La Quinta, la verdad de Santa Coloma

Después de la mentira de Hernández Pla, de vendernos santacolomas en envase monstruoso de dos litros, la verdad del hermoso encaste de Santa Coloma resplandeció bajo la lluvia: novillos en hechuras, finos de cabos, elegantes, recogidos de cuerpo y cuerna, en tipo, bajos de aguja, tremendamente bellos. ¡Qué bonita novillada! Por fuera y por dentro. Brava y noble. Con fijeza y obediencia. Después de las lecciones amoruchadas de las jornadas anteriores, Martínez Conradi marcó la diferencia. Una clase práctica para discernir la casta buena, de la mala, la casta, del genio. Sobresaliente en presentación y juego. ¿Algún día se echará algún toro para atrás por estar fuera de la línea madre de su sangre? Si se le quiere poner alguna falta, por buscar las cosquillas, ya habrá quien añore más carbón en las calderas o más complicaciones. Los utreros de La Quinta fueron un dechado de virtudes para el buen aficionado y para los buenos toreros. La gente disfrutó del lujo, y es posible que incluso por esta senda de contrastes se reconduzca la educación taurina. Quién cree que por mucho que se dé de comer a los novillos de ayer, en cinco, seis o siete meses, cuando cumplirían los cuatro años, se pondrían como los mostrencos de anteayer, por cara, por alzada, por volumen...
Las aberraciones, como las imprudencias, se pagan. Aunque si es cierto que no hay mal que por bien no venga, bienvenida sea la diferencia entre los hernandezplá y los quintos: ¿hermanos de sangre? Ni por asomo.
Por nota, el tercero destacó. Precisamente al que le gritaron algo de «¡once veterinarios, once!», por su apariencia terciada, casi felina. No importa, también chillaron en su día al mítico «Bastonito» de Baltasar Ibán en los tercios previos. Claro que después vienen los lamentos de que si sacan los toros de tipo y así. Se puso a embestir el utrero y no paraba. Por abajo, con especial calidad por el pitón izquierdo, cumbre. Había incluso en los tendidos alguna discusión sobre por cuál iba mejor. Faltó mando a derechas o tal vez fuese algo más pegajoso. Pero al natural no había ninguna enmienda: toro de dos orejas clarísimo.
El cuarto, por este orden se establece su importancia en el conjunto, de nombre «Almendro», estaba en flor. Además se desplazaba muchísimo tras las telas, con infinita bondad, pero sin tontería. Su matador obtuvo breves pasajes. Para una fotografía de recuerdo. Simplemente.
El sexto completó el lote de la tarde, algo más hecho, más ancho de pechos. Su embestida era más seria, sin la alegría de los de su edad, como correspondía a su apariencia, lo cual no es malo. Pesaba más en la muleta. Dos del anterior y dos de éste suman cuatro orejas.
Otro que puntuó fue el segundo, por el pitón derecho sobre todo, aunque duró menos que sus compañeros. Humillaba a izquierdas en menor medida. Con todo, que no es nada, una oreja llevaba colgando.
El que abrió plaza iba y venía, dejándose aunque sin descolgar como es debido. Sirvió, que se dice. Sin más. Pero para haber tenido delante un chaval de más corazón y no tanta frialdad. Sin duda.
El de peor calificación fue el quinto, horriblemente lidiado, a mantazo limpio, sin pegarle uno de verdad. Luego fue tobillero, y se quedaba más por debajo, muy incómodo.
Todos cumplieron sobradamente en el caballo y aguantaron el castigo con entereza, pese a la desproporción que existe en su pelea con los muros de picar, las tanquetas del castoreño. Esa desigualdad todavía crece con la aparente fragilidad de los utreros santacolomeños, y aunque hubiesen sido cuatreños daría lo mismo. Y aun hubo alguno que romaneó. ¡Que volviese el caballo español y ya hablaríamos!
De los tres espadas más vale no entrar en detalles. Bastante llevan. Y encima dos con la alternativa en ciernes. Crucen los nombres de la ficha con las descripciones de cada uno de sus enemigos, y añadan adjetivos como gélidos, desangelados, aburridos, mecánicos, conformistas. Todos son intercambiables. Como suele pasar en uno y otro escalafón.
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