Locos con Morante, el genio de las cien tardes de soledad
el var del tendido
Culmina su histórica temporada con una arrebatadísima faena premiada con dos orejas a los pies de Grazalema

Cien tardes de soledad, cien días de desvelo, cien corridas entre pecho y espalda. Del 5 de febrero en Valdemorillo al 29 de octubre en Ubrique. De la localidad serrana de Madrid a la sierra de Cádiz. Las casitas de Benaocaz anunciaban en blanco la ... inmensidad del parque natural. Las faldas de Grazalema eran los espejos de Macondo, unos espejos donde se reflejaba la inmensidad del toreo. Cumplía Morante el centenar de corridas en la tierra de Jesulín. Un guiño al 'año cien' de Joselito, que en 1915 lidió 102.
Se agolpaba la gente en el tendido cuando arrancó el paseíllo. Todos los focos apuntaban al genio de La Puebla mientras se guardaba un minuto de silencio por otro genio. Sesenta segundos en memoria de Jesús Quintero en el broche de una temporada de loco toreo. Porque sin locura no hay genialidad.
De manicomio su faena al quinto, último de la campaña morantista. «Vamos a llevarlo bien, como tú sabes», exclamó un espectador. Y cómo lo dejó en el peto. Maravilla de las maravillas. Antes se entretuvo en unas verónicas de las suyas y un quite que no acostumbra. Pero con su sello. Cuando Lili cogió los palos, Morante dijo que las banderillas eran suyas. Un par, dos y tres. «¡Qué raza, José Antonio, qué raza!», exclamaban en la sombra. Desmelenado el segundo par y de un mérito infinito el quiebro por los adentros. Para su apoderado y amigo, Pedro Jorge, fue el brindis. Hasta el estribo de los terrenos del 3 se dirigiría luego. Se sentó mientras una voz barbilampiña entonaba un fandango. Arrebatadísimo entonces Morante, que torea hasta sentado. Bramaron los tendidos de principio a fin. Se partían las camisas los del barrio jerezano de Santiago y los de la capital alzaban los brazos al cielo cada vez que salía de la cara del buen Zarampaño. Los gritos de «¡torero, torero!» se sucedían, esos gritos que mañana serán los de gargantas afónicas... Hasta que un silencio maestrante se hizo en la última tanda al natural. Todos cruzaban los dedos cuando se perfiló para matar. Era faena de rabo. «Te vamos a dar hasta la pata», comentaban. Óscar, que debutaba en el tendido después de marcar tres goles con la Liberación, se hartó de aplaudir. Preparaba ya el pañuelo que le entregaba el padre. Pero pinchó. Igual dio: en tal nivel de éxtasis se hallaba la plaza que cayeron las dos orejas que le abrían su última puerta grande de la temporada.
Locura fueron también un par de verónicas, una media o aquellas dos chicuelinas en las que José Antonio se ceñía el arte a la cintura. Y eso que Ratonzucho, que así se llamaba su primer toro de Carlos Núñez -un zapato ideal para la ocasión en hechuras- se vencía por el zurdo. No todos lo apreciaron. Y a Morante, que sí lo vio, no le importó. El pecho siempre ofrecido, más artista que Rafael, más valiente que El Espartero. Pura locura de torería. ¿Y cómo fueron los ayudados del prólogo? Toreando con todo, tan sencillo de escribir y tan difícil de cincelar. Los otros 'locos de la colina' que no tenían entrada para la plaza y presenciaban la corrida desde la ladera saltaban. Y más aún cuando desanudó completamente el hilo del toreo en un cambio de mano que era el padrenuestro de todos los cambios y barrió el lomo en los de pecho. Como gusta a Paula y no «cargando sacos de harina». Cató también el izquierdo, olvidándose del cuerpo. El sueño de Belmonte. Porque en su histórica temporada caben todos los toreros que fueron, son y serán.
Entre toro y toro, en el callejón pedían fotos a Juan José Padilla, en un burladero con el Turronero. En barrera, Carmen Bazán, sabedora del sacrificio de los toreros, reconocía lo bien hecho. Precisamente su hijo, con una estatua en el umbral del coso de su tierra, fue el que más corridas toreó el pasado siglo en un año. Unas filas más atrás, su amiga Esther, con tanto oro como un vestido de luces, había viajado desde Pamplona hasta 'Ambiciones' para ver a Morante. «Me encanta Andalucía», decía. Y más aún le encantó Morante, que es Andalucía y es España.
MÁS INFORMACIÓN
De noche fue su luminosa última obra y de noche se marchó en volandas con la Cruz del Tajo al fondo. Morante, como Santiago, cerraba España. Cien corridas cien. Bendita locura.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete