EL MOMENTO DE LA VERDAD
Última hora: ¡A Juan Ortega le dan un aviso en el primer muletazo!
El trianero cortó dos orejas, pero no toreó para la Puerta del Príncipe: Ortega detuvo el mundo y toreó para el arte. Para la más Bella de las Artes. Y ahí nos rendimos todos
¡Cómo no lo van a temer!
![Juan Ortega y la belleza de un pase de pecho rodilla en tierra](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/04/15/rodilla_20240415220806-Rh4dYqjSMDeVMt994r1T3pM-350x624@diario_abc.jpg)
Contaban a la salida de la plaza aquello que decían de Curro. De otro modo: «¿Te has enterado de la última hora? A Ortega le han dado un aviso en el primer muletazo». Y no cabía mayor piropo. La leyenda del tiempo se había ... rendido ya a su capote: aquellas tafalleras se peinaban con una categoría inusual, con una armonía descomunal. Un quite para acunar duermevelas, para mecer el llanto del recién nacido. Ocurrió en el primer toro de Luque, un matador intratable que se inventaría luego una oreja. Los triunfos llegaron en los finales de una corrida de Domingo Hernández que no acaparará ningún premio ni por bonita ni por su bravura. Pero el sexto, cuatreño y de expresivas hechuras, brindó las embestidas que Juan soñaba. O quizá era Florentino el que soñaba con las caricias de Ortega. Sevilla era un crescendo de emociones mientras un torero desafiaba los códigos de algo superior al temple. Aquello era otra cosa. Un compás de fragua en erupción, de leña siempre en la candela de la torería.
Ortega no toreaba, Ortega era Robert Redford susurrando a un toro. Pero sin papel que interpretar. Siempre él. Naturalidad en estado cristalino, como el brindis a Pepe Luis. En aquel muletazo en el que sonó el aviso imaginario daba tiempo a enamorarse, desenamorarse y enamorarse otra vez. En los ayudados –maravilloso su toreo a dos manos– daba tiempo para repasar la trilogía de 'Los Tres Cuerpos'y empaparse de los siete capítulos de 'Juncal'. Si hubiese un Búfalo actual, ese sería el limpiabotas de Ortega. Y a todos les diría lo que oyó a su padre: «¡Niño, a ver si te enteras de lo que estás viendo, que lo que estás viendo no lo vas a ver en tu puta vida!». Una faena de hipnótica belleza, de toreo sublimado.
¿Y qué me dice usted de ese pase de pecho rodilla en tierra que devolvía la fe? Tan eterno que hasta al más ateo le daba tiempo a rezar los veinte misterios del Santo Rosario: gozoso, luminoso, glorioso y doloroso en medio de tanta felicidad. Porque cuando se torea así, tan puro y tan acompasado, tan abandonado y tan despacio, el corazón se acelera y hasta el alma duele. Ortega era más Triana que nunca, pero también la Alameda, Camas y San Bernardo. Una joya su vestido canela y oro en homenaje al maestro que no buscaba trofeos ni monumentos. Ortega tampoco toreó para la Puerta del Príncipe: Ortega detuvo el mundo y toreó para el arte. Para la más Bella de las Artes. Y ahí nos rendimos todos.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete