El Cordobés se retira de los ruedos este domingo en Jaén: «Mi padre me cortará la coleta»
entrevista
El matador que llenó tendidos y portadas colgará el traje de luces después de tres décadas de trayectoria con el deber cumplido: «Fui torero para reivindicar una verdad, la verdad de mi madre, y ya lo logré»
El sueño de un torero
![Manuel Díaz 'El Cordobés', durante la entrevista con ABC](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2023/10/11/manuel-Rsg1il6AXpbNKByyBV6rnYM-1200x840@abc.jpg)
«Mamá, quiero ser torero», le espetó un niño rubio con aire de Beatles a su madre tras soñar con el público aclamándolo en la plaza de Córdoba durante el descanso de un cine de verano. «¿Estás loco? Déjate de tonterías». Pero el veneno lo ... llevaba dentro quien había nacido ya torero y legítimo hijo del Benítez que revolucionó la Fiesta como nadie. El niño que se embelesaba en el bar del Pipo con aquellos que hablaban de los estatuarios de Manolete o de la izquierda del V Califa aprendió a coger los chismes y a hacerse hombre cuando aún otros apenas sabían atarse los zapatos, cuando la sangre que estaba dispuesto a derramar era puro Benítez. Ahora Manuel Díaz, el espíritu inquieto que torea con una prótesis en cada cadera, pone fin a una carrera de treinta temporadas de pasión, entrega y honestidad, de triunfos y cornadas; de lesiones en huesos y corazón; tres décadas en las que se codeó con las primeras figuras, encabezó el escalafón, calentó los tendidos de la plaza del frío, llenó portadas y televisiones cuando las cadenas competían por dar toros y puso color al cemento de los pueblos. Será este domingo en Jaén, en una despedida de Cordobés a Cordobés: el padre le cortará la coleta en una estampa para la Historia.
—¿Dice adiós con el deber cumplido?
—Sí, he cumplido mis objetivos y mis planteamientos de vida. Fui torero para reivindicar una verdad, la verdad de mi madre. Y lo he logrado, ya la tengo. Fui torero porque había necesidades económicas en mi familia. Hoy, gracias a Dios, vivimos bien y a mi madre le compré la casa que nunca había tenido. No tengo ningún rencor ni ningún vacío.
—«O te compro una casa o te visto de luto», aquel brindis famoso del 20 de mayo del 64 de su padre lo repetía usted el mismo día del año 93.
—Era la quinta o la sexta corrida que toreaba y me llamaron para sustituir a Rincón. Y yo dije que para delante, que yo sabía que ese día le compraba la casa. La cornada me daba igual, uno de mis sueños se había hecho realidad. Cuando eres un crío, es muy triste ver cómo tu familia sufre, el trabajo que cuesta llegar a fin de mes. Te marca y haces una cruzada de eso en tu vida.
—¿En qué etapa se marcha?
—Me voy entendiendo el toreo. A mí ya nadie me puede contar lo que es, porque ya lo he entendido.
—¿Y a qué conclusión ha llegado?
—Esto es una partida de ajedrez, en la que en algún momento hay que sacrificar a la reina para seguir en el juego. A veces he tenido que tirar de la metodología que exigía el guión. Y cuando lo entiendes sientes mucha paz.
—Entonces, ¿qué es torear?
—Torear es conocer cuáles son tus virtudes, tus defectos y tus limitaciones. Todos tenemos alguna, pero la trabajamos, la superamos y hasta la camuflamos. Torear es saber lo que hacer a un toro en el momento exacto, entender al animal y disfrutarlo.
—¿Dialoga con el toro?
—Al toro yo le digo: «Te estoy haciendo esto, sé que es así, y te estoy disfrutando a cambio de entregarte lo más valioso que puede tener un ser humano, la vida. La expongo para comprender lo que tú me estás dando, por eso te la ofrezco». El toro no regala nada si tú no le das algo primero. Es un tú a tú. Tú dame y yo te doy. Hasta ponerme en ese sitio donde el toro va a embestir de la forma que quiero y dar el muletazo que quiero, donde mi cuerpo se fusiona con el animal en algo compacto.
«El título de mi vida sería 'gracias', sobre todo al toro, que me salvó de aquella calle de los 80 de drogas y muerte»
—¿Algo comparable a esa sensación?
—Nada, porque lo que te engancha realmente es que lo vivido en el ruedo no lo puedes recrear en tu mente si no estás delante del toro. Lo que se le hace es otra dimensión. Cuando abandonas tu ser, te metes dentro del toro y lo entiendes. Eso es el summum. Y ahí no importan orejas, no importan aclamaciones. Importa el momento. Sólo por sentir eso todos estos años valieron la pena.
