Las rutas de la cancelación: todos los caminos llevan a la censura
Con el David de Miguel Ángel de nuevo en el ojo del huracán inquisidor, se abre la veda y Goya, Picasso, Leonardo da Vinci, Courbet e Ingres se revelan como potencialmente cancelables y escandalizadores
¿El 'David' de Miguel Ángel es pornográfico? Despiden a una profesora por enseñarlo en clase de historia de arte

Ese día hubo que leer el titular dos veces, o tal vez doscientas, no fuera que algún matiz se hubiese quedado en el tintero. Veamos. «Despiden a la directora de un colegio de Estados Unidos por enseñar en clase el David de Miguel Ángel» . ... Sí, el David. De Miguel Ángel. Sin matices. La madre de todas las obras maestras. El ideal de belleza masculina. La escultura que preside a la Academia de Florencia y que consiguió poner de los nervios a Benvenuto Cellini. En el subtítulo, la clave: «Algunos padres consideraron que mostrar la escultura renacentista a alumnos de 11 y 12 años era 'inapropiado'».
Es más: hubo progenitores para quienes los 5,17 metros de mármol blanco, ese bloque que Miguel Ángel Buonarroti esculpió sin descanso durante dos años, eran la viva imagen de la pornografía, poco menos que una provocación sexual. Y sin el poco menos. Miguel Ángel, el pornógrafo. «¿Pero cómo te vas a escandalizar con el David?», se pregunta, francamente sorprendido, el crítico de arte y filósofo Fernando Castro Flórez. «Tendrían que hacer un club de 'frikis' y salir a decir que era todo una broma, un chiste viral, pero no: son verdaderamente idiotas; idiotas en el sentido etimológico del término», añade.

Al parecer, el centro, una escuela de Tallahassee (Florida), se olvidó de enviar a las familias un aviso explícito de que, como cada año desde que el tiempo es tiempo, la lección sobre el Renacimiento incluiría imágenes de obras tan atrevidas como 'El nacimiento de Venus', de Botticelli; 'La creación de Adán', de Miguel Ángel; y, claro, también el David. La esencia del siglo XV italiano, tratado como material altamente subversivo y denunciado por un par de padres que, ofendidos por la desnudez del marmóreo rey bíblico, protestaron airadamente. «Los derechos de los padres son supremos», justificó el presidente de la junta escolar, Barney Bishop, para explicar el despido disfrazado de dimisión de la directora del colegio.
Nada nuevo, en realidad, en un país que, en el último año, ha batido récords de libros prohibidos, ha estampado la etiqueta de «material sexual explícito» a obras de Leonardo da Vinci y Shakespeare y ha llegado a vetar en algunos estados 'Maus', la aclamada novela gráfica de Art Spiegelman sobre el Holocausto, por considerarla «nociva para los menores». La del David, de hecho, no es más que la penúltima polémica de un año generoso en trincheras culturales, cancelaciones exprés y el arte como arrojadiza arma política.
A un lado, el integrismo 'woke'. Al otro, el fundamentalismo conservador. Y en el centro, la Historia. La cultura. Una ruta de la cancelación en la que todos los caminos conducen a un mismo lugar: la censura. «No son guerras culturales, sino guerras 'inculturales'. O preculturales», advierte Castro. «Sólo un necio subestimaría el poder del arte», escribe Will Gompertz, antiguo responsable de arte de la BBC y director del Barbican Theatre, en 'Mira lo que te pierdes. El mundo visto a través del arte', su último ensayo. «Cuando el arte habla, escuchamos. De ahí que quienes pretenden eliminar una cultura se ensañen, en primer lugar con su patrimonio artístico y se dediquen a quemar libros, a romper estatuas y a destrozar cuadros», añade Gompertz.
Filtro censor
Ana Valtierra, profesora de Historia del Arte en la Universidad Complutense de Madrid, ya aseguró al poco de que el David fuese señalado como pornográfico que prácticamente ningún docente conservaría su trabajo si se juzgaran sus clases a partir de esta doctrina. «Hay obras bastante más explícitas que el David», dijo entonces.

