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'La Dolores': ¡España a voz en grito!

CRÍTICA DE ÓPERA

«El drama aún explica que hay una España cruel, manifiestamente despreciable, soberanamente tópica y repugnantemente cínica»

Jorge de León y Saioa Hernández, en 'La Dolores' Elena del Real

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Crítica de ópera

'La Dolores'

  • Música Tomás Bretón
  • Libreto Tomás Bretón, sobre la obra de José Feliú y Codina
  • Dirección musical Guillermo García Calvo
  • Dirección de escena Amelia Ochandiano
  • Escenografía Ricardo Sánchez Cuerda
  • Vestuario Jesús Ruiz
  • Iluminación Juan Gómez Cornejo
  • Intérpretes Saioa Hernández, Jorge de León, José Antonio López, María Luis Corbacho, Rubén Amoretti, Javier Tomé, Orquesta y Coro del Teatro de la Zarzuela, Coro de Voces Blancas Sinan Kay, Rondalla Lírica de Madrid
  • Lugar Teatro de la Zarzuela, Madrid

'La Dolores' se pasea estos días por el Teatro de la Zarzuela dejando un reguero de enorme tristeza. Cien años han pasado desde la muerte de su autor, Tomás Bretón, y el drama aún explica que hay una España cruel, manifiestamente despreciable, soberanamente tópica y repugnantemente cínica. Otras obras más jóvenes han envejecido plegadas a una época que ya no es esta; pero 'La Dolores', con toda su trivialidad, con todo su costumbrismo, con toda la ruralidad que se le quiera reconocer, defiende con orgullo aquello que sería mejor olvidar.

Como el buen refrán, capaz de sintetizar en una frase toda una experiencia, 'La Dolores' parte de una jota blasfema ('Si vas a a Calatayud…'), se difundió en forma de romance, se explayó en la creación teatral de José Feliú y Codina, que a partir de 1892 fue un éxito de taquilla, y se transformó en decenas de adaptaciones, desde canciones, a pasodobles, películas… incluyendo la ópera de Bretón, quizá un ejemplo supremo de ópera española si es que se dan por buenos los comentarios acerca de su altura al lado de las mejores propuestas europeas. Elena Torres lo cuenta muy bien en el texto incluido en el libro programa que ha editado la Zarzuela.

Pero el melón de la ópera española y de su relativa importancia queda para otra ocasión, porque el asunto está ahora en aquello que se ve en la Zarzuela, a donde la obra llega tras la última reposición en el Teatro Real de Madrid en 2004, entonces a través de la lente ennegrecida y oscurantista del director José Carlos Plaza.

Algo de ese principio asoma en la propuesta de Amelia Ochandiano, aunque de una manera más liviana, poco contundente. El ambiente es gris, sin duda, la escenografía seca y desnuda, atemporal como plaza de pueblo, grada, ruedo y tendido, pero el juego apenas penetra en la cuestión por mucho que quiera enfrentar lo razonable con lo injusto, o lo profano con lo sacro, representado en esa capilla abatible llena de velas.

Deja un poso de tristeza el trabajo de Ochandiano, y no porque deje de ser fiel al libreto de Bretón, a sus ripios y descripciones, incluso a sus elipsis, ya sea la cogida de Rojas en la plaza o el crimen que ejecuta Lázaro, todo a espaldas del espectador, sino porque da pie a que el gesto sea excesivo, sobre todo en una primera parte masiva y abusiva, desaforadamente estentórea, con la plaza de Calatayud sumando un conglomerado de acciones.

Como deja un poso de tristeza que desde el principio se cante tan desgañitado, que desde el foso que gobierna Guillermo García Calvo al coro todo sea poderosamente explícito, tan cercano al grito. Por supuesto, se aplaude tras la jota porque es obligado, pero son unos cuantos los espectadores que participan en un momento en el que la música de Bretón se pliega sin disimulo a lo popular. Por eso, en el primer reparto, la rectitud vocal y gestual de Gerardo Bullón destaca sobre el exceso de furor de Saioa Hernández o la destemplanza de Jorge de León, quien concentra su actuación en la rotundidad del agudo final.

Esta 'Dolores' confunde la tragedia con la histeria y, aun así, tras una representación de escaso calor acaba triunfando. Es inevitable pensar que lo hace porque algo hay de verdad en la ópera de Bretón que, con todos sus defectos formales y sintácticos, se sobrepone a una realización que apenas atraviesa la superficie de la obra, que se conforma con decorar significados evidentes desde el posible compromiso ante un asunto tan escabroso como el maltrato a cuestiones que más cercanas al retórico e irresoluble tema de 'lo español'. Al margen del flaco favor que le pueda hacer, en su centenario, a la partitura de un músico de la talla de Tomás Bretón.

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