'El alcalde de Zalamea', dignidad contra el abuso de poder
José Luis Alonso de Santos dirige una versión de la obra de Calderón en los Teatros del Canal
'El monstruo de los jardines': Calderón contra la guerra
![Arturo Querejeta (Pedro Crespo) y Daniel Albaladejo (Lope de Figueroa), en 'El alcalde de Zalamea'](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/09/19/zalamea-R0MXOLeRqZN8cVJvZxuOuLL-1200x840@diario_abc.jpg)
Una «catedral dramática». Con estas contundentes palabras define Arturo Querejeta 'El alcalde de Zalamea', la obra de Pedro Calderón de la Barca que acaba de subir al escenario de los Teatros del Canal tras su estreno, hace unas semanas, en Alcalá de Henares. Con este montaje se inaugura la nueva etapa de este espacio, que cuenta con varios directores residentes. Uno de ellos es José Luis Alonso de Santos; el dramaturgo ha hecho la versión y dirige este montaje, que cuenta con un amplio reparto que encabeza Arturo Querejeta, como Pedro Crespo, y completan Daniel Albaladejo, Javier Lara, Adriana Ubani, Jorge Basanta, Isabel Rodes, Andrés Picazo, Fran Cantos, Pablo Gallego Boutou, Jorge Mayor, Carmela Lloret, José Fernández, Guillermo Calero, Daniela Saiz y Alberto Conde. Ricardo Sánchez Cuerda firma la escenografía, Felipe Ramos la iluminación, Elda Noriega el vestuario y Alberto Torres & Alberto Torres la música original.
El abuso de poder es la médula espinal de esta obra que se publicó en 1651 con el título de 'El garrote más bien dado', y con su título definitivo en 1683, y que es sin duda una de las obras cumbres de nuestro Siglo de Oro –que la Comunidad de Madrid va a declarar Bien de Interés Cultural (BIC), en la categoría de Patrimonio Inmaterial–. «Pedro Crespo busca por encima de todo mantener el orden, el imperio de la ley –explica Arturo Querejeta–, y para eso no duda en abrir procedimiento al capitán y en encarcelar a su propio hijo. Es un hombre iletrado pero de una gran nobleza y honradez».
En 'El alcalde de Zalamea', el capitán Don Álvaro llega con sus tropas a Zalamea de la Serena camino de Portugal; se aloja en la casa de Pedro Crespo, un rico labrador, y allí viola a su hija, Isabel. Crespo intenta que Don Álvaro se case con la joven, pero el militar la rechaza por ser de clase inferior. Pedro Crespo es elegido alcalde y juzga y da garrote al capitán, lo que le causa un enfrentamiento con el poder militar, representado por Don Lope de Figueroa. Finalmente será el Rey Felipe II quien ratifique la justicia de la decisión de Crespo y le nombre alcalde perpetuo de Zalamea.
No solo es actual la obra, dice Alonso de Santos, porque hay treinta creadores, además de Calderón, detrás de esta puesta en escena, que además «hacen política desde el escenario y plantean un pensamiento múltiple», sino porque «habla de abuso de poder, de dignidad, de verdad, de honor... Basta con verlos telediarios o leer los telediarios para comprobar la actualidad de la obra», dice el dramaturgo vallisoletano.
Durante los últimos meses, confiesa Alonso de Santos, «he mantenido muchos diálogos y enfrentamientos con Calderón, a menudo de madrugad, en los que entre otras cosas le planteaba: ¿Qué hubieras dicho ahora?» Cree que diría lo mismo, porque sigue, sin entenderse la injusticia y el abuso de poder. «En la política no puede llevarse a cabo este abuso de poder, porque precisamente es el territorio para evitar los abusos, para buscar la dignidad humana. Sin dignidad no se puede volar; es importante construir autopistas, sí, pero es más importante construir autopistas para la dignidad. No es posible que la dignidad no esté de moda, y no hay que ser tolerante con la indignidad, con la injusticia, con la mentira».
Y para combatirlas, añade Alonso de Santos, está el arte, el teatro. «Claro que el arte es una fiesta, claro que buscamos hacer belleza, entretener y divertir, pero también intentamos defender valores... Y eso es algo que siempre está y estará de actualidad»
«Además de la tensión política que se respira entre líneas, de su poesía y perfecta construcción formal de sus personajes –sigue el dramaturgo–, para mí su mayor valor está en que otorga al espectador el papel de jurado ante las diferentes formas de conducta que se establecen dentro de una sociedad. Y, al hacerlo, le introduce en el importantísimo debate sobre los derechos humanos que antes, y ahora, tiene cada ciudadano, y en la responsabilidad ante los hechos que ocurren en la sociedad que habitamos».
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