Curro Romero, galardonado con el XV premio Taurino ABC: «Estoy muy feliz porque es el gran periódico de los toros en España»
El jurado distingue al Faraón «como gran leyenda de la tauromaquia, por la sabia filosofía de un creador de ilusiones y por reunir los valores artísticos y humanos que dignifican el arte del toreo»
Este jueves se celebrará la ceremonia de entrega, patrocinada por la Consejería de Gestión Forestal y Mundo Rural de la Junta de Extremadura, Nautalia Viajes y Plaza 1
'Viva Curro Romero', por José F. Peláez

Todo despacio, muy despacio. Siempre despacio, desde la lentitud de sus eternos paseíllos a la magia casi dormida del capote y muleta de Curro Romero, galardonado con el XV premio Taurino ABC. Así lo decidió el jurado, que ensalzó al Faraón de Camas «como gran leyenda de la tauromaquia, por la sabia filosofía de un creador de ilusiones y por reunir los valores artísticos y humanos que dignifican el arte del toreo». Presidido por Santiago de León y Domecq, teniente de Hermano Mayor de la Real Maestranza de Sevilla, estuvo compuesto por Victorino Martín, Juan Antonio Ruiz 'Espartaco', Pilar Vega de Anzo, Joaquín Moeckel, François Zumbiehl, José María Álvarez del Manzano, Rosario Pérez y Ángel González Abad como secretario.

Nada más conocer la noticia, el maestro dijo sentirse «muy feliz por este premio porque ABC es el gran periódico taurino de España». Y continuó: «En ABC está toda mi vida, desde mi debut en la Pañoleta hasta mi último cumpleaños. Doy las gracias y la enhorabuena al periódico por seguir al frente de los grandes valores de este país y de la cultura taurina. Si esto sirve para que los toros vayan al titular, también me sirve a mí».
Curro se refirió a los toros de hoy, «con los que yo no habría sido torero; yo veo los toros de ahora y digo: '¿Dios mío, yo he toreado?». Emocionado, añadió: «Habiendo pasado tanto tiempo, que la gente se siga acordando de mí me da escalofríos».
Nació el 1 de diciembre de 1933 en Camas y poco a poco fue escribiendo su historia, la historia de un hombre que es ya una leyenda del toreo, sin que la línea que lo separa, la frontera, se nos presente nada clara. Dónde termina el hombre, dónde acaba Francisco Romero López, hijo de Francisco y Andrea, y donde comienza el mito, la leyenda de su toreo de ley, de la naturalidad inigualable de Curro Romero.
Lejos ya sus primeros pasos vestido de corto en la placita del barrio de La Pañoleta, allá por el mes de julio de 1954, la ayuda a la familia cuidando ganado y como mancebo en una farmacia, su debut con picadores en Utrera y la presentación en Barcelona un intempestivo 9 de enero de la temporada siguiente. Por entonces ya comenzaba a gestarse el currismo, y los primeros curristas, esa confesión espiritual que engancha el alma y se hace imposible de sacudir. «Quien lo ha visto bien no lo olvida jamás y quien no lo ha visto todavía irá cada vez que lo anuncien a ver si, como dijera Juan Belmonte, le toca el gordo taurino que Curro es en tarde de romero en flor», escribió el maestro de periodistas Manuel Ramírez en páginas abecedarias.
Todavía hay viejos aficionados que recuerdan su primera tarde en la Maestranza. «Llegó sustituyendo y se quedó en ella para siempre», reza una crónica del 26 de mayo de 1957, triunfador al cortar dos orejas a un novillo de Benítez Cubero.
Sus partidarios aumentaban cada día, aunque todos los días no eran como aquel inolvidable 26 de mayo. Pisó las plazas más importantes. Así hasta la víspera de San José en Valencia, cuando Gregorio Sánchez lo hizo matador de toros en presencia de Jaime Ostos con toros del Conde de la Corte. Los hechos no respondieron a la expectación despertada, pero no por ello el currismo dejaba de crecer.
