Así lo contó ABC
El día que nació la Edad de Oro del Toreo: Joselito y Belmonte en la «tarde más grande de la época moderna»
El 2 de mayo de 1914 Madrid vibró con una competencia exacerbada que dividió en dos bandos a la afición
Belmonte sobre Joselito, el espejo de Morante: «Yo nunca vi un toro que pudiera más que él»

«Al fin se encuentran en Madrid Joselito y Belmonte», comenzaba la crónica abecedaria del día que nació la Edad de Oro del Toreo. Fue el 2 de mayo de 1914. Un relato sin firma escrito por Gregorio Corrochano en una de sus primeras críticas tras asumir la sección taurina de ABC. No hacia dos meses que había fallecido Manuel Serrano Garcia-Vao, Dulzuras, y el nuevo crítico se enfrentó a juzgar una de las corridas con mayor significado en la historia de la tauromaquia. Tanto, que la narración del festejo la terminó con una sentencia premonitoria: «La tarde más grande del toreo de la época moderna».
El pequeño de los Gallo había tomado la alternativa a finales de la temporada de 1912, y ya despertaba admiración entre los aficionados; Belmonte venía de un doctorado más reciente, en octubre de 1913. Coincidían en una tarde esperada, demandada y con mucha pasión en los tendidos. El cartel lo abría Rafael El Gallo y los toros fueron de Contreras. La plaza a reventar y el día primaveral.
Discurría el festejo entre altibajos, sin que el Divino calvo mostrase su genialidad y con contención en los primeros toros de los esperados. Ante el quinto, Azuqueco, negro, Joselito coge los palos «y coloca tres pares finísimos», y aún pide permiso para un cuarto, «magno», entre una ovación delirante. Con la muleta «aguantando, consintiendo y dominando, como si torease por matemáticas/…/ Faena inenarrable, el público, de pie; la locura». Y Corrochano resumía así lo contemplado: «No es posible dar idea en esta breve relación, tomada en la plaza, del arte y dominio de este torero, ni se puede pintar el entusiasmo de las masas, ni hay nervios que puedan dominarse». Se concedió una oreja, «se le hizo dar la vuelta al ruedo y, pareciendo poco, se le hizo salir a Joselito al centro de la plaza a recibir la ovación más grande que habrá oído en su vida».
Los espectadores contienen su entusiasmo ante la salida del sexto. «Belmonte, apenas se ha sentado el público, le hace levantarse nuevamente con unas verónicas suyas, ¿estamos?; ¿para qué más descripción?, suyas». Hay competencia en quites y un «silencio sepulcral», cuando el Pasmo toma la muleta. «Después lo indescriptible, metido en los pitones, que acaricia en cada pase, hace una faena de emoción intensa». «Y otra vez la locura y los gritos y las interjecciones», sigue la crónica de ABC. «Y el público, que aún no se había refrescado de la faena de Joselito, no sabe ya qué hacer ni tiene fuerzas para nada/…/ Se echa al ruedo pidiendo la oreja y se la lleva Belmonte subido en los hombros de los entusiastas».
A los dos días, Corrochano, ya con firma, hace un análisis de tan importante suceso e incide en «Las competencias y las exageraciones» y censura la desmedida pasión por uno, sin tener en cuenta los aciertos del otro, y viceversa. «Por respeto a la tradición, por prestigio de Madrid, yo pido un poco de calma, señores apasionados», si bien reconoce que «estamos en unos momentos en que de la competencia entre Joseíto y Belmonte -que bien llevada podría ser un estímulo para los dos y darían tardes de verdadera gloria para el toreo- se ha apoderado la exageración, y esto puede tener funestas consecuencias».
Había nacido la Edad de Oro del Toreo que finalizó de forma trágica la tarde del 16 de mayo de 1920 en la plaza de Talavera.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete