![Ponce en Dax](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/08/16/c4154efb-bc4b-46c7-8160-024405dec6b9-RpkVd9LlSlnMo3WFzo7NXuK-1200x840@diario_abc.jpg)
Esta corrida del 14 de agosto, en el marco de la feria de Dax, tenía como atractivo principal la confrontación entre dos consentidos de la plaza, Enrique Ponce y Daniel Luque, con una generación de distancia. Por esa misma razón no hubo una contienda, ... sino el respeto emocionado a una despedida y el espectáculo triunfal de una maestría en pleno auge, ante toros de Juan Pedro Domecq bravos y con casta, empujando siempre al caballo, con alguna complicación algunos. Un éxito con nota del ganadero.
Enrique Ponce quiso desarrollar su impecable toreo, pero tal vez por la inseguridad de sus piernas lo hizo con medias tintas. Es verdad que a su primer toro le faltó humillación y soltaba la cara al final de los pases. Ponce hizo todo lo posible para mantener el hilo de la faena, pero había un contraste demasiado grande entre la ruptura de ritmo de algunos muletazos y el sonido lánguido y meditativo del cello convocado para acompañar al maestro, a él que siempre le gustó en los márgenes del toreo, para subrayar la universalidad de ese arte, salir de los caminos habituales. El torero tuvo que callar con un gesto de disculpa esta lírica encomiable pero inoportuna. Con el segundo y buen toro, brindado a la plaza con el eco inmediato de la ovación, Enrique Ponce pudo construir una labor decorosa y ligada, acompañada esta vez por un pasodoble clásico. Sin embargo, el toro se aburrió un poco al final, y poniéndose cabizbaja dificultó la estocada con el grito de enfado del maestro para fijarlo:» ¡Toro, aquí!». (Después de la estocada se vio algo que despertó cierta perplejidad: el animal, tocado a muerte, al perseguir a un peón se derrumbó en las tablas. En vez de aplicarle la puntilla lo levantaron para que el maestro intentara el descabello. ¿Era imprescindible tal levantamiento?). Palmas al torero.
Daniel Luque se encumbró toda la tarde ante sus admiradores - ¡que era el conjunto de la plaza! - por todas las virtudes que componen su maestría, en particular la firmeza y nitidez de sus dibujos con capote y muleta. En su primera faena impuso una soberbia ligazón de los pases en el centro del ruedo. Tuvo ritmo esa faena, aunque también de por sí lo tenía el toro. Como se sabe, en esta plaza los olés escasean, pero cada final de tanda fue saludado por una magna ovación. Un estoconazo un tanto caído, pero de efecto fulminante, le sirvió para cortar las dos orejas. Otra potente ovación cuando brindó al público la muerte de su último toro. Esta vez destacaron la quietud - quietud anunciada en las primeras verónicas de recibo pies juntos - y el aguante en su labor. «¡Luque, primer ministro!», gritó un admirador gracioso, con referencia a la actualidad política del país galo. Luego el toro se volvió algo incómodo y el torero tuvo que librarse con decoro y valor de sus achuchones, y terminar con unos arrimones. Palmas al toro y al torero.
Se presentaba en Dax David Galván, y lo hizo empalmando seis o siete verónicas con sabor y lentitud orteguiana. En el quite volvieron unas verónicas sedosas y ya, una vez ganado el respetable, pudo brindarle su toro con la lógica respuesta. Empezó su faena con torerísimos pases por bajo genuflexos, los mismos que compusieron su carta de visita en el último San Isidro, que sorprendieron, despertaron aplausos, pero fueron más jaleados desde el callejón. Siendo ya el toro un poco tardo el torero emprendió una poncina - ¿homenaje discreto al maestro? - pero en su curso fue aparatosamente cogido. A pesar de la paliza se estiró en ese mismo pase, la poncina, lo que hizo estallar la emoción de la plaza y sonar de nuevo la música. Un pinchazo y una estocada desprendida no impidieron el corte de oreja.
Recibió al sexto toro con verónicas templadas, las últimas mirando al tendido. El novel tuvo el gesto de brindar a la figura veterana ese último toro de la corrida, que por cierto se defendía un tanto y soltaba la cara. David incluyó en su faena un precioso cambio de mano, otro homenaje a Ponce se supone. El toro tardó en morir, lo que enfrió algunos ánimos, pero esa muerte lenta de un toro bravo terminó siendo aplaudida por los aficionados y por el propio matador, lo que recuperó la emoción y permitió cortar la oreja.
Todo acabó como requerían las circunstancias de ese día. El público puesto en pie dedicó una clamorosa ovación al maestro que se despedía, al que también aplaudieron desde las tablas sus compañeros, esperando que haya dejado el coso para luego salir en hombros.
Debo decir que la afición de Dax, que llenó a tope la plaza, me parece tener una idiosincrasia muy marcada y respetable. Van todos vestidos de blanco con pañuelo rojo, cantan a veces El Rey, pero son muy atentos, informados y disciplinados. Se permiten algunos rituales - por ejemplo el ¡Ouh! admirativo, y humorístico a la vez, a la salida de cada toro -, pero dominan el silencio y la expectación. Eso no impide el calor de la ovación al torero, del respeto y de las palmas al toro, y de la admiración por cualquier momento valioso de la lidia, aunque sea un capotazo largo y mandón de un subalterno. Aquí se siente y se disfruta sin reservas.
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