Feria de San Fermín: El poderoso imán de El Juli

El Juli sale a hombros de la plaza de toros de Pamplona, tras cortar tres orejas Efe

No había arrancado la tarde en un tono edificante. Los silbidos de la canalla durante el minuto de silencio en memoria del policía asesinado en Madrid provocaron algunas náuseas y la reacción de la mayoría. A ver si los miuras afinan la puntería el próximo sábado...

Pero El Juli es bálsamo que todo lo arregla. Esconde un imán que enciende e hipnotiza a los públicos. Corre, salta, se arrima como un necesitado; salva a la empresa, tapa al ganadero, justifica su caché e incluso lo eleva. Y si además mata con el estilo y la seguridad con que estoqueó al sexto por el mismo hoyo de las agujas, apaga y vámonos.

Donde los demás aburren, El Juli divierte. En su poder está esa capacidad de las grandes figuras de todos los tiempos para conectar con los tendidos a una velocidad endemoniada. Ante los ojos de esa masa alucinada, lo malo parece menos malo y lo bueno, mejor. Compensa unas cosas con otras. Por ejemplo, banderilleó entre mal y regular al último de la tarde, que esperaba en los medios. Incluso el tercer par se le fue completo al suelo. Nada digno de un matador de toros. Pero luego metió al domecq en la muleta, le pulió los defectos, como ese vicio andarín que incomodaba al principio de faena para encontrar la colocación adecuada, y terminó callando a una plaza que no guarda silencio ni debajo del agua ni por los muertos.

Mediada su labor, ya completaba el redondo hasta convertirlo en circular. Y antes había buscado siempre la ligazón hasta lograrla, limada la condición gazapona del cornalón oponente, cuyo velamen, por cierto, imponía. Hubo un par de pasajes zurdos, al principio y casi al final de la obra, y, sobre todo, un volapié que levantó al gentío de sus asientos y que despejó dudas.

La seria corrida de Santiago Domecq bajó el tono de su presentación con los toros cuarto y quinto, y desarrolló un juego desigual, nada parejo. Así, el tercero embestía con todo, con temperamento, sin humillar; el primero fue demasiado flojo; el penúltimo, deslucido y complicado...

Al del ímpetu, Juli le cortó una oreja. Había clavado un buen par por los adentros, especialmente porque la salida de la cara del toro resultó más pausada que en los otros anteriores, al cuarteo y al sesgo. Inauguró el último tercio por estatuarios y siguió sobre la derecha. Y en éstas el jabonero le envió un recado al muslo de salida que le deshilvanó la taleguilla como una cuchillada traicionera. Desde entonces siguió el torero con escaso asiento, aunque muy bullidor. Media estocada y un descabello precedieron a una oreja, producto de ese poderoso magnetismo que ejercen los fenómenos de masas.

A su lado Morante de la Puebla causaba una imagen triste y afligida, blandita y pusilánime. Sí, al noble segundo de su lote le dio algunos muletazos buenos, como en el inicio de faena, pero faltaba chispa y continuidad por ambas partes. Al que inauguró la tarde, apenas le sacó nada por su flojera. A ambos los despachó de cómodos pinchazos hondos para ir a continuación, con premura, a por el descabello.

Eugenio de Mora trabajó lo suyo con su pegajoso primero para justificarse. Peor lo tuvo con el feo quinto, que no hizo nada claro desde que apareció y le puso en la tesitura de tomar el olivo con el capote. Nada decoroso fue el bajonazo con que lo pasaportó.

Al final, El Juli despertó a todos. Hasta Ismael Hevia se desperezó en su sillón.

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