de raza. Del toro... y del torero.
Raleo, el segundo, tenía altura como para saltarlo con una pértiga. Escurrido por detrás. Sin perfil. Sin categoría para la corrida más importante del año. ¿De quién es la culpa de que salga un toro así? ¿Del ganadero? ¿Del empresario? ¿De los toreros? ¿Del presidente? Vayan para ellos el pañuelo verde que no vio Raleo, que rimaba con feo. Elevado al éxito en un soberbio conjunto. Desde el compás de José Chacón con el capote –ordenado, pausado y con torería– hasta la exhibición de capacidad y agallas de Castella, que tras ver volar su muleta en un primer gañafón se metió por abajo. Crujiendo las durezas de Raleo, sin estilo y sin entrega. Exponía el francés con la verdad irrefutable de su valor, expuesto siempre al natural. Aplomado donde media hora antes había un lodazal. Se entregaba la Banda Tejera, y la plaza, como por momentos parecía entregarse la fiera. Que de revolverse a la velocidad de la tormenta inaugural incluso quiso gustarse en alguna embestida final. Máximo reconocimiento a Castella, que rubricó por todo lo alto su soberbia labor. Una oreja ganada a pulso, a base de…
Quien sí vio el pañuelo verde fue el cárdeno salpicado tercero, también conocido como Amargado –¡qué nombre!–. Un engaño –como el de Matilla– en su robusta su lámina. Grandullón, amorrillado, de colgante badana e inflada panza. Un bluf, derrotado al primer lance. Y salió por él Frangeado, también de Matilla. Cornalón, para haberlo lidiado –si tuviera un remate más decoroso– en San Isidro. O en Pamplona. O con un cascabel por las calles valencianas. Que en su ausencia de talento tuvo alegría. Y nobleza. Todo sostenido por la falta de poder. Trataba de esconderlo Roca, con recelo. Mimoso e indulgente con la capa, reservando esos goterones que venían en condicional, sujetos a mil requisitos. Que todos los tuvo el torero, incomprendido en su versión menos impactante aunque, paradójicamente, más artística. Donde antes hubo trallazos, ahora había arrumacos. Y suavidad. No ya en el cite, sino en el embroque, en el transcurso, en el muñecazo. Introducción, nudo y desenlace. Con cadencia, en una colocación más liberada de compromiso. Más acomodada para el toreo. Gustándose en la media altura, girando en una especie de coreografía bien aprendida. Sin la vibración que no traía el toro, sin los efectos especiales que le reclama su gente. Pero más torero que nunca. Como al natural, cayendo los vuelos, vaciando el piquito a la altura de las pezuñas. ¿Es ése el camino de Roca? ¿Será capaz de sacrificar el éxito en beneficio de la calidad? Ojalá.
Más comprendido fue Morante, arropado en unos primeros lances que no terminaron de cuajar. Con más pasión que perfección, sobrepasado en una nueva vencida hacia adentro. Lo normal. Pegado a tablas y con dos cuartos de arena. Dos cuartos creció después el torero, más despierto y entregado. Intermitente en el pulso, aunque recuperado en la colocación.
A las nueve, ya –y siempre– de la noche, salía el quinto. El 'tío de los gintonics' había guardado ya el cajón de cubatas a granel. Aunque seguía gritando, tan esperanzado como Castella, brindando en los medios. Más que un destilado, pegaba un buen caldo. Caliente, y de puchero. Tanto frío como en la faena a Expléndido (con x) –engañifa hasta en su nombre, en la redacción y en el concepto–, descompuesto en sus limitaciones físicas. Un espléndido coñazo.
Del sexto (bis) mejor no hablaremos. Por respeto a los sucesos paranormales. Nos la colaron. Sí, porque nadie comunicó en la plaza que saldría en turno titular el segundo sobrero. El de mejores hechuras, el que debía haber salido de inicio. ¿El argumento? Dicen que el otro se había echado ¡Qué cosas!
La Revolera
Cuatro apuntes de la corrida
- La lona protectora. De nada sirve tener la mejor lona de todo el toreo si, dos horas y media antes del festejo, la quitan. Después de una Semana Santa en la que se ha demostrado que con la meteorología hay que andar con pies de plomo, ¿a quién se le ocurrió prescindir de ella tan pronto?
- Los areneros. Una vez confirmado el desastre, cayendo chuzos de punta sobre su albero, hay que reconocer la labor de estos operarios que consiguieron ponerlo a punto para sacar adelante la corrida más importante de la temporada. Ovación para esa cuadrilla.
- Baile de corrales. Del inexplicable suceso del sexto toro, reemplazado por un segundo sobrero sin que nadie fuese informado, alguien deberá dar explicaciones. En un país en el que nadie dimite, no esperamos que lo hagan por este despropósito, pero qué menos que ser informados.
- La Maestranza. Como ya es tradición, vayan estos primeros apuntes del año para destacar el lucimiento de la Maestranza, cuidada como pocas, por no decir ninguna. ¿Qué diremos cuando de una vez se habilite una sala de prensa acorde a estos tiempos? Que sea pronto, que falta hace.
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