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ABC Cultural

FEria de Santander

Apabullante gobierno de Luque en una corrida vacía

El sevillano corta la única oreja al desbravado y podrido conjunto de Galache en una tarde de resaca electoral en el tendido

«Al toreo hay que darle la vuelta como a un calcetín»

Derechazo de Daniel Luque a Calcetero, al que arrancó una oreja Serrano Arce
Rosario Pérez

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Un domingo bastó para que media España alumbrase pesadillas en la noche más larga. Toda una vida. Sin poemas ni sueños de Benedetti. Las caras largas de los tendidos de ayer contrastaban con las del 23-J. Cuadraban entonces los aficionados al Frankenstein y simulaban la suerte final mientras celebraban en la plaza una pañolada en las urnas que no llegó. Los cascabeles de las mulillas no sonaron para el marrajo y la sombra se extendió en un lunes sin sol. Como cada tarde en Cuatro Caminos, tocaron de nuevo las notas del himno nacional. Pero con otro tono. Triste como la vacía corrida de Galache, tan desbravada, sin casta ni poder. «Mal los toros, como España», comentaban entre incertidumbres en el autobús del Santemar, el hotel de la afición.

Ninguna consistencia tenía el berrendo primero: incontables veces se desplomó ante Urdiales. Con esa cara siempre al alza y las patas a la baja, imposible lograr faena. Claro que el torero nunca se confió para buscarla. De una estocada delantera lo despachó hábilmente.

Como una exhalación se revolvía Gamberro, que hizo honor a su nombre. Qué poca clase portaba. A cabezazos por el derecho y frenado por el zurdo. Luque pidió paciencia. Y con un aplomo brutal trató de darle celo para incitarlo a embestir. Un sirimiri acompañaba su labor, vivida entre silencios. Que Daniel no quería música. El concierto era del sevillano, que se descaraba con Gamberro metido en los pitones. Hasta acobardarlo. Qué lección de dominio. Apabullante su valor, aunque la petición no cuajara en el palco.

Desplegó el sustituto de Morante su capote y amaneció la esperanza mientras retaba al propio tiempo. Con el mundo nos reconcilió Ortega por verónicas. Hubo una séptima maravilla, un séptimo lance que acunaba perezas. Un espejismo en medio de la nada. «¡Qué corrida, ganadero, qué corrida!», gritaba desolado el personal. Juan se puso como sólo sabe ponerse Ortega, con la tela en la derecha y la palma izquierda abierta en busca de lo que no podía llegar con tan descastado material.

«¡Ánimo, que sólo quedan tres!», gritaron con sorna en el ecuador. Anovillada también la cara de este cuarto, que patinó en la mojada arena. Para colmo lanzó alguna miradita a Urdiales y le hizo un extraño en la muleta mientras se arrodillaba. El toro, que no el torero. «¡Qué emoción!», animaban los guasones. Y sin pegar ni medio pase concluyó el paso del riojano por Santander. Los pitos a Garonero II –¡cómo sería el I!– retumbaron en Somo.

«¡Ánimo, que sólo quedan dos!». Y qué dos. Calcetero, de anovilladito perfil y aires de cabestro, acudió con aspereza al capote de Luque. Buenos los pares de Iván García en una premiosa lidia, con el animal husmeando el refugio de las tablas. Para más inri enfiló hacia el matador cuando tomaba los trastos. De rabia el gesto del matador antes de presentar la izquierda y del brindis de montera hacia arriba, que rápidamente cambió de signo por la cosa supersticiosa. Por si acaso... La suerte la tuvo este número 11, al que Luque enseñó a embestir con la veta de la maestría. Mano baja y largura, toda la que el toro permitía. Sutil el toque y el vuelo echado. Y oxígeno entre las series. El justo para que el colorado respirara y el preciso para que no se marchara a su querencia. El reloj acariciaría luego el sevillano a derechas mientras el galache dormitaba. Poquito toro para tan gran torero, que se inventó un cambio de mano entre soberbias lentitudes que hacían guiños al tendido. A gorrazos el arrimón final, con cabezazos por detrás y por delante para incitar al desrazado y manejable Calcetero, que se tragó desganado las luquecinas finales. La muerte habitaba en su letal espada, que se hundió mientras escuchaba un aviso a destiempo y la gente huía a los palcos por el diluvio. De Luque sería la única oreja, aunque reunió méritos para cruzar la puerta grande.

Feria de Santander

  • Plaza de toros de Cuatro Caminos. Lunes, 24 de julio de 2023. Segunda corrida. Más de tres cuartos de entrada. Toros de Francisco Galache, terciados, sin trapío, casta ni poder, deslucidísimos y pitados en el arrastre.
  • Diego Urdiales, de verde y azabache. Estocada delantera desprendida (silencio). En el cuarto, pinchazo y media atravesada (silencio).
  • Daniel Luque, de frambuesa y oro. Media caída. Aviso (petición de oreja y saludos). En el quinto, estocada desprendida. Aviso (oreja).
  • Juan Ortega, de sangre de toro y oro. Pinchazo, estocada caída y descabello (silencio). En el sexto, tres pinchazos y bajonazo. Aviso (silencio).

«Ánimo, que sólo falta uno», se consolaban en el último. Ya en voz baja, sin exclamaciones. Iba y venía Garilleno, más bien Garivacío, que no mereció la torera manera de ser y estar de Ortega, aunque luego se atascaría con el acero. La pitada en el arrastre resumió la corrida en la que aplastó el apabullante gobierno de Luque.

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