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Una tarde sedienta de bravura

ROSARIO PÉREZ

MADRID. No había que ser Rappel ni la Bruja Lola para sospechar que ayer el aficionado venteño no saldría toreando de la plaza ni hablando del misterio de la bravura. El cartel -toros de Isaías y Tulio Vázquez para Aníbal Ruiz, Martín Quintana y Alberto Álvarez- incitaba a no ir a la Monumental, y de los escasos cinco mil espectadores que acudieron pocos volverán. ¿Cómo se va a levantar la temporada estival en Madrid con tan desaboridas combinaciones?

La corrida que nos ocupa fue una auténtica porquería, por dentro y por fuera. No sólo algunos carecían del trapío necesario para la primera plaza del mundo, sino que brindaron nulo juego. Con material tan birrioso, la modesta terna bastante hizo con estar delante. Qué pena, porque lo que se supone una oportunidad termina siendo una zancadilla más a sus ya difíciles carreras.

Había comentado recientemente en las páginas de «Aplausos» Isaías Vázquez, nieto del fundador de la legendaria ganadería, que su meta era «garantizar que nadie se durmiera en la plaza con un toro de casta». «Espero que los toreros -añadía- no vayan a cumplir el expediente, sino a sacarle a la corrida lo que tiene». Dicho y hecho: los matadores sacaron a la corrida lo que escondía su pobre anatomía: nada de nada.

Caminó entonces la tarde sedienta de emoción y bravura. Y los bostezos se sucedieron. Alberto Álvarez vio cómo se difuminaba la «posibilidad» de abrirse camino en su confirmación de alternativa. El toro de la ceremonia evidenció cierta nobleza en el capote, pero en la muleta no valió un euro. No sólo careció de fuelle, sino que desarrolló guasita y a punto estuvo de prender al neófito maño. Se puso en el sitio y ensayó muletazos por ambos pitones, pero era imposible encontrar eco en los tendidos. Con el último también fue baldío cualquier esfuerzo.

Acusó el castigo en varas el segundo, que se desplomó en la muleta. Visto que no había opción de lucimiento, Aníbal Ruiz abrevió. Tampoco realizó nada de relieve con el cuarto.

Martín Quintana se mostró voluntarioso con un lote para olvidar, como el resto del sexteto.

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