Confirmación
Llega la confirmación en Las Ventas en el San Isidro del 59 con Pepe Luis y Manolo Vázquez, y ese mismo año, el 20 de septiembre, su primera Puerta Grande madrileña. La Puerta del Príncipe de Sevilla no tardaría mucho en llegar, el 19 de junio de 1960, aunque antes sus formas ya habían convencido definitivamente a la crítica. «Tocó la música como gusta tocar cuando sabe que subraya lo extraordinario», escribió en ABC Gil Gómez Bujuelo. Por entonces, Curro ya había caído en alguna de sus contradicciones entre lo divino y humano. «Las simas de las broncas», como quedaron definidas.
Su toreo ha sido inspiración de los mejores críticos. «Se despertó Curro Romero y tan luminoso fue su despertar que el crepúsculo vespertino parecía un amanecer. El amanecer del toreo puro…», dijo Antonio Díaz Cañabate el día de su primer triunfo grande en Las Ventas. Y el Caña tras una tarde grande en la Maestranza: «Vino a la Feria de Sevilla y el duende lo acompañó, escondido en el capote embrujado, en la muleta. Y no fue Curro Romero. Fue el duende el que toreó».
El mítico Gregorio Corrochano sentenció en Blanco y Negro: «Curro Romero no es solamente un estilista que hace las cosas bien y bonitas, su estilo tiene perfección, luego personalidad, y antes armonía».
Puertas del Príncipe
En su Maestranza, tras la de 1960 llegaron otras cinco cumbres con salida por la Puerta del Príncipe. En mayo del 66, abril del 67, junio del 68 y en abril del 80. Pudo haber otra en el 72 cuando en una corrida en solitario cortó tres orejas y se negó a la salida triunfal. De todas, el 13 de junio de 1968 quedó escrita con letras de oro. Corrida del día de la Ascensión a beneficio de la Cruz Roja. Seis toros de Carlos Urquijo para un Romero vestido de azul y oro, que había pasado la feria abrileña entre pitos y broncas. Oreja con petición de la segunda, dos orejas, oreja, vuelta al ruedo, dos orejas y dos orejas con petición de rabo. «La esencia y el sabor seguían creciendo en los brazos y el alma del maestro», dejó escrito Joaquín Caro Romero.
Y frente a Sevilla, Madrid. Otro público, otro ambiente, que, sin embargo, supo embriagarse con el camero. Enfadarse, y mucho, también. En la capital de España han sido siete las salidas a hombros hasta la calle Alcalá. A la de 1959, se sumaron las del 62, 63, 65, dos en 1966, y la del 67. Y aún hubo otra tarde de orejas, en mayo de 1973, en la que renunció a los honores. A Curro se le esperó siempre en Las Ventas con inusitada expectación. Por eso hubo tardes tan duras junto a tanta gloria. Del cero al infinito, del infierno a los cielos. Siempre sin término medio. Pues si la estela que Curro dejó en todas las plazas del mundo fue la de un torero genial capaz de lo mejor y lo peor, en Madrid esa personalidad la recibió la afición de la primera plaza del mundo con exacerbada ilusión. Y el mejor ejemplo son las tardes del 25 y 26 de mayo de 1967. En la primera se negó a matar un toro, el quinto. Le había cortado las orejas a su primero y la gente lo esperaba. Curro dice que no lo mata, el público entre la sorpresa y el enfado, y el torero va detenido a los calabozos de la Dirección General de Seguridad. Allí pasa la noche y sale con el tiempo justo de vestirse de torero para acudir a Las Ventas a enfrentarse a una corrida de Benítez Cubero. Solo un hombre como él fue capaz de darle la vuelta a la situación y acabar la tarde aclamado y a hombros de la afición.
Se pararon los relojes
Y todo muy despacio, siempre despacio. «El reloj marcaba las ocho y cuarto. Las manecillas se habían detenido para ver torear. Y los gitanos del Albaicín rompieron a cantar por lo grande, y los de la Peña Platería lloraban como niños, y los jardines morunos se deshacían en fragancias, y los gorriones inmovilizaban el vuelo justo sobre la plaza de toros, y las gargantas enronquecían perdiendo la noción de los oles, y se sentían las sonatas, y Rafael llamaba a Chicuelo invitándole a que se asomara a los palcos del cielo». Sucedió en Granada el 22 de junio de 1973, cuando Vicente Zabala escribió en ABC que Curro Romero había realizado la mejor faena de su vida.
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