Emilio de Justo, a hombros en la tarde de los pitones ausentes

Pecadores por Morante había muchos en la plaza, hasta la bandera un día más, que venían con la fe puesta en vivir su sacramento. Pero el mayor pecado estaba enfrente, en los toros de Bañuelos, que le aguaron la fiesta al sevillano y a todos. Es difícil, por mucho que se busque y rebusque, encontrar torillos tan bonitos en el campo. Lo de bonitos dicho como el mayor de los eufemismos. El primero lucía unos lamentables pitones, y ahí quedaron unos apuntes con el capote, que fue todo. El animalito se paró, y ni un solo muletazo le permitió al de la Puebla. Con el cuarto, abrochadito, y también indecoroso, volvió a apuntar en dos verónicas excelsas, y apuntó con la franela, pero los disparos y la casta quedaron para otro día. Se enfadaron unos y se conformó la mayoría pecadora.

Una cosa es que se esté produciendo un mayor interés por la Fiesta y otra es que se aproveche la circunstancia para ofrecer un espectáculo diezmado con la esperanza de que un toro embista y un torero en sazón le ée la vuelta a la tortilla, acabe la tarde en triunfo y haga olvidar lo penoso que resultan unos pitones ausentes.

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Así pasó con el tercero, otro difícil de encontrar así por delante, que embistió con calidad y al que Emilio de Justo lo vio y apostó en una faena que comenzó con la mano derecha en muletazos de buen aire. Al natural le sopló dos sobresalientes y dejó ese pitón para seguir a derechas. A más siempre, con la muleta sin montar y en los sentidos pases de pecho a un toro noblote que acabó en terrenos de chiqueros. La estocada le valió la pañolada y las dos orejas justificantes a sus manos. Pasó al sexto con una y otra mano, pero le faltó toro en un esfuerzo incansable de muchos muletazos. El mal manejo de la espada dejó la cosa en nada.

¿Qué pudo hacer más Daniel Luque que buscar también la justificación? Poco, la verdad. El primero se le fue apagando como una lamparilla y con el quinto, de poca vida y nulo celo, lo intentó, para acabar, como toda la corrida en territorio de mansos.

La tarde de los pitones ausentes, una ocasión perdida para apuntalar el indudable interés creciente que existe por la Fiesta. Cada uno cargue con sus pecados.