Obras creadas para provocar que, sin duda, no pasarían el filtro. Ahí están, por ejemplo, la escultura inflable mitad árbol de Navidad mitad juguete sexual que Paul McCarthy instaló en la Place Vendôme de París; los desnudos de Egon Schiele, calificados como pornográficos en su día y censurados en 2018 en Alemania e Inglaterra bajo el irónico lema de «100 años, sí, pero todavía demasiado atrevido para hoy»; la monumental escultura de Niki de Saint Phalle a la que había que acceder a través de la vagina… ¿Más? La escandalosa 'Olympia' de Manet; las lolitas de Balthus; la 'silla' hecha a partir de un maniquí femenino de Allen Jones que fue atacada con ácido en 1986… Ninguna, claro, pasaría el corte censor de la junta escolar de Tallahassee.
Y de las obras eróticas de Pompeya, con esos murales dedicados a Príapo en pleno éxtasis carnal o la escultura del dios Pan copulando con una cabra, mejor ni hablamos. Esta última, de hecho, ya se ganó una etiqueta de 'parental advisory' cuando viajó de Nápoles al British Museum en 2013.
El propio David de Miguel Ángel lleva años entrando y saliendo del círculo de la polémica: en 2012 la televisión china pixeló sus genitales en un reportaje y poco después, en 2016, la exhibición de una réplica de la obra en las calles de San Petersburgo sublevó a vecinos y asociaciones religiosas. «Deforma las almas de los niños» se llegó a decir. Mucho antes, en diciembre de 1990, los Simpson ya dedicaron todo un capítulo a dirimir si el David de Miguel Ángel era una obra maestra o «solo un tipo con los pantalones bajados». Más de tres décadas después, mucho no parece que hayamos avanzado.
'El origen del mundo'
Si hacemos un experimento y le preguntamos al todólogo de moda, ChatGTP, la lista de obras «controvertidas o inapropiadas según ciertos estándares culturales o éticos» incluiría también piezas capitales de la historia del arte como la Venus de Willendorf; 'La maja desnuda', de Goya; 'La gran odalisca', de Ingres; 'El jardín de las delicias' del Bosco, y, claro, 'El origen del mundo', de Courbet, primerísimo primer plano del sexo femenino que permaneció oculto durante más de cien años.
Es uno de los grandes reclamos del Museo d'Orsay, pero seguro que en Florida les daría un soponcio sólo con verlo. Aún hoy, de hecho, si alguien tiene a bien compartir en alguna red social la obra que el pintor francés realizó por encargo de un diplomático turco, lo más probable es que caiga sobre él el yugo de censura y la inquisición digital.
«Fuera Platón, porque en Grecia había esclavos –ironiza Castro–. Y Heidegger, que lo usaron los nazis. Y Kant. Y Ezra Pound. Mejor no pensar. Encefalograma plano»
Puestos a dejarse ofender, incluso habrá quién encuentre motivos para ello en la exposición que Jaume Plensa acaba de inaugurar en La Pedrera y en las que a sus habituales cabezas y rostros silentes se suman unos cuantos penes de bronce y de resonancias freudianas. «Fuera Platón, porque en Grecia había esclavos –ironiza Castro–. Y Heidegger, que lo usaron los nazis. Y Kant. Y Ezra Pound. Mejor no pensar. Encefalograma plano».
Ya dijo la académica de Bellas Artes y catedrática de la Universidad Complutense de Madrid, Estrella de Diego, ante las voces que ahora piden borrar del mapa artístico a Pablo Picasso por machista, misógino y maltratador: «Empezamos a cancelar y sabemos dónde empezamos, pero no dónde acabamos». 'Las señoritas de Avignon' del malagueño, por cierto, también son potencialmente cancelables por «presentar a mujeres desnudas en poses sugerentes y geométricas». «Se trata de una especie de delirio patológico colectivo, pero también es muy sintomático del momento en el que vivimos, en el que hay una cantidad descomunal de información y una cantidad mínima de conocimiento», reflexiona Castro.
De imponerse el criterio de algunas escuelas y estados estadounidenses, libros como 'Matar a un ruiseñor', 'El señor de las moscas', 'Un mundo feliz', 'Matadero 5' pasarían de libros de referencia a apestados en un abrir y cerrar de ojos. Y todo mientras en Inglaterra se sucede el goteo de noticias relativas a revisiones y reescrituras de clásicos del siglo XX avaladas por los llamados 'lectores sensibles'. ¿Objetivo? Hacer tolerables a ojos del siglo XXI los 'excesos' narrativos de Ian Fleming, Agatha Christie o Roald Dahl. Nada nuevo (incluso cómics aparentemente inofensivos como Tintín, Astérix y Lucky Luke han sido pasto de las llamas y objeto de agrias polémicas), pero no por ello menos preocupante. «Esto ya es el apocalipsis. Eso sí: todo esto habrá que conservarlo para ver el grado de aberración al que hemos llegado», asegura Castro. «No es necesario que los clásicos hablen de nuestra época, porque ya habrá nuevos relatos. No creo que reescribir novelas para adaptarlas a la sensibilidad actual sea lo más adecuado», resumía hace unos días la escritora Rebecc Solnit a su paso por Barcelona.
Museo de obras prohibidas
Mientras tanto, en el extremo opuesto, el empresario Tatxo Benet prepara la apertura en la capital catalana de un museo de arte prohibido formado exclusivamente por piezas censuradas, retiradas y que han levantado ampollas aquí y allá. Una colección que Benet inauguró con 'Presos políticos en la España contemporánea', controvertida instalación de Santiago Sierra que fue retirada de Arco en 2018, y que se nutre de piezas polémicas como el Saddam Hussein del checo David Cerný, un escultura satírica hecha a imagen y semejanza del tiburón en Damien Hirst y prohibida en Bélgica en 2016; las fotografías eróticas de Robert Mapplethorpe; el Franco dentro de una nevera de Eugenio Merino; o la polémica composición escultórica de Inés Doujak que le costó la dirección del MACBA a Bartomeu Marí.
«Es cierto que algunas de las obras pueden ser desagradables o generar incomodidad, pero tolerar lo que difiere de nuestros valores es un primer paso para profundizar en la libertad. Cada vez que nosotros, los ciudadanos, nos oponemos a la censura estamos poniendo nuestro grano de arena en la lucha por una sociedad más libre», explicó Benet durante la presentación de su colección de arte censurado. Obras abiertamente provocativas y provocadoras que quién sabe si dentro de unos años no tendrán que hacer sitio al David de Miguel Ángel, el Apoxiomenos de Lisipo, la Venus de Milo o el Apolo de Praxíteles.
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