donde habita el olvido /
San Pedro de Arlanza, tierra de leyendas
Las ruinas del monasterio del siglo XI evocan el nacimiento de Castilla en un paraíso natural
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Las aguas del río Arlanza horadan un valle por el que discurren hasta confluir con el Arlanzón antes de desembocar en el Pisuerga. Pinares, encinas, chopos, hayas, sabinas y viñedos crecen en los cañones del Arlanza, cuna de Castilla y enclave de monasterios románicos.
Es en una curva del río, en un terreno tallado por la erosión y cerca del lugar donde nació Fernán González, se halla San Pedro de Arlanza, antaño uno de los monacatos más florecientes de Castilla. Sus orígenes se remontan al año 912 cuando unos eremitas eligieron este paraje para orar. Si el visitante alza la vista, puede vislumbrar en lo alto de la montaña las ruinas de la ermita de San Pelayo.
Hay constancia de que el monasterio de San Pedro de Arlanza se levantó a principios del siglo XI. Tenía tres naves y tres ábsides. Los benedictinos vivían en unas dependencias anexas. A finales del siglo XII, se construyó una torre de planta cuadrada, se amplió el claustro y se edificó la sala capitular. El paso del tiempo y el abandono han convertido la iglesia y el monasterio en ruinas ilustres que testimonian una época de esplendor. Aquí nació Castilla, aquí estuvo enterrado Fernán González, aquí se fraguó el nacimiento de una nación.
En San Pedro de Arlanza habita también la incuria y la destrucción
No sólo habita el olvido en San Pedro de Arlanza, hoy un viejo esqueleto a la intemperie del invierno de Burgos. Habita también la incuria y la destrucción. La portada del templo fue trasladada al Museo Arqueológico Nacional en 1895, varias tumbas fueron llevadas a la catedral de Burgos y algunos frescos al Museo Metropolitano de Nueva York y al Museo de Arte de Cataluña. Una diáspora que refleja el abandono y el desprecio a unas señas de identidad y un patrimonio histórico. A pocos kilómetros, las ruinas del castillo de Lara de los Infantes se elevan sobre un inhóspito collado, el monasterio de Silos sobrevive pese a la vejez de sus monjes y la ciudad medieval de Covarrubias languidece en la España vacía.
Desde Silos, se puede dar un paseo hasta el impresionante desfiladero de La Yecla, horadado por el Arlanza en la roca caliza. La garganta es tan alta y estrecha que apenas llegan los rayos del sol hasta las aguas del río, cerca de unos de los sabinares que todavía se conservan en la Península.
San Pedro es el centro geográfico de esta región y el lugar donde irradió la cultura que, en los siglos siguientes, fue expandiéndose por las orillas del Duero. Sus dependencias fueron creciendo, las donaciones de los reyes de Castilla financiaron nuevas obras, mientras que el gótico se fusionaba con el románico a partir del siglo XIV. El monasterio sobrevivió hasta 1835 cuando la desamortización de Mendizábal forzó a los monjes a abandonar el recinto. Hoy los muros del templo ya no existen, los pilares son muñones de piedra, su biblioteca fue expoliada y la luz traspasa los ventanales, cuyas vidrieras desaparecieron hace mucho tiempo.
Hay un documento, poco fidedigno, que se conservaba en el cartulario del monasterio. Es un acta suscrita por Fernán González y Doña Sancha en el que consta la fundación del enclave. Todo indica que pudo ser una falsificación medieval, pero la leyenda ha sobrevivido a la verdad histórica. A falta de un futuro esperanzador, quedan esas leyendas que evocan el glorioso pasado de estas tierras.
Resulta difícil saber por qué el director italiano Sergio Leone eligió un descampado entre unas colinas, muy cerca de San Pedro de Arlanza, para rodar la escena final de 'El bueno, el feo y el malo' en 1966. Allí se levantó el cementerio de Sad Hill, donde Clint Eastwood se enfrenta a Eli Wallach y Lee Van Cleef para apropiarse del tesoro escondido en una tumba. Me pareció escuchar los ecos de los disparos de las pistolas cuando visité el lugar y alguien me dijo en ese viaje que me habían dado la misma habitación en la que dormía Eastwood en Covarrubias. Otra leyenda más.
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