La verdad musical de Teresa Berganza
«En el carácter rotundo de Berganza estaba la semilla de su personalidad interpretativa, abogando siempre en defensa de una pureza que parecía inalcanzable»
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Teresa Berganza fue una música con arrojo, decisión, voluntad y exigencia: una reunión de virtudes que en ella se identificaban con algo tan aparentemente difuso como lo madrileño. En Berganza sobrevivía el orgullo de una ciudad que, más allá del tópico archinesco y las idioteces ... de última hora, se sustanciaba en el recuerdo de una calle «larga y estrecha» llamada de San Isidro Labrador , donde nació, en pleno centro. Algo puede vislumbrarse escuchando la defensa musical que hizo de la zarzuela, dicha siempre con gallardía y con un poso de verdad incuestionable que para ella fue fácil compartir con ese monstruo de la interpretación llamado Ataúlfo Argenta , descubridor de intérpretes ( Berganza entre ellos) y, al tiempo, artífice de un estilo que colocó al género en una posición de grandeza nunca antes experimentada. Berganza jamás cantó zarzuela sobre el escenario pero sus interpretaciones crearon escuela.
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Sentirse madrileña estaba entre sus orgullos y ello implicaba el recuerdo infantil del Museo del Prado y del conservatorio de la capital donde se relacionó con el bueno de Jesús Guridi y el sabio Gerardo Gombau . Al margen de que se apoyara en Lola Rodriguez de Aragón, otra música y maestra con intuición que le ayudó a construir la voz y a indagar caminos inéditos e internacionales. Los cincuenta fueron una década despierta a la renovación, inquieta ante el descubrimiento, rebelde y ambiciosa. Tiene su importancia el recital en el Ateneo de Madrid en 1957 porque es un momento clave al que seguirán otros con los que Berganza fue rehaciendo tradiciones, en el ámbito del recital y de la ópera. Otra cita inevitable es la convivencia artística con su primer marido, Félix Lavilla , y quienes siguen maestros de muchos (aquí la lista siempre será parcial) desde Giulini, a Klemperer... y Karajan, con quien la negociación musical nunca fue fácil pero con quien compartió el ingreso entre los grandes mozartianos del siglo XX.

Berganza demostró que el autor de Salzburgo sería alguien imprescindible en su carrera cuando se presentó en Aix-en-Provence como Dorabella de 'Così fan tutte', al margen de que luego colaborase a integrar en el repertorio 'La clemenza di Tito' desde el papel de Sesto. Desde ahí, llegar a Rossini era fácil con la inevitable restitución de la trilogía rossiniana formada por 'Il barbiere', 'L'italiana' y 'La cenerentola' y algún otro título todavía infrecuente, ya sea 'Le Comte Ory' de Rossini, 'Orontea' de Cesti o 'Poppea'de Monteverdi. E inevitablemente Carmen, como protagonista de Bizet , en este caso para redibujar el personaje desde una perspectiva distinta que, de inmediato, se demostró, tangible y oxigenada. El destino estaba escrito desde mucho antes, pues con Carmen se delató la personalidad más íntima de una intérprete que fue un animal de escenario, complejo y cautivador. El Festival de Edimburgo tuvo la culpa de la llegada de 'Carmen' en compañía de Piero Faggioni en el foso y Plácido Domingo encarnado a Don José .
Revalorizó el repertorio español
No cabe mayor mérito para una intérprete que el de convertirse en 'alter ego' de una partitura o personaje. Berganza demostró que Carmen tenía raza, una mirada sutil, tortuosa y voraz. La grabación dirigida por Claudio Abbado, también con Domingo, hecha poco después de aquel descubrimiento, sigue dejando una sensación de incredulidad ante el encuentro de voluntades que emanan carga eléctrica. En esa línea, a Carmen le sucede Salud de 'La vida breve', de Falla, esencial en su dignidad, e inspiradora de una manera de hacer que, ampliando el foco, revalorizó el repertorio español en una dimensión sustancial, ajena al adorno fácil , penetrante por su viveza y legitimidad, desde los primeros intentos llenos de arrojo juvenil a las consideraciones más profundas, oscuras y trágicas, siempre cálidas y musicalmente impecables.
Berganza caminó por la cuerda de mezzo aunque con posibilidades en el registro agudo más allá del código. Paradójicamente, fue una voz de relativa fortaleza que fue poco a poco apoyándose en sonidos fijos que desteñían la línea a pesar de la enorme ductilidad de su dibujo. Precisa en el ataque, virtuosa en la agilidad que aparecía con una impecable limpieza y exactitud , supo ante todo establecer una personalidad vocal única e inconfundible. Hay otras referencias que en el plano discográfico: obligatorio Rossini, con una primera y sorprendente incursión en varias arias registradas a finales de los cincuenta, 'Il barbiere' (1964), 'Cenerentola' (1971) en un alarde de agilidad, 'L'italiana in Algeri' (1963), 'Alcina' (1962), 'La clemenza' (1967) y, en vivo 'Medea' en una cita histórica junto a Maria Callas (1958) y 'L'heure spagnole' (1965) como singularidad del repertorio francés sobre el que volcó gran parte de su intereses, incluyendo 'Don Quijote' de Massenet (1992) y 'La Périchole' de Offenbach (1981).
En el carácter rotundo de Berganza estaba la semilla de su personalidad interpretativa como tarjeta de presentación ante un mundo cuyo transcurrir fue siendo de difícil conciliación. El afán perfeccionista también desató cruces de opiniones con colegas, además de severos juicios sobre la realidad musical, abogando siempre en defensa de una pureza que parecía inalcanzable. La declaraciones de Berganza llenan páginas. A falta de una biografía definitiva, que siempre estuvo en el aire y sigue aún pendiente, quedan textos como los escritos por Alfonso Carlos Saiz Valdivieso y Olivier Ballamy , cargados de reflexiones sobre todo lo construido y sobre la autenticidad de su misión musical, a la postre una razón de vida. Lo expresó través de Facebook con motivo de la muerte de Montserrat Caballé y hoy sirve para ella misma: « El mundo se ha vuelto una selva hostil para la ópera , el relumbrón de las absurdas puestas en escena y las glorias en Instagram, hacen que la esencia se desvanezca, pero si alguien desea rescatarla, saber de qué se trata, por qué tantos hemos dado la vida por defenderla, que se siente en un sillón y deje sonar su voz. Entrará por la puerta grande en el reino del arte».
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