El VAR del tendido: la primera vez en el volcán de pasiones de San Fermín
Pamplona es una explosión de amor: en la Estafeta, en el vallado, en cada parque, en cada bar... Del amor en la calle al amor en la plaza. De la sangre fría de Roca Rey al corazón caliente de las gradas, rendidas al peruano

Llevaba una camiseta anudada, vaqueros rotos, calcetines a rayas y un cintillo estrellado. Por supuesto, todo en rojo y blanco. Se llamaba Carolina y era su primera vez. Su primera vez en San Fermín. Con los dieciocho años recién cumplidos, sus padres le decían que ... no tenía edad para acudir a una feria tan multitudinaria ni mucho menos para hacer el amor. «Uff, cuando se lo cuente a mi madre...» Desde un pueblo de la Alcarria -«no ponga cuál que es muy pequeño y todos me conocen»- se presentó en Pamplona. Y todo hizo de una vez: «Me he enamorado». Lo de Carolina, a la que cantaron en las vaquillas la letra de M-Clan, había sido amor a la pamplonesa, una explosión. En la capital navarra el enamoramiento bulle al compás de la fiesta: en cada calle, en cada plaza, en cada banco… En la anochecida de un parque o junto a aquel tronco tatuado de flechas.
De amor real sabía Pedro, en el asiento 15 de la andanada, con una gorra que no tapaba su mirada clara. «Mi mujer es un ejemplo de valentía y coraje». Hablaba en presente, aunque hacía dos meses que había enterrado a Carmen, su esposa durante más de medio siglo. «Nunca muere lo que no se olvida», evocó en homenaje a todos los héroes anónimos.
Caían las lágrimas en el volcán de pasiones que es la Monumental, donde se ríe y se llora de verdad. Desde la Siberia extremeña habían llegado Sebastián y sus colegas para celebrar una despedida de soltero, con rezos al Santo antes del 'sí, quiero'. Larga era la cola de las ofrendas a San Fermín y más larga aún la que se formó en la Monumental, con miles de jóvenes tras el rastro de Roca, Rey indiscutible de la taquilla. Ni hueco para el aire había en el tendido. Llenó las gradas y el escenario. Y hasta el mismísimo estadio del Sadar hubiese abarrotado: «¡Osasuna, Osasuna!»
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Más cantarinas que nunca estaban las peñas desde que arrancó el espectáculo. Bocinero en el ruedo y vocerío en el tendido. 'No hay tregua' para animar más el cotarro. Ni el sofocante calor las apaciguaba. Mientras Herrera se tapaba la cara con el capote por los reflejos del sol, en el 12 se quitaban la camiseta desvelando el secreto de su tono dorado: 'Moreno Pamplona', era el eslogan. Caía el sudor por los torsos desnudos al ritmo de 'yo quiero bailar toda la noche' mientras Sierra arriesgaba en banderillas. Para acaparar la atención del público, Perera lo tuvo claro: echó las dos rodillas por tierra en siete muletazos de vibrante expresión. Rugía el graderío. Y cómo embestía Bocinero: ¡menuda clase! «Extraordinario el toro de Victoriano», subrayó un entendido.
Después del consultorio sentimental formado con la primera vez de Carolina, los de alrededor tenían ganas de ver a Enamorado. Decepcionó: «Ooohhh». Allí el que conquistó corazones fue Roca desde la apertura, un monumento al temple y la quietud en una moneda de un céntimo. Ligado todo. «Hay que ser torero», cantaban antes de gritar a pleno pulmón «¡Roca Rey, Roca Rey!», con acentos de todo el mundo. «¡Perú, Perú!», coreaban mientras ondeaban banderas. El matador veinteañero que rejuvenece el viejo escalafón de figuras impartió una cátedra de dominio, parsimonia y valor frente a un Jaceno con importancia. «Así se torea», sentenció una señora en el balconcillo. Pero aquel manicomio pamplonica, que presentía un triunfo grande, tuvo que conformarse con una sola oreja por el desatino con el acero y observó asombrado el pañuelo azul de la presidenta. «Los ha habido bastante mejores, advertían los profesionales en el callejón.
Tras el toro de la merendola, más allá de trofeos, bajó la intensidad en el tendido. Hasta que llegó el sexto. Peñistas y roquistas se vinieron arriba de nuevo. «Lolololo, lolololo», era el grito de guerra en la tarde de Cupido. «Beso a beso, me enamoré de ti», cantaba el sol. Espaldina a espaldina, el peruano los enamoraba. «Tiene la sangre fría», elogiaron por su aplomo. Sangre fría en la tarde de los corazones calientes.
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