Lolita Flores, entre visillos lorquianos
Lolita Flores es Poncia en un montaje que le obliga a dejar en el camerino su radiante naturalidad, que es una de sus mayores armas como actriz, para convertirse sobre las tablas en un continuo verso
Lolita Flores interpreta 'Poncia', un 'spin-off' de la 'Bernarda' lorquiana
Crítica de teatro
'Poncia'
- Texto y dirección Luis Luque (A partir de 'La casa de Bernarda Alba' de Federico García Lorca)
- Espacio escénico Monica Boromello
- Iluminación Paco Ariza
- Vestuario Almudena Rodríguez
- Música original Luis Miguel Cobo
- Intérprete Lolita Flores
- Lugar Teatro Español, Madrid
«¡Quiero hablar porque me da la gana! ¡Quiero llorar porque me da la gana!» Son palabras de la Poncia de 'La casa de Bernarda Alba', resucitada ahora por Luis Luque en una función escrita a medida para Lolita Flores. La Poncia ... es, en el texto lorquiano, la única que, a su manera, se mantiene firme ante los atropellos de Bernarda; la única que con sus respuestas y su sabiduría añeja pone un poco de luz en la negrura que domina esa casa. Luque ha imaginado qué pasaría por la mente de esa mujer, La Poncia -así, con el pronombre, la escribió Lorca-, tras la muerte de Adela, y desobedece en este monólogo el mandato de Bernarda: «¡Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio!»
La creación de este espectáculo, un poema teatral 'marca de la casa', tiene ya tintes poéticos en su creación. Miguel Narros, con quien Luis Luque trabajó codo a codo en los últimos años de aquél, contaba que en su día le ofreció a Lola Flores interpretar a La Poncia en un montaje de 'La casa de Bernarda Alba'. La Faraona declinó la oferta por cuestiones económicas, pero tanto a ella como a Narros -«¡qué gran Poncia hubiera sido!», decía»- se les quedó clavada la espinita que ahora Luque ha sacado de alguna manera. Porque en esta función hay mucho de homenaje: a Lola Flores, a Narros, a Lorca, a las mujeres calladas -o silenciadas- de una España oscura, al propio teatro incluso...
La Poncia que Luis Luque ha imaginado es una mujer dolorosamente rabiosa -«los pobres también sentimos las penas, aunque crean que se nos olvidan delante de un plato de garbanzos», dice en un momento-, siempre digna -«no puedo hablar, pero puedo pensar, eso no me lo quita nadie»-, despierta, lúcida, intuitiva, sabia, resignada, a pesar de todo esperanzada... Y sobre todo, libre. En este monólogo -hermoso, aunque moroso en algunos tramos- habla con Bernarda, con sus hijas; con Josefa; dice lo que no ha podido decir antes, pero no hay rencor en sus palabras, solo el deseo de una vida mejor y libre: «Quiero soñar que las mujeres que habitan en esta casa dejan de coser, se quitan los vestidos negros y bajan al patio para bailar con todas las muchachas del pueblo».
Lolita Flores es Poncia (Luque le ha quitado el 'La') en un montaje que le obliga a dejar en el camerino su radiante naturalidad, que es una de sus mayores armas como actriz, para convertirse sobre las tablas en un continuo verso; Luque le pide contención, a menudo incluso sequedad, y Lolita riega su Poncia con el torrente de su talento e ilumina el personaje con la luz de su arte intuitivo, poderoso y convincente. Ella es un ejemplo perfecto de que el talento se hereda.
El Luque director ha mimado a la actriz y ha creado para ella un entorno -y utilizo otra vez la palabra- poético. Unos visillos que a la vez son sábanas colgadas al sol conforman la evocadora escenografía de Mónica Boromello, que pintan las luces dulces de Paco Ariza y el necesariamente sobrio vestuario de Almudena Rodríguez, y envuelven la música y los sonidos llenos de sugerencia de Luis Miguel Cobo.
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