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De la vibrante pelea de Román con Monaguillo a la grave cornada de Espada

El valenciano corta una oreja tras una faena a toma y daca con un geniudo montalvo y al madrileño se la niegan después de su buena impresión

La sorpresa de Valadez y la maldición de México

El pitón del sexto toro se hunde en el muslo de Francisco José Espada Efe
Rosario Pérez

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Se le salían los ojos a Román mientras plantaba cara a Monaguillo, que así se llamaba un quinto con más hechuras de obispo. Latín sabía este grandón toro de Montalvo, un animal incierto y nada claro en las telas, aunque de vez en cuando ... humillara. Tan enamorado de los adentros en los primeros tercios, se arrancó con feo estilo a la muleta en una intensa y vibrante pelea. Quiso el valenciano lucirlo en la distancia y se fue directo al cuerpo ya en el inicio: o se quitaba Román o lo quitaba Monaguillo. Lejos de arredrarse, siguió con generosa entrega, jugándose la cornada con tan geniudo montalvo, que transmitió mucho. Palpitaba la tensión en cada pase con ese punteo constante. Román quiso gobernarlo por abajo, con el toque fuerte y la muleta puesta, pues había que llevarlo muy tapado y no quedarse nunca al descubierto. Tremendo su esfuerzo, con la mirada desafiante. Brutal aquella postrera serie diestra, qué lucha tan sincera. Un arreón se llevaría por el lado zurdo, aunque por suerte no entraría la daga. Era la hora de rematar el combate, y lo hizo por alto, con tres manoletinas de lexatin. Se presentía el premio si el acero no fallaba. Y se afiló: la estocada puso la guinda y fue recompensado con una merecida oreja.

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