Albacete
Lo clásico (también en el toreo) se escribe a mano y con renglones torcidos
El Cid de los grandes tiempos y un extraordinario Emilio de Justo pinchan lujosas faenas a una premiada corrida de La Quinta, en la que ambos debieron marcharse a hombros
Roca paró la tormenta en su último combate con El Juli
Sólo los que escriben a mano echan borrones. Sin teclados ni programas que corrijan palabras ni el verbo del toreo. Con la pureza de las yemas, con las muñecas rotas. A mano. Qué bonito suena. Y qué extraño... Querido Bruno, siempre nos quedarán los ... viejos mayorales, los de la libreta Oxford y el boli Bic Cristal. Los hombres del campo que aún apuntan en hojas blancas y sacos de papel Covap. Con sus tachones y sus borraduras. Una rareza en estos tiempos, en los que a este ritmo ya nadie escribirá con renglones torcidos. Ni siquiera Dios, al que algunos ya rezan con el catecismo digital. Pero siempre nos quedarán aquellos que se santiguan con una mano, como el ganadero de La Quinta, que lidió dos toros de vuelta al ruedo. Y siempre nos quedará El Cid de las nostalgias, que ha vuelto como en su mejor época, con el toreo en la palma (de la mano, claro). Sin cadenas ni presión para encadenar contratos, que por cierto se cuentan con los dedos de una mano; lo opuesto a otros reaparecidos...
Es la realidad: dime quién te apodera y te diré cuánto toreas. Pero lo importante no es el cuánto, sino el cómo. ¡Qué maravilla reencontrarse con su clasicismo! Más 'asolerado', con el poso que dan los años y con la templanza que da la vida cuando uno regresa porque lo pide el corazón más que la cartera. Ahí quedaron sus verónicas de pata p'alante al guapo Canario, en el que desde la buena lidia de Duarte se adivinó que su embroque era mejor que esa forma de pasar sin humillar. Eso sí, se arrancaba con prontitud y apretaba, tanto que puso en apuros a los banderilleros. Divino el quite de Arruga a Caricol antes del brindis de Manuel Jesús, que regó la arena de añeja torería en una trincherilla mientras sacaba el cárdeno a los medios para enseñorear su luz dorada: la zurda. Era un regreso a los tiempos de vuelos echados, la tela adelantada y el temple. Sólo faltó mayor reunión, porque si Canario ya se abría con su mansita tendencia, también lo abría el de Salteras, que gozó de la nobleza de La Quinta. Interesantísima y seria la corrida –variada pero con el denominador común de la nobleza–, que debió de marcharse sin un puñado de orejas.
Dos perdió el sevillano en el encastado cuarto, que empujó en varas y sangró una barbaridad. Y aun así fue un toro de triunfo. Absoluta la fijeza de Limonero, siempre pendiente de la muleta de El Cid, que se la presentó con exquisiteces y templanza. Cayeron las lágrimas de algún veterano abonado, que se frotaba los ojos, incrédulo con aquel toreo eterno, especialmente en su rota verticalidad, sin norias, embarcando, abandonado a la torería. Aplaudían su colocación cuando retomó la senda de la izquierda, con el compás semiabierto, con los flecos hundidos, vaciando la embestida donde la profundidad nunca muere, con aroma de Chenel en telas cidistas. Con inteligentes balones de oxígeno aquí y allá, pintaba carteles en los cambios de mano, en esa trincherilla que hubiese crujido Madriles y Maestranzas. Tan caliente andaba el personal que sonó una voz de «¡no lo mates!». Qué cosas... No se dio coba el matador, que se tiró a matar. Pero pinchó y pinchó. Con una vuelta al ruedo premiaron a Limonero mientras el hombre que había emocionado por el camino más clásico paseaba el anillo.
Lástima de espadas. En la ciudad donde se aguzan, la terna llegó con los aceros desafilados. Cuatro orejas perdió Emilio de Justo tras una tarde maciza frente a un gran lote. Qué misterio el del toro. Qué manera de crecerse ante el castigo. Por la campana se salvó Medioquilo del moquero verde. Había salido como encogido este largo y renqueante tercero, que parecía pedir un trato de enfermería. Se puso la bata del relax y la media altura el matador en la primera serie y Medioquilo, al que algunos querían mandar al asilo, se arrancó por soleares. Qué ritmo. Su bravo fondo fue a más en las telas del cacereño, que se emborrachó de toreo y plasmó una de las grandes obras septembrinas. Todo con maravilloso compás. Por la zurda se centró, explotando ese enclasado pitón, que respondió mejor cuando más le bajaba las manos. Sí, el mismo Medioquilo al que querían devolver. De locura lo cuajó el de Torrejoncillo, que toreaba desde la punta de las zapatillas hasta la castañeta. Ofrecía el pecho, adelantaba su muleta y buscaba la colocación cabal. Rotas la cintura y las yemas. ¡A mano! Hundido el mentón mientras disfrutaba y toreaba a placer, mientras bramaba la afición en los pases de pecho. Primero lo toreó más a su aire, pero cuando lo apretó de verdad, Medioquilo y De Justo eran la sinfonía perfecta. Qué clase la de ambos. Crecido, el extremeño arrojó la espada y se puso a torear naturalmente por la derecha. Los tendidos se rendían a aquella apasionante armonía, con torero y toro cada vez más entregados. Como en los naturales finales a pies juntos, con el de Martínez Conradi aún con la boca cerrada. No merecía tan mal remate tan majestuosa obra. Como no la merecía la del bravito sexto, al que concedió generosas distancias. A lo César Rincón. Señorial faena, empañada con el descabello.
Feria de Albacete
- Plaza de toros de la Chata. Sábado, 16 de septiembre de 2023. Alrededor de tres cuartos de entrada. Toros de La Quinta, 1º, noble, pronto, sin humillar; 2º, incómodo; 3º, a más, con clase y entrega; 4º, bravo, con fijeza y nobleza, premiado con la vuelta al ruedo; 5º, deslucido; 6º, bravo, de vuelta al ruedo.
- El Cid, de azul y oro. Media tendida (oreja). En el cuarto, cuatro pinchazos y estocada tendida. Aviso (vuelta al ruedo).
- Daniel Luque, de blanco y plata. Tres pinchazos y estocada baja (silencio). En el quinto, estocada que hace guardia y dos descabellos (silencio).
- Emilio de Justo, de lila y oro. Dos pinchazos y estocada. Aviso (saludos). En el sexto, estocada atravesada y tres descabellos. Aviso (saludos).
No fue el día de Daniel Luque: ni con el incómodo y más chico segundo ni con el serio y deslucido quinto. Lo clásico se escribió con la mano de El Cid y Emilio de Justo. Con los renglones torcidos de la firma y la espada.
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