'Viejos tiempos', los fantasmas de la memoria
Crítica de Teatro
El pasado, más que un tema, es aquí el cuarto actor: se quita y se pone máscaras, se exhibe y se oculta, disimula y extiende su veneno
«A veces me pregunto si Pinter no se estaría riendo de nosotros»

Crítica de teatro
'Viejos tiempos'
- Texto Harold Pinter
- Dirección Beatriz Argüello
- Traducción y versión Pablo Remón
- Escenografía Carolina González
- Vestuario Rosa García Andújar
- Iluminación Paloma Parra
- Música original y espacio sonoro Mariano Marín
- Movimiento escénico Óscar Martínez Gil
- Intérpretes Ernesto Alterio, Marta Belenguer, Mélida Molina
- Lugar Teatro de La Abadía, Madrid
'Viejos tiempos' es la tragedia de la memoria. En ella, Harold Pinter nos deja ver lo que se esconde tras un aparente idilio de pareja, más allá de esa casa retirada, de esos paseos solitarios y esos horizontes marinos. En la vida ... feliz de Deeley y Kate se va a introducir, en efecto, el elemento de la incertidumbre, el demonio de la perturbación: esa visita de Anna, con la que Kate compartió piso, les lleva a meterse, en expresión de Modiano, por las grietas del tiempo.
Harold Pinter no crea en esta obra un argumento lineal, ni mucho menos un argumento clásico, sino que lo que crea es un escenario adonde llegan los ecos torturados del pasado, de un pasado que no se sabe si se recuerda, se deforma o se imagina. Con su ironía tan característica, Pinter vuelve a someternos a un regreso, esta vez el de la amiga prófuga, que no trae, por cierto, buenas noticias sino los traumas, los secretos inconfesables de lo vivido hace muchos años. El pasado, más que un tema, es aquí el cuarto actor: se quita y se pone máscaras, se exhibe y se oculta, disimula y extiende su veneno.
Todo ello queda patente en este sólido montaje que nos ofrece Beatriz Argüello con versión de Pablo Remón. El salón donde transcurre todo, esa estancia tranquila, poco a poco va a convertirse en el espacio de la vaguedad conceptual y biográfica: se mira el pasado a través del humo de los cigarrillos y de las copas de coñac y lo que se mira son unas identidades en fuga.
En este sentido el gran trabajo interpretativo llevado a cabo por Ernesto Alterio, Marta Belenguer y Mélida Molina es crucial: son seres perdidos en su memoria, en sus propios monólogos, que se convierten incluso en seres violentos. Apelando a una dimensión cinematográfica y musical nos convocan a su propio cuento de terror gótico, a un ritual de muerte.
'Viejos tiempos' no es una obra complaciente para el espectador; le exige, le reta, le hace recomponer este puzle, verse cuestionado en su comprensión, aburrirse, sentirse en medio de una enorme densidad, como ocurre en la última etapa de Pinter. Pero todo aquí vuela a gran altura, es un espectáculo perturbador y Beatriz Argüello ha hecho de este juego de memorias, un juego teatral de calidad verdadera.
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