San Isidro
A hombros el clasicismo de Ángel Téllez
Corta oreja a los dos mejores toros de Victoriano del Río y conquista a la afición madrileña
Los toros de Victoriano del Río , de bien ganado prestigio, dieron excelente juego en Sevilla (propiciaron el triunfo de Tomás Rufo) pero no lo repitieron en Las Ventas el jueves 19. En su segunda comparecencia en la Feria, el juego ha sido regular: ... varios han flaqueado y se han apagado pronto; destacan los nobles tercero y sexto, que propician el triunfo de Ángel Téllez: corta oreja y oreja , con salida en hombros. Para muchos, supone una auténtica revelación. Ni Urdiales ni Talavante tienen fortuna.
Diego Urdiales tuvo un mal lote con los de Fuente Ymbro, un par de días antes, y tampoco se esforzó del todo. El primero flaquea antes de varas... y después, aunque se emplea. ¿No salimos del fondo del vaso, como la novela de Francisco Ayala? De momento, no salimos. Suenan los solemnes gritos clásicos: «¡Toros, toros!» (A la entrada, Gonzalo Santonja le explicaba a Luis Mayero que la afición a los toros es constitutiva de la nación española). Por flojo, el toro es rebrincado, se defiende. Urdiales lo prueba, ve que hay poco que hacer y desiste. Mata a la segunda , con habilidad, entrando de lejos. Lo propio de un espada maduro, que espera la ocasión adecuada.
El cuarto es hermano del excelente tercero y también es noble pero dura menos, se apaga. Diego corre la mano con su conocido buen gusto pero el toro va más corto por la izquierda, un desarme enfría al público, que se desentiende de los buenos muletazos. Mata con facilidad.
Ésta es ya la tercera tarde de Talavante en la Feria , después de lidiar reses de Jandilla y Garcigrande; todavía le quedan las de Adolfo Martín. Hasta ahora, ha apuntado pero no ha rematado. Se preguntan algunos si le ha afectado su voluntaria parada; creen otros que la causa es su irregular carácter. Tres tardes sin convencer a la afición serían demasiadas.
El segundo mejora un poco, lo pica bien Miguel Ángel Muñoz , tiene movilidad. El comienzo de faena es muy prometedor: preciosos doblones, rodilla en tierra, algunos buenos derechazos, pero el toro queda corto y protesta, surgen enganchones; se ha apagado como una vela y la faena no ha cuajado. Mata con gran facilidad , con su estilo habitual (la espada entra como si fuera mantequilla) pero queda desprendida.
En el cuarto, algo protestado, se luce con los palos Miguelín Murillo . Una vez, Talavante le cantó flamenco por lo bajini al toro que estaba toreando. Parece que, con este Cantaor, puede encontrar el ritmo que todos esperan pero la ilusión dura poco. El toro flaquea, queda cortito , y Alejandro vuelve a su actitud de aparente abulia. Además, vuelve a matar bajo.
Todos pensamos: le queda ya sólo el cartucho de los toros de Adolfo Martín. Como dice un personaje de ‘Los buenos días perdidos’, de Antonio Gala, «hay que esperar, esperar siempre». Pero algunos toreros no nos lo ponen fácil...
Sustituye al lesionado Emilio de Justo Ángel Téllez , que dibujó buenos naturales con los toros de Araúz de Robles: es una gran oportunidad para él, que ha toreado mucho menos que De Justo. El tercero hace honor a su hermoso nombre, Enamorado: mide bien el castigo en varas Marcial Rodríguez. Muestra Ángel su actitud al quitar por ceñidas chicuelinas. El toro tardea un poco pero repite con calidad y emoción, le permite una faena clásica, en un estilo que gusta mucho en Madrid: da distancia, liga los muletazos, se cruza al pitón contrario. Una voltereta sin consecuencias sube la temperatura. Y la cierra con el estilo que puso de moda Enrique Ponce , con buenos ayudados por bajo (antes, eso era habitual sólo al comienzo de la faena). Se tira a matar con decisión, se le va un poco la mano, queda baja la espada pero el público insiste y consigue que se conceda el trofeo. Lo esencial ha sido la emoción que surge cuando el toro repite y el torero liga los muletazos. Recuerdo aquella película erótica de Alfredo Landa, ‘Dormir y ligar, todo es empezar’. Pero en serio: sin ligar, no es posible torear con emoción.
En el último, con el hierro de Cortés, Téllez sale a redondear el éxito . La gente está con él . El toro es noble, un poco apagadito (se ha llevado el mejor lote) pero él está a la altura, con su estilo clásico: logra muletazos templados, lentos, con ritmo, que levantan un auténtico clamor. Cuando el toro va más lento, aguanta sin descomponerse y aumenta la estética. A la segunda, logra una gran estocada . ¿Quién le puede negar la oreja y la salida por la Puerta Grande? Ni el público, entusiasmado, ni el presidente.
Los que no hayan visto la corrida pensarán que la gente exige a las figuras y se pone de parte de los jóvenes. Es verdad. Pero también lo es que el triunfo de Ángel Téllez , como el de Tomás Rufo, ha sido justo y legítimo, sin recursos fáciles. En su primer toro, ha predominado la ligazón; en su segundo, el temple, la armonía. Si unimos las dos cosas, tenemos ya buena parte del arte de torear.
Si nos alegra ver mucho público joven en los tendidos, también nos encanta que surjan nuevos toreros que ilusionen. Sobre todo, si siguen el buen camino del arte. A la salida del Museo del Prado, le preguntaron a Salvador Dalí cuál era el pintor más moderno que había visto; sin dudar, contestó: «¡Velázquez!» Tenía toda la razón. Y Gerardo Diego, en su poema a Antonio Bienvenida, sentenció: « Lo clásico es lo justo ». Ése ha sido el arma infalible que le ha abierto a Ángel Téllez la Puerta Grande. La Fiesta –como cualquier arte– nunca se acaba.
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