faenas históricas
Emilio Muñoz, el toreo que hace crujir los cimientos del arte
El diestro trianero cuajó en la Feria de Abril de 1999 al toro «Jarabito», de Zalduendo, una de las grandes faenas de este ciclo

Aquel «niño prodigio» que conmocionó a los aficionados y tuvo que descansar en 1986, volvió en el año 1990 para escribir páginas gloriosas en el arte del toreo que sirvieron para redescubrir el toreo abelmontado, el que hace crujir sus cimientos.
Emilio Muñoz, torero trianero por los cuatro costados, dejó para el recuerdo faenas que perduran todavía, a pesar de que lleve ya la friolera de 15 años alejado de los ruedos. Capaz de romperse la cintura llevando al toro hasta donde parece imposible, sus tardes de gloria en el coso del Baratillo son ejemplo de cómo el toreo puede sublimarse de tal manera que parezca que lo hemos soñado.
Y una de estas faenas sucedió el 20 de abril de 1999 merced al toro «Jarabito» de Zalduendo. Fue la penúltima —nunca la última, me niego, admirado maestro— obra maestra que presenciada, junto con diez mil almas que no creían lo que estaban presenciando, por Rivera Ordóñez y José Tomás, sus compañeros de cartel.
Y eso que en su primero, se vio al Emilio Muñoz de las «nubes negras» que aparecían por el horizonte trianero trayendo las peores sensaciones y desesperando a aquellos que esperaban el toreo y en lugar se encontraban con ese no saber mentir delante de la cara del toro y desentenderse de todo y todos.
Zabala de la Serna, en la crónica de ABC de Sevilla, comenzaba diciendo que «Muñoz se reencontró con Belmonte y Triana (...). Y lo hizo sobre la mano izquierda, desde una serie rítmica y acompañando el toreo con la cintura a una totalmente abelmontada, abandonadas las formas, quebrada la figura. Pero todo desprendía aroma añejo. Qué bien sabe hacer el toreo Emilio Muñoz, retorcido o no. Mejor cuando no, pero qué bien».
Aquella faena, presidida por el toreo al natural, donde afloraba la esencia del toreo de siempre, era descrita en ABCde Sevilla de la siguiente manera:«Los vídeos y las películas en sepia no engañan, ahí están. El ejemplar de Zalduendo, completísimo durante toda la lidia, entregó sus orejas a Muñoz con su larga y franca embestida en el último tercio».
«Y cada cual que celebre el reecuentro con Juan como quiera. Desde luego, este que firma lo hará con la alegría provocada por volver a ver a un torero bueno y personal». Ahí quedaba, por penúltima vez, una obra sólo posible merced al temple abelmontado de Emilio Muñoz.
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