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Jerez se quedó pequeña para dar el último adiós a Álvaro Domecq y Díez

EUGENIO CAMACHO

JEREZ. Una nómina interminable de gente del mundo del toro testimonió ayer su respeto, cariño y admiración en el último adiós a Álvaro Domecq y Díez. La Catedral de su ciudad natal se quedó pequeña ante la muchedumbre que aguardaba desde primeras horas de la mañana la llegada del féretro con los restos mortales de una de la figuras más decisivas del último siglo en Jerez. Con el primer templo abarrotado, las escenas de dolor y pesar por tan irreparable pérdida se sucedían entre gente de toda condición social y económica. Grandes figuras del toreo de ayer y hoy, ganaderos y rejoneadores se confundían con gente sencilla del pueblo jerezano que también ha sabido reconocer la generosidad con la que Álvaro Domecq se ofreció desde siempre a sus paisanos.

Sus hijos, Fabiola y Álvaro, ocupaban junto a sobrinos y biznietos, los primeros bancos de la antigua Colegial de Jerez, mientras que los nietos que han seguido la extirpe de rejoneadores, Luis y Antonio Domecq, llevaban a hombros el ataúd.La misa funeral por el eterno descanso de su alma fue oficiada por el obispo de Jerez, monseñor Juan del Río, quien destacó las «profundas convicciones religiosas de una persona a la que la fe ayudó a superar no pocas desgracias familiares».

En representación de la corporación municipal que el desaparecido ganadero presidió desde 1952 hasta 1957, se encontraba la alcaldesa de Jerez, Pilar Sánchez, quien destacó que con su muerte «se cierra una etapa en la que, sin ningún tipo de dudas, Álvaro Domecq tuvo un protagonismo importante en una ciudad en la que ha dejado huella».

A la despedida de Álvaro Domecq no quiso faltar Curro Romero, quien sólo tuvo de palabras de cariño y emoción hacia el amigo que se fue: «Era un encanto, era de pureza increíble y eso se lo lleva también a la tierra». Al lado del Faraón de Camas se encontraba Miguel Báez Espuny «Litri», para quien Álvaro Domecq «fue una gran figura del rejoneo como no nacerá otro». Su amigo, ganadero y compañero de profesión, Fermín Bohórquez Escribano, lo calificaba como un personaje «irrepetible, por lo que ha hecho por España, por Jerez, por los caballos, por el toro y por el rejoneo». Personas conocidas, aunque sin una relación directa con el mundo taurino, estuvieron también presentes, como el parlamentario europeo y ex ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja: «Tuve la suerte de conocer y apreciar a Álvaro Domecq como persona, por lo que mi testimonio sólo es humano hacia su personalidad y ese sentido creo que España pierde a una de sus referencias más importantes de los últimos años». Visiblemente afectado, Rafael de Paula aseguraba que la muerte de Álvaro Domecq «supone una pérdida irreparable de alguien insustituible. Don Álvaro era único, punto y aparte al que me unía un afecto recíproco y sin palabras».

Por su parte, Enrique Ponce destacaba «la bondad que le salía por cada uno de sus poros y la entrega a todo lo que ha hecho, en su profesión, como ganadero...». Al acto no faltaron figuras y toreros como José Ortega Cano, Jesulín de Ubrique, El Juli o Juan José Padilla.

Especialmente afectado por los últimas horas vividas se encontraba su único hijo varón, Álvaro Domecq Romero, quien se entregó por entero a su padre, especialmente en sus últimos años de vida. Tras dejar atrás la Catedral, los restos mortales de Álvaro Domecq y Díez fueron trasladados hasta el Cementerio de Nuestra Señora de la Merced, donde fueron depositados en el panteón familiar.

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