—¿Qué será de El Cordobés cuando cuelgue el vestido de luces?
—Hay más vidas, más ciclos, soy muy familiar y muy inquieto. Yo a esta entrevista, y a mi vida, le pondría el título de 'gracias'. Porque no me sale otra cosa. Primero, gracias al toro, porque me ha hecho ser la persona que soy. No es casualidad que haya marcado mi vida desde pequeño, de ese niño que era hijo natural de un padre muy famoso torero, que era como una leyenda familiar. Yo me preguntaba quién sería ese hombre tan grande del que se hablaba así.
![El Cordobés posa en las escaleras del madrileño hotel Urso](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2023/10/11/manuel2-U87233287551cco-624x350@abc.jpg)
Manuel se emociona. Por la plenitud del presente y por lo vivido (y sufrido) tiempo atrás, cuando el toro le salvó de los renglones torcidos y lo llevó por el sendero de la rectitud. «El toro me sacó de lo peor que había en la calle en la década de los ochenta. La calle se puso muy dura, con mucho desconocimiento. Había de todo, había drogas, había muertes de amigos que se quedaron por el camino, de amigos del barrio que se metieron en cosas feas. Yo jugaba con ellos, pero el toro me metió en otra dinámica y me puso en la cultura del respeto, del trabajo, de tener obligaciones». Y suma agradecimientos: «Doy gracias a Dios por poner el toro en mi camino y al público que ha confiado en mí; gracias al que ha sacado una entrada para verme, al que me ayudó a cumplir mis sueños. Gracias a mis compañeros de oro y plata, a picadores, mozos de espadas, areneros y mulilleros. Gracias a los empresarios, a la prensa, que me ha empujado y cuando ha tenido que darme un palo me lo ha dado». Su sonrisa se amplía cuando repasa los años de esplendor con su amigo Litri: «Era la época que yo llamo del 'toreo yeyé', éramos como los chicos de Operación Triunfo».
—Treinta años después de su alternativa en Sevilla con Curro Romero y Espartaco, ¿el mundo es mejor hoy?
—No estamos haciendo nada por dejar esto más arreglado de lo que nos lo hemos encontrado. Pienso que la última generación de héroes fue la de nuestros abuelos, que comían una vez al día y mal y consiguieron que sus hijos y nietos comieran tres veces al día. Eso es lo único que hemos aprendido: a comer tres veces. Ahora, en vez de preocuparnos, deberíamos ocuparnos.
—¿Cuál ha sido su mayor aportación?
—Lo que puedo dejarle a las próximas generaciones es que si crees en ti, podrás; siempre hay un sí en el que buscar. Y, luego, estar feliz contigo mismo. Yo conmigo estoy pagado, no me debo nada y si volviese a nacer y tuviese que pasar por lo mismo lo haría igual de ilusionado, aunque algunos matices los 'mordiera' un poco.
«Me costó mucho decir 'papá', una palabra que sale de las entrañas y que en la garganta se paraba. Sólo me salía 'maestro'»
—¿De qué se arrepiente?
—No es que me arrepienta, pero hay impulsos que no tendría que haber tenido en ciertas ocasiones. Por eso, cuando me senté delante de la persona que más admiro como hombre, como ser humano y, hoy en día, puedo decir como padre, necesitaba decirle unas primeras palabras, que fueron éstas: «Perdona si he hecho algo que no debía, pero mi situación de vida me obligó a ello». Después de eso hubo tres segundos de silencio y un abrazo.
—¿De verdad cree que debía pedir perdón a quien le negó tantas veces?
—Sí, porque es muy sabio eso del 'hombre y sus circunstancias'. A veces no puedes hacer la vida que quieres, sino que te ves obligado a hacerla en función de lo que te rodea. Cuando entiendes eso, pronuncias la palabra perdón, con la que el primer beneficiado soy yo, haciéndome una cura a mí mismo. En ese momento me llené de paz. Al pedir perdón me perdonaba a mí mismo.
—¿Cómo recuerda la primera vez que dijo 'papá' al Benítez?
—Pues, mire, no me salía, porque es una palabra que nunca había dicho. Papá es algo que te sale del abdomen, de dentro de las entrañas, pero en la garganta se me paraba y sólo me salía decirle maestro. Ahora ya le digo papá veinte veces al día, porque así me sale, pero me ha costado mucho trabajo. Esa palabra estaba oculta, como castigada.
—¿Tiene más de Benítez o de Díaz?
—Sinceramente, Benítez me ha ayudado mucho a forjar a Díaz y creo que Díaz en su lucha tiene lamparazos y chispazos de Benítez. Pero lo que tengo de Díaz es muy bueno, muy puro y muy forjado. Mi padre me dice que soy el más parecido a él.
