Feria de Abril: una brava corrida de Santiago Domecq
José Garrido y Alfonso Cadaval cortan una oreja a dos grandes toros

Hemos vuelto a la Plaza de los Toros sevillana, al comienzo de la serie continuada de festejos que componen la Feria de Abril : doce tardes consecutivas en este hermosísimo escenario, donde impera la sensibilidad estética, esperando la llegada de ese milagro que es la pura ... belleza del toreo. Lo canturreaba Juan Belmonte por lo bajini, en las frecuentes tardes de grisura: “Siempre te estoy esperando / y nunca llegas / a horita cierta”. Pero la esperanza nunca se acaba... Y, después del parón por el Covid, volver aquí a los toros sabe a gloria bendita.
Noticias relacionadas
En este primer festejo, no actúan las primeras figuras. Es lógico, pero me llama la atención la forma actual de confeccionar carteles. Antes, en las grandes Ferias, solían alternar un diestro veterano, otro, en plenitud, y un joven, que viniera arreando. Ahora las figuras suelen ir agrupadas (un cartel rematado, llaman a eso), sin competir con los otros toreros: como si hubiera una Primera División taurina, tajantemente separada de la Segunda. Los empresarios taurinos saben muy bien lo que hacen, sin duda, pero a mí me gustaba el anterior sistema. El gran público se apunta a los carteles de figuras; las tardes como ésta, la Plaza no se llena pero el presupuesto se compensa.
Para iniciar la serie continuada de festejos, se lidia una brava corrida de Santiago Domecq. Son toros bravos, encastados, que acuden de lejos al caballo, humillan, repiten incansables, en la muleta: lo que tantas tardes echamos de menos. Destacan los espectaculares tercero, cuarto y quinto. Cada uno con sus armas, José Garrido y Alfonso Cadaval aprovechan su oportunidad y cortan un trofeo. Menos fortuna tiene Joaquín Galdós. Gracias a la bravura de las reses, un cartel de los más modestos de la Feria ha tenido momentos de auténtica emoción: con un toro bravo, la belleza del toreo resplandece.
El primero se parte el pitón de salida, al chocar con el burladero. Es un vicio frecuente del toreo actual. Antes, los buenos banderilleros evitaban que eso sucediera, parando el toro a una mano: ¡inolvidable Andrés Luque Gago, por ejemplo! El bonito sobrero humilla de salida y José Garrido dibuja algunos lances . El toro flaquea, después de varas, pero embiste con celo y casta (lo que ahora llaman ‘carbón’). Aguanta el diestro con oficio las fuertes embestidas, en un trasteo de más mérito que brillo. Prolonga la faena (otro vicio actual) y suena el aviso antes de entrar a matar, sin acierto.
El cuarto es un precioso sardo (de tres colores: como la capa remendada de un estudiante, decían los revisteros). Lo saca del caballo con un galleo barroco, al estilo mexicano y de Ferrera. El toro persigue de cerca a Chacón, en banderillas. Como el toro repite, incansable, liga derechazos de rodillas. (Escucho, a mi lado: «Eso, ¡de pie!»). En la larga faena, destacan los solemnes pases de pecho y un cambio de mano muy lento. Acierta con un pinchazo hondo en buen sitio que es suficiente: oreja.
Algunos quisieron ver al peruano Joaquín Galdós como a un rival de su compatriota Andrés Roca Rey, alimentando así una competencia en su tierra, pero no ha llegado a ese nivel. Su toreo busca menos el dominio del toro, persigue más la estética y es menos regular. Se luce en los lances de recibo al segundo, con cierto gusto. El toro se defiende con genio por los dos lados: sólo puede sacarle algunos derechazos aseados. Mata con facilidad pero falla con el descabello. Se advierte su deseo de torear con gusto pero no ha resuelto las dificultades de la res.
Después de los éxitos de sus compañeros, acude a portagayola en el quinto, encadena lances moviditos. El toro no para de embestir. Galdós torea vistoso, algo eléctrico: un trasteo afanoso, desigualmente rematado, por algunos enganchones. Al final, para mi sorpresa, algunos aplauden un bajonazo: es un mal síntoma, para una plaza como ésta.
Mis amigos sevillanos elogian la dedicación al toreo de Alfonso Cadaval, hijo del muy simpático e inteligente César, el Moranco. Lucha Alfonso por abrirse paso, ha toreado poco. Esta tarde, tiene la fortuna de que le toque un toro excelente, muy bravo, que embiste al caballo de lejos y repite, incansable, en la muleta. El diestro lo aprovecha en series de derechazos, con su estilo sobrio y clásico, que el público jalea. Se tira de verdad a matar, logra una gran estocada y corta una merecida oreja de este Chismoso, que ha sido un gran toro.
En el último, que también acude pronto al caballo y empuja, intenta completar su triunfo pero el toro flaquea un poco y se para. Consigue momentos buenos pero no redondear la faena. Mata a la segunda. En todo caso, esta tarde ha supuesto un paso adelante muy importante en su carrera.
¿Veremos, en toda la Feria, muchos toros tan bravos como los de esta tarde? No parece fácil. Estos toros ofrecen una gran oportunidad pero tienen también un riesgo evidente: descubren hasta dónde llega la capacidad de un torero. No es la primera vez que veo toros muy bravos de Santiago Domecq. La pregunta que surge es evidente: ¿por qué no se han apuntado a estos toros, en Sevilla, las primeras figuras? Es una de tantas cosas difíciles de entender, en la actual tauromaquia. O, quizá, dicen los mal pensados, precisamente por ser tan bravos.
Posdata. En la final sevillana de la Copa del Rey de fútbol, no hubo pitos al Himno nacional sino que fue coreado: como siempre debería ser. Joaquín celebró el triunfo tomando un capote y dibujando una serie de verónicas. Le he escuchado que, cuando se retire, querría sentir la emoción de torear un festival : un motivo más para que nos inspire simpatía.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete