Rozalén: raíces y tomates
Cuéntame un huerto (I)
El huerto inspira y aporta salud mental, dice la cantante, que nos descubre sus éxitos con las lechugas y los pimientos
Rozalén llega con la poesía más joven y fresca de la canción al Festival de la Guitarra
Los ajos, mejor plantarlos en luna menguante; la coliflor, en luna llena. Las lechugas agradecen que les cubran el suelo con algo de paja para mantener la humedad, pero entonces hay que vigilar a los caracoles, siempre dispuestos a zamparse nuestras futuras ensaladas antes de ... tiempo. Las fresas piden bastante agua, y las judías quieren tener algo para trepar.
Demasiados factores a tener en cuenta, para que después de labrar, plantar, emparrar, acodar, acorrillar y demás tareas, una tarde se nos aborrasque el tiempo o venga una calura prolongada y se nos malrote la plantación. Bendito Miguel Delibes, que aún hoy nos nutre de palabras con la huerta frondosa de su léxico. Con tanto lío, no es de extrañar que los artistas no hayan dedicado tantas páginas a los huertos como a los jardines y los bosques.
Y sin embargo, «el huerto inspira y aporta alguna cosa de salud mental», dice Rozalén: «Hay algo que no sé explicar, aunque como psicóloga debería poder hacerlo. Algo calma la mente cuando una toca literalmente la tierra, me conecta con mis ancestros, con mis raíces; me transporta a un sitio donde me siento feliz». Por no hablar, claro, de «la ilusión de ver cómo va creciendo algo que has plantado y cómo sabe cuando lo pones en la mesa».
Donde sí que están arraigados los huertos es en el habla popular. El uso del verbo arraigar es un ejemplo, pero la lista es inmensa: sembramos vientos para recoger tempestades, cosechamos éxitos, somos a veces más bastos que un arado, intentamos llevarnos al huerto a quien nos conviene.
Tras un par de horas trabajando el terreno y toda una vida inspirándose en la música de raíz tradicional, las letras de Rozalén acaban a su vez siendo reflejo de todo ese vocabulario. Por ejemplo, en una de las canciones de su último disco, titulada 'Ceniza', en la que recuerda la muerte de su abuela: «Cuidar a quien nos dio la vida mientras marchita la flor / Remuevo la tierra herida, de su semilla renazco yo / Cuidar a quien nos dio la vida, ceniza que se hace flor». En 'La puerta violeta' encontramos también «Una flor que se marchita / Un árbol que no crece porque no es su lugar». En 'Girasoles', le canta «a los valientes, los que riegan siempre su raíz».
Su huerto tiene tres terrazas a diferentes alturas, estructuradas con palés, y los bancales están un poco elevados para tener más comodidad a la hora de trabajar. «Voy combinando los cultivos, y cada año pruebo algo nuevo, para ver cómo tira». Esta temporada le toca al bróquil morado. Con las sandías y los melones todavía no ha logrado alcanzar el éxito.
Tiene acelgas, calabacines, pepinos, diferentes tipos de lechugas -«los cogollos de Tudela este año me han salido brutales»-, fresas, pimientos del piquillo, árboles frutales y aromáticas. Un vergel al que se añaden «muchas tomateras de variedades diferentes». Cuando hay sobreproducción, toca hacer conservas o compartir. Le pasó el año pasado con los tomates, precisamente: «Me llevé no sé cuántos kilos de mi huerta a un concierto, y en el camerino todos nos los íbamos comiendo».
Pero no todo el monte es orégano. A veces, el huerto también da quebraderos de cabeza. La escritora Pia Pera lo resumió a la perfección en 'El huerto de una holgazana'. Al contrario de lo que pasa con un jardín, en el huerto, como esperamos obtener sustento, «ya no basta con el amor abstracto por la naturaleza, hace falta que dicho amor sea activo, correspondido». Así, «limita la libertad aún más que un jardín; exige una presencia y un compromiso cotidianos, hay que volverse sedentario».
Para esquivar este problema, Rozalén se instaló dispositivos de riego programable por goteo, y puede irse de gira sin que se le muera todo. Al regresar, solamente es cuestión de poner a raya las malas hierbas y hacer los retoques que hagan falta. «Si lo vas cuidando todo el año, quitando las malas hierbas, poniendo mantillo, vas podando y tal, no creo que pida tantísimo tiempo… O como me sienta tan bien, me da igual».
El riego, con todo, no exime de disgustos. En dos años consecutivos, una familia de topos decidió que las verduras de Rozalén eran las mejores de la zona, así que atacó sin piedad: «Para mí fue una tragedia, se cargaron muchas plantas». Le pregunto cómo lo solucionó, si quizás echó mano de algún gato, por ejemplo: «Mi gato y mi perro era como si dijesen mira, este es tu problema, tuve cero ayuda por su parte, pasaban de todo», recuerda entre carcajadas. Los topos se fueron solos cuando les apeteció.
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