TRIBUNA ABIERTA
El público de Las Ventas
Los espectadores, soberanos en la plaza, pueden y deben juzgar a toros, toreros, empresa y presidencia con todo el rigor que consideren necesario, sin traspasar los límites de la educación ni del respeto
Aunque a algunos no les guste, otros no quieran darse por enterados y algunos quieran acabar con ella, en España la Fiesta Nacional es la Fiesta de los Toros. No voy a ponerme a escarbar aquí en su historia, que es milenaria, ni en las profundas raíces que en nuestra cultura, nuestras costumbres, nuestros ritos y nuestras celebraciones tienen los Toros, así, con mayúscula, como corresponde a una fiesta que más que un espectáculo es la expresión quizás más genuina de la esencia de lo español. Baste recordar cómo Ortega afirmaba que «no se puede comprender bien la historia de España, desde 1650 hasta hoy, quien no se haya construido con rigurosa construcción la historia de las corridas de toros en el sentido estricto del término».
Una de las características más importantes y originales de los Toros es el protagonismo que en todas las corridas le corresponde al público. Una corrida de toros es un acontecimiento en el que intervienen muchísimos factores y protagonistas. Por supuesto, están los toros y los toreros. Detrás de los toros están los ganaderos, mayorales y veterinarios. Y entre los toreros, sabemos que picadores, banderilleros y, por supuesto, los matadores tienen cada uno su función perfectamente definida y hasta reglamentada. Pero, además, para que se celebre una corrida también es necesaria la labor de la empresa de la plaza. Y, muy importante, la autoridad competente. Autoridad competente que, desde hace siglos en España, es la propia autoridad del Estado, representada por algún agente del Ministerio del Interior que ocupa la presidencia de la corrida. Todos estos son los responsables de que suene el clarín y empiece la corrida, pero desde que los alguacilillos abren plaza, aparece en la Fiesta el público, como protagonista principal e indispensable.
En cualquier espectáculo, sea un concierto, una ópera, un ballet, una función de teatro o un estreno de cine, el público puede aplaudir o silbar, si le gusta o no, y ese juicio del público se verá reflejado al día siguiente en las crónicas periodísticas, pero no pasará de ahí. Sin embargo, el público de los Toros, desde el primer momento, está actuando como juez inflexible de lo que sucede en la plaza y su opinión puede cambiar la marcha de la corrida. Puede criticar a la empresa, a los toros, a los toreros, por supuesto, y hasta a los monosabios o a los areneros. Sus críticas tienen poder ejecutivo a la hora de echar un toro al corral, de cambiar la actitud de algún torero y, sobre todo, de premiar el mérito de la lidia y la faena de los maestros. Todos sabemos que los trofeos es el público el que los concede y ese juicio del público soberano es el único que sirve para llegar a ser figura del Toreo. Ese poder, entre ejecutivo y judicial, del público de una plaza de toros, tiene la curiosa potestad de enfrentarse, incluso, con la esa autoridad competente que preside la corrida. Es muy significativo que, también en épocas en que en España había regímenes autoritarios o dictatoriales, los Toros era el único lugar donde estaba permitido criticar al Gobierno, en la persona de su representante que presidía la corrida. Y eso ha ocurrido con mucha frecuencia en la historia de nuestra Fiesta Nacional.
Una Fiesta Nacional que goza de una increíble buena salud, pero que está más atacada y amenazada que nunca. Para defenderla de esos ataques y de esas amenazas todos los que la amamos y queremos que su salud sea todavía mejor tenemos el deber de cumplir con nuestro papel de la manera más responsable posible.
Los empresarios, ganaderos, toreros y autoridades tienen que esmerarse y esforzarse para que las corridas sean lo mejor posible. Pero también nosotros, los que llenamos las plazas de toros dispuestos a disfrutar de la emoción y el arte que siempre surge cuando hay un toro y un torero en el ruedo. Nosotros, que sabemos que también tenemos que cumplir con nuestra función de jueces de lo que allí vemos. Y aquí tengo que levantar mi voz acerca del comportamiento de ciertos espectadores de Las Ventas que utilizan ese protagonismo judicial, que nuestra Fiesta Nacional les otorga, de una manera sectaria, violenta y, sobre todo, maleducada. El público, soberano en la plaza, puede y debe juzgar a toros, toreros, empresa y presidencia con todo el rigor que considere necesario, pero sin traspasar los límites de la educación y, sobre todo, del respeto que todos los aficionados debemos a los toreros, que, exponen sus vidas para darnos a nosotros la emoción de su valentía y su arte.
Los aficionados sabemos que, ya hace más de cien años, El Guerra hablando ex catedra dijo aquello de que «en Madrid, que atoree San Isidro», molesto por la dureza del público madrileño. Y que al gran Joselito el día de nuestro patrón de 1920 el público de Madrid le obsequió con una soberana bronca, y al día siguiente Bailaor iba a matarle en Talavera de la Reina.
Los aficionados a los Toros queremos que nuestros jóvenes se acerquen cada vez más a la Fiesta y vengan más a las plazas, esto hace que el público veterano tenga una función nueva, la de enseñarles cómo en una corrida se deben cumplir los infinitos preceptos que la historia del Toreo ha ido creando. Eso se enseña con los olés y los aplausos cuando se hacen las cosas bien y con las protestas cuando se hacen mal, pero siempre con educación, sin saña ni violencia. Por el bien de la Fiesta.
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