«Cuando me senté delante de la persona que más admiro, lo primero que hice fue pedirle perdón»
—¿Es cierta esa leyenda de que le ofrecieron un millón de pesetas si se tiraba de espontáneo en Madrid a un toro de El Cordobés?
—Me prometieron un millón y seis novilladas. Cogí un abrigo grande y una muleta, me dieron una entrada y allá que fui. Me dejé llevar para cumplir mis sueños y, al final, no me dieron nada. Lo único que recibí esa noche fue un bocadillo que me dio un policía en el cuartelillo. Tras eso empecé a torear por los pueblos de Madrid, en toda la guerra, en el Valle del Terror, con las ganaderías que me echaran, sin residencia, con una vida errante. Hasta que me fui a la finca de Ramón Sánchez Ibargüen por una semana y me quedé un año.
—¿A qué se dedicaba allí?
—Limpiaba cuadras y trabajaba en el campo para tener cama y comida, sin sueldo. Entonces me propusieron torear un festival en El Castillo de las Guardas y comencé a prepararme, corriendo por los cortafuegos. No toreé mal ni bien, toreé como sabía. Allí estaba Paco Dorado, mi descubridor. Le impresionó que firmase las postales de otros toreros porque yo no tenía fotos mías. Y me dijo: «Chiquillo, tú firmas todo». Yo firmaba hasta mi sentencia de muerte. ¡Si no tenía nada! Me tomé una cocacola con él y saqué las únicas mil pesetas que tenía para invitarlo. Entonces le dijo a su socio, Curro Lío lo llamaban, que me hiciera un contrato. En una servilleta de papel pusieron mi nombre y dijo que me anunciarían El Cordobé sin ese. La cosa es que cuando fui a coger las vueltas, Curro me dio una manotazo y me dijo: «Niño, eso es de la empresa». Y ahí empezó la historia de 'El Cordobés vuelve, sin apellido ni fortuna'.
![En un momento de la charla](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2023/10/11/manuel3-U33265476161MOk-624x350@abc.jpg)
—¿Qué queda de aquel chaval?
—La ilusión, que sigue intacta. Porque sin ilusión no caminas. Yo he heredado seguidores y detractores, con muchas cosas que suceden por el camino, con las reglas del juego cambiando. Tuve una época en que quería ser torero de arte, pero me decían que tenía que enfocarme por otro camino. Hasta que encontré mi línea y tiré p'alante con toda mi verdad, sabiendo que iba a tener a gente en contra y a favor, pero convencido. De ese chiquillo queda la fidelidad a sus principios. Cuando yo decido ser El Cordobés, sin apellido ni fortuna, mantuve mi 'yo'. Y sigo fiel a todo eso.
—¿Qué supuso el 'Comandante Dorado' en su carrera?
—Fue muy positivo, un poco la imagen de padre, pero quizá no supimos gestionar las cosas. El salto a las grandes ferias lo pegué con José Luis Marca. Salí a hombros en Valencia, fui líder del escalafón... Me metí en ese circuito, en la élite de las ferias. Hasta que tuve una lesión de cadera. Llevo dos prótesis y sé que es una locura torear, pero quería despedirme y dar las gracias por todos estos años. Me arriesgo por una necesidad interior, con ayuda de mi mujer, Virginia, que hace de psicóloga, de enfermera, de paño de lágrimas...
—Si ya es de locos torear, hacerlo con semejante lesión se antoja de auténtico Quijote.
—Creo que es un caso único en la historia torear con dos prótesis, en la izquierda y en la derecha.
—¿El toreo es cosa de héroes?
—Ahora hay una corriente anti por desconocimiento, por eso creo que trascender lo extrataurino es positivo, que conozcan qué hay detrás del hombre que se juega la vida. El torero ha sido siempre un héroe popular: nuestra verdad es que tenemos que estar dispuestos a que nos mate un toro. Somos personas que pensamos y vivimos igual que el resto, con nuestras aficiones, que vamos al cine y vemos la tele, que escuchamos música, pero sacrificamos y exponemos la vida para crear belleza.
—Su pasión se hará recuerdo cuando el 15-O llegue al hotel y cuelgue la montera. ¿Hasta qué punto el contacto con el maestro le ha influido en este adiós?
—Después del encuentro con mi padre, que es lo más grande que yo he vivido como torero –pues cuando cogí la muleta como estandarte yo buscaba mi verdad–, hablé con Virginia y le dije que creía que había llegado el momento de cerrar un ciclo. Alberto, mi apoderado, me propuso Jaén porque es una plaza que se me ha dado bien, y allí mató seis toros mi padre. A principios de temporada, le dije: «Papá, ¿qué te parece si me despido en Jaén?», a lo que me respondió: «Ahí te corto yo la coleta». Y así será.
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