El Vaticano, al galope
Seamos serios. Es decir, no lo seamos. Dejemos fuera el rigor científico, las implicaciones religiosas e incluso la fidelidad a la novela -a buen seguro absorbente- y centrémonos en las virtudes cinematográficas de una cinta que algún internauta radical podría rebautizar como «Ángeles y González-Sinde».
Para empezar, la película es trepidante, con lo que de entrada se desmarca de «El código Da Vinci», cuya acción se desmayaba a menudo en medio de una intriga discutible, apenas sostenida por un escándalo descafeinado. Al dúo Ron Howard-Tom Hanks, por lo general impecable, se incorpora David Koepp. Repasen la filmografía de este guionista (hace otras cosas, pero escribir es lo suyo) y verán que si entiende de algo es de no aburrir al personal. El ritmo de narración te deja sin resuello, en efecto. Si te van a contar una tontería, si te van a timar, incluso si te van a dar el disgusto de tu vida, mejor que lo hagan con gracia. O con ritmo. ¿No es preferible una fruslería amena que el pensamiento más profundo expresado por un pelma?
La cinta añade otro redescubrimiento. De Tom Hanks ya sabemos que podría conseguir la identificación del espectador aunque diera vida a un batracio. Quien sorprende es la israelita Ayelet Zurer, evolución del modelo Amelie de morenita más exótica que exuberante, de espléndidas prestaciones. El resto del cosmopolita reparto no está peor elegido. El escocés Ewan McGregor se da ínfulas de papable, con el alemán Mueller-Stahl de cardenal, mientras el sueco Skarsgård y el italiano Favino se enrolan en las fuerzas del orden. Gran equipo.
Es cierto que dos semanas después de ver la película es difícil recordar más allá de las líneas maestras del argumento. Desde su mismo origen, esto tampoco es «El nombre de la rosa», con sus distintos niveles de lectura perfectamente engarzados para atrapar a los públicos más diversos. «Ángeles y demonios» apenas ofrece un par de cosas, pero ambas están bien empaquetadas e incluyen un lazo final vistoso y bien anudado. Salvo que el espectador espere que le sirvan una revelación, saldrá del cine con algo muy parecido a lo que cabría esperar al pagar la entrada. No es poco en estos tiempos de decepciones y falsas promesas.
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