Un arte viejo y eterno
Me entero por ABC de la muerte de Alfonso Pérez Sánchez, viejo amigo, gran historiador del arte, discípulo predilecto de mi maestro don Diego Angulo. Sus conferencias sobre el Prado marcaron época. Últimamente vivía en Sevilla, junto a la muralla del Alcázar. Amaba todas las artes: además de la pintura, el teatro, el cine...
Estando anunciados Morante y Manzanares, no es raro defender que la Tauromaquia es un arte, porque crea belleza: «lo que, visto, agrada», decían los escolásticos. Un arte de gran dificultad, por una doble razón. Ante todo, se ha de realizar en vivo, en un momento fijado de antemano, sin posibilidad de corregir los errores (lo mismo que el teatro frente al cine, por ejemplo).
Además, la materia con la que el diestro crea belleza es un animal de reacciones cambiantes y peligrosísimo (aunque el Sr. Mosterín no se entere: que le pregunte al gran Luis Mariscal). Por eso le decía mi amigo Manolo Vázquez a don Severo Ochoa que su tarea era más complicada que la de un investigador...
Todo arte une cosas nuevas con cosas eternas. Lo esencial debe permanecer; lo accesorio, modernizarse. Magnífica modernidad es la de un coso cubierto como Illumbe, que nos permite, con toda comodidad, olvidarnos del cambiante clima donostiarra. A la entrada, una escultura abstracta recuerda a su impulsor, Manolo Chopera. (No a don Pablo, su padre, como escribí por error). En cambio, la belleza de una verónica o un natural son eternas, no admiten moderneces.
Los toros de Núñez del Cuvillo, bien presentados, han sido flojos y nobles, no han creado grandes dificultades. Me imagino que estaban elegidos para José Tomás...
Supongo que El Tato iba a abrir cartel a José Tomás; ahora, tiene el papel de Gallardón en el PP de Madrid: un verso suelto... Con toda simpatía volvemos a verlo, reaparecido después de superar una enfermedad. Al precioso melocotón primero, justo de fuerzas, lo recibe con verónicas, muy asentado. Sus muletazos
son correctos y mandones pero su recio estilo aragonés brillaría más con más toro. (¡Aquella inolvidable tarde de los victorinos en Sevilla!). No mata bien.
Flojea el cuarto, al que da un gran puyazo Germán González. Lo brinda al público El Tato, logra muletazos mandones y una buena estocada. Ha estado bien pero creo que ni estos toros ni este cartel eran los adecuados para él.
Bien armado el castaño segundo, embiste rebrincado y no le deja a Morante confiarse con el capote. Mansea en varas y entra incierto. Lo sujeta y dibuja tres muletazos que son auténticas pinceladas: torea a placer, con esa gracia que no se aprende, se tiene o no se tiene. Se raja el toro y no permite redondear la faena pero los detalles han sido bellísimos. Hasta para irse del toro hay que saber hacerlo con garbo... Es un placer ver torear así, aunque no mate bien ni corte trofeos.
Con el quinto, renqueante, dibuja Morante preciosas verónicas, «marca de la casa». Saludan en banderillas Lili y Sánchez Araújo. Inicia la faena con ayudados por alto, cargando la suerte, barriendo el lomo del toro, que suscitan un clamor. ¡Qué pocos toreros hacen hoy eso! Después, lo torea con todo el arte que las escasas fuerzas del toro permiten. Como decían los revisteros, los adornos y remates «tienen usía». Faena de detalles, de pura estética sevillana, que deleita. ¿Por qué no da la vuelta al ruedo? No lo entiendo.
Veroniquea Manzanares muy ceñido al tercero, otro toro flojo, al que cuida en varas, pero que embiste con trote cochinero. Los muletazos elegantes se deslucen por las caídas del toro. Se adorna con empaque. Hubiera sido una gran faena... con más toro (pero el diestro no hubiera estado tan cómodo). La gran estocada pone en sus manos dos orejas.
El sexto, al que pica bien Barroso, también flojea pero se revuelve, con cierto genio. A fuerza de insistir, logra Manzanares algunos naturales limpios, ya mediada la faena, que no es redonda, como prueba el desarme final. Esta vez no
acierta con la espada.
El verdadero arte no tiene historia, es siempre actual. Manzanares ha mostrado esta tarde su estética mediterránea y Morante, sin cortar orejas, nos ha deleitado con su filigrana sevillana. La belleza —decía Keats— es una alegría para siempre. La Tauromaquia es un arte viejo y eterno.
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