Paco de Lucía sigue comiéndose a mordiscos la Gran Manzana
El Flamenco Festival de Nueva York cumple veintitrés años con una edición dedicada al guitarrista algecireño en el décimo aniversario de su muerte
El Flamenco Festival mantiene viva la llama de Paco de Lucía en Nueva York

Cuenta la leyenda que a principios de los años cuarenta los flamencos de Carmen Amaya -que junto a Sabicas, el genial guitarrista, ofreció una histórica actuación en el Carnegie Hall neoyorquino, asaron sardinas en un hornillo casero en su habitación del refinado Hotel Waldorf Astoria, para escándalo de los delicados huéspedes. Han pasado ochenta años desde aquello, y la relación del flamenco con Nueva York ha cambiado mucho. Por la Gran Manzana han pasado a lo largo de las décadas los más grandes artistas de este arte que se transmite del escenario al patio de butacas casi como un virus irrefrenable: Antonio Ruiz Soler, Antonio Gades, Sabicas, Manolo Sanlúcar, Camarón... y Paco de Lucía.
El recuerdo del guitarrista algecireño -fallecido hace ahora diez años- se ha adueñado en las últimas semanas de Nueva York. Su último recital en esta ciudad lo ofreció en 2007, en el marco del Flamenco Festival de Nueva York. Y este certamen, que celebra su 23ª edicion y que tanto ha hecho por modernizar la imagen del flamenco fuera de nuestras fronteras, no podía dejar pasar la ocasión de recordar la figura de quien, sin duda, ha marcado un antes después no solo en la historia del flamenco sino de la música misma. Un simposio celebrado en el Cuny Graduate Center, de la Universidad Pública neoyorquina, ha analizado la relación del guitarrista algecireño con el continente americano -murió en México, donde residía los últimos años-; la huella que en él dejaron las músicas de los distintos países; de Perú importó el cajón, instrumento que se ha convertido en imprescindible en el flamenco actual.
Lourdes Luque, Juan José Téllez, Benjamin Lapidus o el guitarrista Alejandro Hurtado -sustituto del previsto Rafael Riqueni, al que una tendinitis dejó en España-, fueron algunos de los intervinientes de jornada, que se cerró, muy a la española, en el restaurante de La Nacional, otro pedacito de la historia de nuestro país en esta ciudad -a este centro, creado para acoger a los inmigrantes españoles que llegaban a la ciudad, vinieron figuras como García Lorca o Joaquín Sorolla.
El pintor valenciano, precisamente, dejó su huella en la majestuosa Hispanic Society de Nueva York, para la que pintó entre 1913 y 1919 su espectacular conjunto de catorce cuadros 'Visión de España'. En 2023 se ha conmemorado el centenario de la muerte de Sorolla. «El Ballet Nacional venía al Festival; tiene una coreografía, 'Sorolla', basada en esta obra, que está en Nueva York. Así que hablé con la Hispanic Society para organizar algo». Se refiere con esta despreocupada naturalidad Miguel Marín, el inquieto creador y director del Flamenco Festival, a la emocionante y singular velada que se celebró en el señorial edificio de la 155th Street. Allí los bailarines Estela Alonso, Sara Arévalo y Rubén Olmo dieron vida a las figuras de los cuadros 'La jota', 'Las grupas' o 'Ayamonte; la pesca del atún' -pareciera que emergían de los mismos lienzos-, acompañados por la guitarra de Alejandro Hurtado y el cante de Gabriel de la Tomasa, que cantó una conmovedora saeta frente al cuadro 'Los nazarenos'. Desde la sala contigua, la goyesca 'La duquesa de Alba de negro', la joya de la colección de la Hispanic Society, rabiaba de espaldas por no poder dejar su marco y unirse a esta fiesta de la cultura española.
El recuerdo a Paco de Lucía no se limita en este festival -que abrió Tomatito el día 1 en el Town Hall y se desarrollará hasta el día 17- al simposio de la Cuny. Marín pidió a cada uno de los artistas que incluyeran en sus actuaciones una pieza del algecireño. 'Almoraima', coreografiada por Rubén Olmo, director de la compañía, fue el homenaje del Ballet Nacional de España, que ha vuelto a una ciudad que le aplaudió por primera vez en 1988, cuando el Metropolitan Opera House le abrió sus puertas. Esta vez ha presentado en el New York City Center 'Invocación' y 'De lo flamenco', un programa que muestra a la perfección la versatilidad y el brío de la compañía, y que fue recibido con entusiasmo por el público que abarrotaba la sala -en las primeras ediciones, el español, con sus diferentes acentos, era el idioma más escuchado en el patio de butacas; hoy domina el inglés, signo de que el festival ha calado en la ciudad-.
Una ciudad, Nueva York, teñida estos días de gris plomizo, a la que el flamenco, con artistas que muestran su infinito arco expresivo -una de las señas de identidad del festival desde sus inicios; nunca ha sido un certamen complaciente, sino todo lo contrario- está prestando su brillante arcoiris de colores. El flamenco -y con él su máximo genio, Paco de Lucía- sigue comiéndose a mordiscos la Gran Manzana.
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