La Taurina de ABC
La amargura del triunfo
La victoria judicial del banderillero José Manuel Soto, más moral que económica, confirma que le amputaron las probabilidades de salvar su pierna
Condenan al Servicio Andaluz de Salud por la asistencia a un banderillero que perdió una pierna: «No han explicado su tardanza»
![El banderillero José Manuel Soto tiene ahora una prótesis en su pierna izquierda](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/09/23/jose-manuel-soto-R5nigGe4t7bhhS2R9k2ByfK-1200x840@diario_abc.jpg)
«El tiempo se escapa de las manos, y no se da cuenta la gente», sentencia el Faraón de Camas. Son más de ocho los años que han pasado desde el 20 de agosto de 2016. Un tiempo que voló y sopló sobre el recuerdo ... colectivo hasta hacernos olvidar quién fue y qué le pasó a José Manuel Soto, un subalterno algabeño que sigue recordando cada mañana aquel maldito momento en que perdió la llana costumbre de caminar con sus propios pies. Eran las ocho de la tarde de aquel fatídico día cuando de golpe y porrazo, nunca mejor dicho, perdió la sensibilidad y el control de su pie izquierdo. Le habían acometido al mismo tiempo las embestidas del infortunio y el desconcierto: una plaza de toros sin enfermería, la mala decisión de quien mandó a la ambulancia al hospital equivocado, la parsimonia de quienes no apremiaron los posteriores traslados y unos médicos que tardaron en aparecer, al mismo tiempo que su pierna iba desapareciendo.
La victoria judicial de José Manuel –más moral que económica (¿acaso tiene precio una pierna?)– confirma que lo primero que le amputaron fue la oportunidad de poder salvar la pierna y pone al descubierto un sistema fallido. Porque su lesión no fue culpa de nadie, pero sí las decisiones y acciones que se llevaron a cabo. Cuando a las nueve horas del accidente entró en el quirófano adecuado, su pierna ya estaba sentenciada. Ocho años después, es el SAS quien está condenado. No por la amputación de su pierna, sino por cercenar la oportunidad de haberla salvado.
De las doce horas que pasaron entre la cogida y la intervención definitiva en el quirófano de cirugía vascular, la sentencia subraya dos circunstancias especialmente preocupantes: la decisión de llevarlo a un hospital sin medios para una lesión de tal envergadura –¿cómo quedan hospitales sin medios suficientes como para enderezar una lesión traumatológica y recuperar el flujo vascular?– y las tres horas injustificadas que José Manuel pasó mirando las musarañas de los hospitales. El juez hace constar todas las decisiones incorrectas que se tomaron, aunque pocas tan sangrantes como la respuesta del Servicio Andaluz de Salud a la reclamación patrimonial del banderillero, rechazándola el organismo público por la supuesta «inexistencia de nexo causal entre la asistencia y el daño producido». Finalmente, el SAS deberá indemnizarlo. Cincuenta mil euros es el precio de una pierna.
Un mundillo implicado
Antes de esta victoria judicial, José Manuel Soto triunfó en el lado de la amargura. 'La amargura del triunfo', como tituló Ignacio Sánchez Mejías aquella novela sobre los ascensos y desengaños de un torero. Pocos han vivido más desengañados e infortunados que Soto, desahuciado personal y profesionalmente hasta que tras este triste suceso se encontró con la cara bondadosa del mundo de los toros, la de un mundillo plenamente volcado ante su necesidad. Desde un Ramón Valencia que arrastró a la Real Maestranza para poner a su disposición la Plaza de Toros de Sevilla, hasta el sigiloso apoyo de un José Tomás que encabezó la lista filantrópica. Larga fue esa nómina de aficionados y profesionales que colaboraron frente a la vulnerabilidad del subalterno algabeño.
La vida –alejado, aunque no tanto, de los ruedos– le ha empezado a sonreír durante estos años. Ha sido padre y, gracias a la ONCE, no le ha faltado trabajo. Sigue frecuentando aquella plaza de carros en la que un día soñó con ser figura de los toros, y donde un día las figuras torearon para que siguiera soñando. Gracias a una prótesis camina con aparente normalidad, y con sus intactas manos lancea al viento de la Vega del Guadalquivir con el anhelo de volver a hacerlo ante las embestidas de un toro como el que apunto estuvo de quitarle la vida, por el que Soto siempre estuvo dispuesto a entregar su vida. Posdata: este texto no lo ha escrito el periodista, sino el anecdótico banderillero que lo acompañó en aquel aciago día. Honor y gloria para los toreros.
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