Enrique Ponce sube al paraíso de Madrid por quinta y última vez
Sentimental Puerta Grande para el maestro de Chiva en su adiós a Las Ventas y oreja de ley para Samuel Navalón en su confirmación
Enrique Ponce: «Esta vuelta ha sido un regalo que la afición y yo nos hemos dado mutuamente»

A las ocho y media, con los más de ochenta focos de luz artificial prendidos, aupaban a hombros a una leyenda de naturales condiciones desde la cuna. Por quinta, y última vez, Enrique Ponce acariciaba el cielo de Madrid, el mismo lienzo sobre el ... que estampó sus yemas en 1992, 1997, 2002, 2017 y, ahora, en 2024. Generación Z era la chavalería que se lanzó al ruedo para sacarlo a hombros, además de muchos de sus compañeros. Arriba, en el tendido, aplaudían los que en los noventa movían las caderas con Oasis. Emocionados, con la mirada nublada, con tantas nostalgias del ayer. Se rompía las palmas Díaz Yanes; recordaba Michavila su primer mitin en Chiva, con el diestro y su abuelo Leandro entre los oyentes; Maxi Pérez, su más fiel seguidor, entonaba un íntimo «¡torero, torero!», que se haría coral. A gritos, bajo los sones de Valencia, «la tierra de las flores, de la luz y del amor...» Y con un romance de dos cariñosas orejas puso el broche a su historia con Las Ventas.
Trece mil ciento cuarenta y cinco días separaban el debut de la despedida. El joven que se presentó en 1988 decía adiós a la capital treinta y seis años después, con más de medio siglo en lo alto y con figura aún de chaval. En la misma feria donde confirmó su alternativa en los noventa y donde este sábado se convertía en padrino por décima vez. De Abellán a Navalón, qu ofreció una sensacional imagen –salvo en el sentido de la medida– y arrancó una oreja antes de la multitudinaria procesión poncista. En medio: 55 paseíllos. Era este el 57, de Chenel y oro. Y decir Chenel es decir lila, el de «pronto y en la mano».
Requiebro se llamaba el último ejemplar de su vida en la capital, un juampedro colorado, bien hecho y bien armado, cinqueño pasado, más cerca de los seis años que de los cinco. Se había quedado frío el ambiente desde que su primero –con el hierro de Garcigrande, como toda la parte inicial– se partiera el pitón contra el peto y el palco, amparado en un absurdo reglamento, lo mantuviese en la arena; no le quedó otra que abreviar y darle matarile. Pero faltaba este número 70 de Juan Pedro Domecq, con el que Víctor del Pozo puso a las gradas en pie con su lidia y con esa manera de cerrar al toro a punta de capote. A Ponce, que brindó a la afición, le había gustado Requiebro y pedía calma a sus hombres. Sabía que en la nobleza zurda del ojo de perdiz, en su ritmo de justita casta, se hallaban las llaves de su quinto paraíso. Y se recreó en una faena plena de elegancia, con dosis de torería, con ese saber hacer –«¿quieren ustedes ligazón o unipase enfrontilado?»–, ese medir los tiempos y llenar la atmósfera. Ancladas al mástil andaban las banderas, pero echó agua a las telas. Para macerar su poso, que embelesó en el umbral del 7, con poncinas deletreadas. Aguantó algún parón y toreó para él, roto y lentificado en naturales de uno en uno, descolgado de hombros a derechas. No faltó su abaniqueo, del que sigue siendo el rey. Y coronó con rectitud una fulminante estocada. Patas arriba cayó Requiebro mientras ondeaban los pañuelos, que asomaron por partida doble en la presidencia. Era su despedida y todo se tornó sentimental. Parsimoniosa fue la vuelta al ruedo tras los efusivos abrazos a la cuadrilla. Hubo ligeras palmas de tango, pero la mayoría fue feliz a las siete y treinta y cinco de la tarde. Gloria al conjunto de su trayectoria, la de un torero de toreros: suya es ya la manita de Puertas Grandes.
Feria de Otoño
- Monumental de las Ventas. Sábado, 28 de septiembre de 2024. Primera corrida. Primera corrida. Casi lleno en los tendidos. Toros de Garcigrande (1º, 2º y 3º) y Juan Pedro Domecq (4º, 5º y 6º), desiguales dentro de una seria presencia y de juego variado; destacaron 1º, 4º y 6º.
- Enrique Ponce, de lila y oro: pinchazo, estocada corta atravesada y dos descabellos (silencio); gran estocada (dos orejas). Sale a hombros por la Puerta Grande por quinta vez
- David Galván, de verde y plata: estocada trasera y tres descabellos (saludos tras aviso); dos pinchazos y estocada caída (silencio).
- Samuel Navalón, de lila y oro: estocada atravesada y dos descabellos (saludos tras dos avisos); estocada (oreja con petición de otra tras aviso).
Faltaba por ver entonces a Leguleyo, de idéntico bautismo al jandilla de Roca en Fallas. Pero este juampedro no tuvo aquella bravura. Para Ponce fue el brindis de Galván, con la plaza aún sumida en esa pereza que sucede siempre a los clamores; además, este 172, con su flojo y medio recorrido, apenas decía nada. Una bonita faena había desarrollado al de Garcigrande, fino de hechuras y más sueltecito de carnes. Cautivaron sus estatuarios al son de un chotis y ese río de trincherillas dentro de una labor de toreros instantes, pero sin redondear.
El ciclo de la vida
A por todas Navalón desde que se marchó a portagayola con el Misterioso de la ceremonia, difícil en banderillas y tan garcigrande luego, con ese fondo de calidad en la muleta. A punto estuvo de oír los tres avisos por perder el oremus en los tiempos después de dibujar pasajes extraordinarios. De hinojos se echó ante el serio sexto, con el que se encajó al natural hasta llevarse un susto. Pamplinoso, un juampedro con la importancia de la transmisión, se vencía por momentos, pero tiró de ambición, valor y asiento hasta las ceñidísimas arlesinas. La estocada desembocó en mucho más que una oreja: el de Ayora pide sitio en las ferias. Este 28S era la vida misma: se cierra un ciclo, se abren otros...
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